Buscar financiación para comprar una vivienda mal se concilia con ser una persona mayor, excepto en muy pocos casos. La estampa típica, la de la pareja joven con trabajo estable que contrata una hipoteca que permita a sus miembros pagar la adquisición de su propio hogar, es todavía la que se suele asociar a este tipo de operación. No obstante, por lo menos en teoría, nada impide a quien tenga más de 65 años endeudarse para mudarse de casa o hacerse con una segunda vivienda. Entonces, ¿por qué son tan raros (por no decir inexistentes) los préstamos hipotecarios que se dirigen a este tipo de público? O, dicho de otra manera, ¿qué obstáculos deberá franquear una persona mayor en este proceso?
Pese a que las motivaciones para comprar casa cuando se tiene ya cierta edad pueden ser tan variadas como en los demás rangos, las más habituales son “el hecho de querer establecer su hogar cerca de donde esté ubicado el de sus hijos, el deseo de volver a vivir en su localidad de nacimiento de la que tuvo que marchar por las circunstancias de la vida, o la elección de un destino vacacional como residencia habitual o de temporada tras la jubilación”, señala Lola Alcover, secretaria del Consejo General de los Colegios de agentes de la propiedad inmobiliaria (Coapi). En muchos casos, se trata de “viviendas de dimensiones reducidas de uno o dos dormitorios —dado que en estas franjas de edad ya no es probable que haya hijos al cargo— y la preferencia suele decantarse hacia las plantas más bajas”, añade.
En cuanto a la oferta de préstamos que puedan financiar la compra de los inmuebles, estos brillan por su ausencia. “No existe un producto específicamente concebido para las personas mayores, que es un público complicado para las entidades”, resume el director de Hipotecas del comparador bancario iAhorro, Simone Colombelli. Lo que se traduce en que “las reglas generales del juego para los hipotecados senior sean las mismas que para todos y las condiciones para conseguir mayor o menor financiación dependan del perfil financiero de cada uno”, agrega.
Plazos cortos
Por ello, lo más importante será ofrecer seguridad al banco a través de “un buen nivel de ingresos, muy saneados y de una estabilidad absoluta”, apunta Alcover. Se podrá recurrir también a la ayuda de algún familiar más joven que se ofrezca ser cotitular del préstamo, aunque “suele ser necesario que este —el hijo, por ejemplo— demuestre que tiene solvencia económica para sustentar la cuota por sí mismo”, subraya Colombelli.
En cualquier caso, no se conceden hipotecas cuya duración se alargue más allá de una cierta edad del prestatario, que Colombelli sitúa en los 80 años y Alcover en los 75, “aunque en algunas firmas se reducen a los 70”, asegura. La razón de ser de este límite estriba en el riesgo excesivo que asumiría el banco al otorgar un préstamo por un plazo superior a lo que se espera le quede de vida al hipotecado. “Hay que ser realista y tener presente que, en la práctica, y por las mismas razones de prudencia, las operaciones hipotecarias que se firmen siempre se van a situar, a la baja, lejos de estos límites”, insiste Alcover.
El efecto de este techo a la hipoteca será un lógico encarecimiento de la cuota mensual, ya que se dispondrá de un tiempo más limitado para devolver el préstamo, unos cinco o 10 años, en el caso de una persona de 65 años. “Serían cuotas bastante cuantiosas”, en palabras de Alcover, aunque admite que “no es nada probable que el importe concedido sobrepase el 40% o 50% del valor de tasación del inmueble adquirido”, contra el 80% que se suele aplicar como límite general en los demás casos.
Tampoco la bonificación a través de la suscripción de productos asociados a la hipoteca —algo común en otros contextos— parece una opción viable. Los seguros de vida, por ejemplo, “se suelen hacer con personas más jóvenes, puesto que en el caso de los perfiles más senior son difíciles de obtener y, además, podrían inflar mucho el precio final”, advierte Colombelli.
Opciones alternativas
En palabras de Alcover, el conjunto de estas limitaciones explica, por una parte, la práctica inexistencia de productos específicos dedicados a personas mayores. Por otra parte, “la demanda es muy reducida”, dice, ya que “el número de operaciones de compraventa en estas franjas de edad es bastante moderado y muchas de ellas no necesitan de financiación hipotecaria, porque los fondos para costearlas suelen proceder de otros cauces, en la mayoría de las ocasiones de la venta de la vivienda anterior”.
“Lo más importante, siempre, es tener muy claro para qué queremos una hipoteca y, en el caso de tener un perfil senior, estar seguro de si verdaderamente es necesario”, aconseja Colombelli, de iAhorro. “A lo mejor hay otras posibilidades que, en determinados supuestos, podrían ser más interesantes, como presentarse como avalista en lugar de titular, si la hipoteca se hace para ayudar a los hijos; o vender la nuda propiedad de su propia casa [ceder la titularidad, pero no el usufructo], si la compra de otra vivienda es para uno mismo; o contratar una hipoteca inversa [recibir un capital o una renta mensual poniendo como garantía una vivienda ya adquirida y libre de carga]. Dependerá de cada caso”, insiste.
Alcover, del Consejo general de Coapi, sin embargo, desaconseja ceder la nuda propiedad para quedarse con el usufructo, porque supone recabar de la venta un precio de mercado muy inferior al que, solo en teoría, establece la Ley del Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones. En cuanto a la hipoteca inversa, destaca que “el importe mayor que esta cubre no suele superar en ningún caso más del 50% del valor de tasación del inmueble, y cuando se alcanza dicho porcentaje, la persona mayor deja de disponer de la renta y la deuda sigue generando intereses; es, por tanto, un modelo en el que, al contrario de lo que ocurre en una hipoteca habitual, el importe adeudado es cada vez mayor”.