Los esfuerzos físicos lastran a los camareros y les complican llegar a la jubilación: “Aprendes a vivir con dolor”
Muchas horas de pie, movimientos repetitivos y cargas pesadas condicionan el día a día de los empleados en hostelería. Varios explican cuánto sufren por ello, temerosos de que una baja conduzca al despido
Lina Gil trabaja en hostelería desde 1990. A sus 53 años, aún le quedan al menos 12 años para jubilarse. “Sí que me lo he planteado, que a ver cómo llego a entonces”, reconoce, al ser preguntada sobre cómo imagina seguir haciendo lo que hace, con el esfuerzo físico que supone, por entonces. “Cargar las cámaras, coger cajas, todo el día andando, de pie, las bandejas con lo que pesan... Lo voy notando cada vez más, el cuerpo te va avisando. Cuando llegas a c...
Lina Gil trabaja en hostelería desde 1990. A sus 53 años, aún le quedan al menos 12 años para jubilarse. “Sí que me lo he planteado, que a ver cómo llego a entonces”, reconoce, al ser preguntada sobre cómo imagina seguir haciendo lo que hace, con el esfuerzo físico que supone, por entonces. “Cargar las cámaras, coger cajas, todo el día andando, de pie, las bandejas con lo que pesan... Lo voy notando cada vez más, el cuerpo te va avisando. Cuando llegas a casa pareces una muñeca de Famosa. Hasta que no pasa un rato vas cojeando”. Ante determinados esfuerzos en su hotel busca ayuda, pero no siempre hay alguien disponible. “He visto a compañeros que cuando les quedaban dos o tres años para jubilarse ya no podían más. Que encadenaron baja sobre baja porque estaban fatal”, añade esta castellonense.
“Aprendemos a vivir con dolor”, dice Carmen, una cocinera de 60 años que sufre artrosis y tendinitis. “Tengo la muñeca destrozada. Todo el día cogiendo ollas llenas, metiendo pulpos enormes. No tiene cura, así que sufro mucho. Y como yo está mucha gente”. Entre esas personas está la camarera canaria Ana Sánchez, de 37 años: “Te haces polvo el codo, el hombro, las rodillas... Lo paso mal”. En las mismas está la también canaria Silvia Quintana, de 50 años: “Estoy fatal, después de tantos años tengo el cuerpo destrozado. La playa se ve muy bonita, pero si la gente supiera lo mal que lo pasamos muchos no vendrían de vacaciones”.
Problemas cervicales, rodillas machacadas, dolencias lumbares... La colección de lesiones es larga, pero quizá la más mencionada por los trabajadores consultados por EL PAÍS, ya sea por sufrirlo en primera persona o por compañeros de oficio, es el síndrome del túnel carpiano. Consiste en una presión excesiva en el nervio mediano de la muñeca, el que permite la sensibilidad y el movimiento a partes de la mano. Justo los gestos repetitivos que hacen los trabajadores de la hostelería, tanto en la cocina como en sala, fomentan este problema. Fernanda, colombiana de 57 años, está de baja por esta dolencia: “Es muy molesto, un hormigueo desagradable, se te quedan los dedos pillados“. También sufre una hernia discal.
La mutua insiste a Fernanda en que debe volver a trabajar ya, pero su médico de cabecera no la ve en condiciones. “Él sabe que tengo dolores y calambres. No ve viable que vuelva ya, cree que necesito más reposo”. Estas malas experiencias con las mutuas, que urgen al retorno del empleado pese a que el facultativo de atención primaria difiera, son muy comunes. A Silvia no le reconocen el origen profesional de sus dolencias físicas, “así que pago el fisioterapeuta de mi bolsillo pese a lo poco que gano”. “Tampoco se fían mis jefes”, continúa Fernanda. “Se creen que la baja es mentira, pese a los informes que corroboran lo que digo. No me pagan a tiempo para mandarme el mensaje de que me van a putear, de que ya veré lo que me espera cuando vuelva. Hacen lo que pueden por humillarte”.
Justo ese temor es el que conduce a muchos a trabajar con dolor. “Por miedo a perder el trabajo, por malas que sean las condiciones y por mucho que te duela, muchas veces agachas la cabeza”, dice la trabajadora colombiana. Varios aseguran que es habitual el uso de antiinflamatorios y calmantes para resistir. Otros, sin catalogarlo como un fenómeno extendido, apuntan al consumo de drogas y de alcohol con el mismo objetivo. “La gente no coge bajas porque está supermal visto. Te dicen que vas a joder a tus compañeros, que cómo se te ocurre, y que vaya mal ejemplo”, añade la argentina residente en Valencia Ximena Soutelo, de 40 años.
