Reportaje:2007 | EL ARTE Y LA SOLIDARIDAD

La orquesta de los pobres

A veces, esa en apariencia insuperable distancia que existe entre la miseria y la salvación es cuestión de 50 centímetros. Los que mide un violín. Todos y cada uno de los 270.000 niños que integran el Sistema de Orquestas de Venezuela lo saben. Lo han visto, lo han oído, lo han vivido... El 85% de ellos pertenece a las clases más oprimidas de un país en el que la pobreza es una escena cotidiana con un 31,3% de la población debajo de su umbral, según datos del Banco Mundial y la ONU. Pero cada día la mayoría de estos muchachos agarran su instrumento y su entusiasmo y se dirigen a cualquiera de ...

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A veces, esa en apariencia insuperable distancia que existe entre la miseria y la salvación es cuestión de 50 centímetros. Los que mide un violín. Todos y cada uno de los 270.000 niños que integran el Sistema de Orquestas de Venezuela lo saben. Lo han visto, lo han oído, lo han vivido... El 85% de ellos pertenece a las clases más oprimidas de un país en el que la pobreza es una escena cotidiana con un 31,3% de la población debajo de su umbral, según datos del Banco Mundial y la ONU. Pero cada día la mayoría de estos muchachos agarran su instrumento y su entusiasmo y se dirigen a cualquiera de los 120 núcleos, de las escuelas desperdigadas en los barrios, en los pueblos, en la selva, donde aprenden a superarlo todo. Es allí donde su vida, dicen ellos mismos, cobra sentido.

"He venido con mi orquesta, pero de lo que se debe enterar el mundo es de lo que tienen aquí", dijo Abbado

Que la música tiene la llave del progreso y de la vida, puede sonar a palabrería tan hueca como bienintencionada en ciertos ambientes. Pero cuando lo dice José Antonio Abreu, ese hombre visionario y revolucionario que decidió hace 32 años regenerar un continente por medio del trabajo cómplice y en equipo de las orquestas, es, sencilla y contundentemente, verdad. Él lo ha demostrado y hoy es el día en que sigue un tanto asombrado de su hazaña. Del milagro.

Empezó en un garaje con 25 atriles en febrero de 1975. Demasiados. Entonces le sobraron 14. Solo 11 apóstoles estaban dispuestos a confiar en su sueño, 11 muchachos que hoy, ya más entrados en años, siguen a su lado en el alucinante sistema de enseñanza que han montado desde entonces y que no solo se ha implantado en Venezuela, cuyo Gobierno lo apoyó al año siguiente de su creación, sino que se ha adoptado como método en 23 países más.

Hoy son batallones en todo el mundo los que saben que este hombre menudo, amable, austero y con la voluntad de los generales heroicos tiene la clave, la llave, el enigma resuelto del futuro de la música. Lo saben sus seguidores y quienes integran el sistema. Lo saben los niños, los jóvenes y los ya profesionales que han salido de él y hoy integran las orquestas más prestigiosas del mundo. Y también lo han descubierto los grandes gurús vivos de la música occidental, desde Simon Rattle, director de la Filarmónica de Berlín, hasta Claudio Abbado, un mito en activo de la dirección de orquestas que pasa ahora cuatro meses al año junto a los chicos de Abreu traspasándoles su experiencia, su visión de la música, su sabiduría.

La última semana de julio ha sido ajetreada para todo el mundo. Hacía años que no se realizaba una selección nacional de niños y jóvenes para tocar en Caracas. Además, Rattle ha llegado al país con su esposa, la cantante Magdalena Kozená -que actuará con ellos-, para dirigir la Sinfónica Simón Bolívar, el máximo escalafón artístico del sistema. Poco después de llegar, acude a una demostración de la orquesta más virtuosa de uno de los núcleos punteros, el de Montalbán, en Caracas, que cuenta con tres formaciones. Le interpretan en su honor el cuarto movimiento de la primera sinfonía de Mahler, la Titán, que ha dirigido Ulyses Ascanio, uno de los 11 pioneros del sistema. El maestro Abreu acompaña a Rattle, que aplaude entusiasmado y besa, abraza y felicita a los muchachos. "¡Viva la música!", les dice en español al final. "¡Seguid así!". Ellos le han recibido en pie. Saben perfectamente quién es, lo veneran. Por si fuera poco, Abreu se lo recuerda: "Para estos niños, hoy es uno de los días más importantes en sus vidas", asegura ante los asistentes, "el mejor director del mundo ha venido a escucharles".