Pablo, camarero de 24 años, sufrió un episodio desagradable por ese alto grado de desconfianza: “Tras un día de muchísimo trabajo, volviendo a casa en coche, tuve un accidente. Uno se saltó un stop y me pegó. Al día siguiente me dolía, pero fui a trabajar. Cada día que pasaba era peor y peor, me dolía el cuello, las lumbares... No aguantaba. Pues cuando se lo dije a mi jefe me puso mala cara y me dijo: “qué, a cogerte la baja, ¿no?” Ni cómo estás, ni no te preocupes, ni nada. Me dijo que durante la baja no les llamase ni asomase para nada, que todo lo tratase con la gestoría. Y me deben una nómina”.
Otro problema de las bajas en hostelería es que es muy habitual que el tiempo parcial enmascare jornadas completas en la que la mitad del sueldo no cotiza, de manera que durante esos periodos pierden un parte importantísima del salario.
Miedo al castigo por la baja
Pese a estos testimonios, la hostelería no destaca en las estadísticas como una profesión que acumule un alto grado de incapacidad temporal. Según el Instituto Nacional de Estadística, se pierden 6,6 horas al mes por empleado en promedio por este motivo, una menos que la media. A la vez, los accidentes temporales solo están ligeramente por encima de la media global. Los sindicatos apuntan a dos razones principales para explicar este desfase entre los testimonios de los empleados y los datos: el miedo a coger bajas hunde las estadísticas al respecto en los sectores más precarizados (y con más inmigrantes), donde más miedo hay a que el empleador castigue; y los trabajadores de hostelería son, de media, más jóvenes, lo que enmascara los problemas físicos.
Con todo, hay otros sectores en los que los esfuerzos físicos son igual o más exigentes, e inevitables por las características de la actividad. Un problema en algunas de estas áreas, entre ellas la hostelería, es que no se toman las medidas adecuadas para atenuarlos. “Mi médico me dice que para recuperarme necesito un ayudante, trabajar menos, ¿pero cómo lo hago? Estoy sola, con tal de que se ahorren un sueldo, sacando 30 cenas cada noche”, lamenta Carmen, que ve en el exceso de trabajo la principal causa del problema. “Estoy segura de que con más plantillas habría menos bajas. La gente vive medicada constantemente porque la carga de trabajo es inasumible”, añade Silvia, la camarera canaria.
Otro factor que señalan todos los entrevistados es la escasa adaptación de los puestos si alguien padece un problema físico. “Yo no puedo cargar peso por mi lesión cervical”, indica Silvia, “pero no se me ha adaptado el puesto, nadie de prevención de riesgos laborales te da unas pautas. Y te sientes mal por sobrecargar a los demás, así que terminas haciéndote daño. El problema es el déficit de plantillas”.
“Eres como una mula”, continúa Teresa, de 35 años, “una mula que soporta calor constante, vapores, grandes cargas de peso... He visto cocinas en las que estaba normalizado notar que te desmayabas, parar un segundo para que se te pase, y seguir”. Esta empleada de hostelería pone el acento en el coste de estas condiciones de trabajo en la salud mental: “Hay casos de depresión y ansiedad que se deberían considerar enfermedades laborales, porque vienen de este nivel de estrés, y nunca se les da esa categoría. Es terrible, te da angustia volver a tu puesto de trabajo. Llega un momento que no puedes más”.
Con estas condiciones, todos comparten el temor por lo que les depararán los últimos años de su carrera, cuando la vejez acompañe a estos problemas físicos. El Ministerio de Seguridad Social negocia con los sindicatos una ampliación de las profesiones a las que aplican los coeficientes reductores, una compensación en los empleos más penosos para retirarse antes. Aún no se sabe qué ocupaciones acompañarán a los mineros o policías que ya gozan de este derecho, pero cuesta imaginar que entren los empleados en hostelería, dado que uno de los criterios que se valoran para decidir será que las estadísticas recojan un alto volumen de bajas y mortalidad.
Además, es muy poco común que los empleados en hostelería consigan jubilarse anticipadamente, dada la temporalidad, parcialidad e informalidad en el sector, lo que conduce a carreras de cotización muy pobres. “No creo que llegue a jubilarme en este trabajo. Me quedan 14 años y cada vez estoy peor. Aguantaré lo que pueda. No me gusta coger bajas, pero cuando el cuerpo me dé un toque tendré que hacerlo. Ojalá no fuera así”, añade Silvia. “Estoy agotada de la vida. No quiero vivir así si esto es lo que me queda hasta jubilarme. Llevo 18 años, si tengo que aguantar otros 32 no sé cómo voy a hacerlo. Quiero estudiar para salir de este sector. Por mucho que te guste el trato con el cliente y las muchas cosas buenas de la hostelería, las condiciones son tan desastrosas que no me extraña que no encuentren mano de obra”, finaliza Teresa.
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