Luego, en su más que austera oficina del teatro Teresa Carreño de Caracas, ante un vaso generoso de Coca-Cola light, lo comenta y da la clave de su proyecto. "Este no es un programa musical, es un programa social". Lo bueno es que a través de esa revolución silenciosa pero tremendamente armónica, de esa transformación y vuelco de las verdades sacrosantas establecidas en lo que se refiere a la música, de esa bofetada que Abreu le ha propinado a las mentes más resignadas, escépticas y pesimistas, "el maestro", como le llama todo el mundo, ha demostrado que con su sistema explota el talento de manera natural.

"Cuando a un niño que vive en un barrio rodeado de miseria le entregas un instrumento, le estás dando un arma", asegura Abreu. "Es lo único que tiene, lo que le va a permitir abrirse paso, y se aferra a él como un náufrago. Es su tabla de salvación". Por eso ensayan tres, cuatro horas diarias. Por eso y porque sus vidas adquieren repentinamente un sentido profundo. "Un sentido que se contagia a sus familias y también a la comunidad. Con lo que hace, el niño adquiere su propia identidad. Lo peor de la pobreza no es carecer de nada: es no ser nadie. En la orquesta son alguien. ¿Sabe lo que para un niño de estos representa que Rattle lo abrace, le felicite? Es lo máximo".

Todo surgió por rebeldía. Rebeldía contra la pobreza, contra la educación musical elitista y caduca que busca solistas perfectos y crea, en su mayoría, fracasos y frustraciones. Otra de las claves, según Rattle, es precisamente la desinhibición: "Cuando algo les sale mal, no pasa nada. Lo repiten y saben que lo mejorarán. No tienen sentido de culpa", asegura el director británico en el documental Tocar y luchar, el lema de Abreu y el sistema.

Eso y muchas otras cosas son lo asombroso de un método que quieren aprender profesores italianos, alemanes, japoneses, españoles, canadienses o estadounidenses que acuden a Venezuela como a la llamada del profeta para copiar lo que allí se hace. Una fórmula en la que impera el sentido común, el contagio. Tanto como lo demuestra Abbado en el mismo documental cuando sencillamente proclama: "No sé cómo esto no se nos había ocurrido antes". El director italiano descubrió la capacidad de las orquestas de Venezuela por casualidad: "Vino a dar un concierto y cuando se dirigía a una rueda de prensa entró en un ensayo. Estuvo llorando todo el tiempo y al salir dijo: 'Yo he venido a hablar de mi orquesta, pero de lo que se debe enterar el mundo es de lo que tienen ustedes aquí", relata Abreu.

A partir de entonces, Abbado, como anteriormente había hecho Giuseppe Sinopoli, se enroló en sus filas. Encontraba en el proyecto una auténtica vocación de educación insólita. "Lo novedoso de este proyecto es la inclusión de todos". Solo se pide la partida de nacimiento. "Todo el que quiere entrar tiene un hueco. Con solo pedirlo, vale". Eso fue fundamental para toda la gente sin recursos. "Se les había negado el acceso a la educación cultural, a la formación artística y a la sensibilidad, que no tiene nada que ver con la intelectual y que es tan importante como esta". Abreu se propuso abrir esa puerta y sabía que así podría lograr su sueño inicial: "Por lo menos una orquesta en cada ciudad, en cada localidad. ¿Se imagina lo que es eso? La armonía de todo un pueblo", dice.

Pero esa profunda revolución no era cosa de individuos. Sobre todo debía ser objetivo de grupos. He ahí otra clave del sistema. En vez de fomentarse el esfuerzo en solitario, se apuesta por lo colectivo. Justo lo contrario de lo que ocurre en el resto del mundo, y sobre todo en los conservatorios europeos, la cuna de la música occidental. "Al poco tiempo de ingresar en el sistema, el niño ya está tocando en una orquesta", asegura Abreu. (...)

"Son chicos acostumbrados a la disciplina. Tienen pasión, deseo de superación, compromiso, orgullo", proclama Darío Cova. Con esas características es más fácil controlar un grupo de 339 personas entre los siete y los 16 años, templar toda la energía que despiden y encauzarla a la música".

El salto internacional

En expansión. De la publicación de este reportaje al día de hoy, el Sistema de Orquestas de Venezuela ha pasado de 270.000 componentes a 400.000, y de 120 núcleos (escuelas de música) a 280. Actualmente, más de 300 orquestas forman parte de su entramado en todas y cada una de las ciudades y Estados del país.

Reconocimiento mundial. Los premios y el reconocimiento internacional a la obra de José Antonio Abreu (en la foto) no cesan. En 2008 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, algo que supuso, según él, "su definitivo despegue internacional". Este año le han concedido el Echo Klassik de la industria musical alemana. También recibió el de la Unesco, el Juan de Borbón y un Grammy honorífico.

Promesas y realidades. A la labor social se unió rápidamente la calidad musical. En la dirección de orquesta, Abreu ha creado una escuela de la que surge Gustavo Dudamel, auténtica estrella, y otros como Diego Matheuz y Christian Vásquez.

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