Análisis:

El cazador jubilado

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En el año 2003 tuvimos ocasión de conocer a los hadza, orgullosos cazadores y recolectores que viven en las inmediaciones del lago Eyasi, en Tanzania, y gracias a un misionero español que ejerce en la zona, el manchego padre Miguel Ángel, pudimos hablar con ellos. Entre los cazadores había un hombre mayor, Oya, con más de 60 años, que nos dijo que ya no salía a cazar, aunque parecía estar en buenas condiciones y se movía sin problemas. Tuve curiosidad por saber a qué edad se jubilaban los últimos cazadores que han llegado hasta nuestros días, y se lo pregunté a Jim O'Connell (Universida...

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En el año 2003 tuvimos ocasión de conocer a los hadza, orgullosos cazadores y recolectores que viven en las inmediaciones del lago Eyasi, en Tanzania, y gracias a un misionero español que ejerce en la zona, el manchego padre Miguel Ángel, pudimos hablar con ellos. Entre los cazadores había un hombre mayor, Oya, con más de 60 años, que nos dijo que ya no salía a cazar, aunque parecía estar en buenas condiciones y se movía sin problemas. Tuve curiosidad por saber a qué edad se jubilaban los últimos cazadores que han llegado hasta nuestros días, y se lo pregunté a Jim O'Connell (Universidad de Utah), un experto en los hadza y en los aborígenes australianos. Depende del individuo, me contestó. Algunos lo dejan a los 40 o 50 años si han sufrido algún accidente, y otros continúan incluso a los 70.

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La movilidad es pues la clave. En el caso de Elvis, nuestro amigo de hace medio millón de años, está claro que ya no se integraría en partidas de caza, porque apenas podía moverse. Era sin duda un cazador retirado que dependía de los demás miembros del grupo para sobrevivir. Le costaría desplazarse de un campamento a otro, hasta que finalmente murió, seguramente con más de 50 años. Por lo menos tenemos el consuelo de que no terminó sus días solo, de que no fue dejado atrás en una marcha. El viejo Elvis expiró rodeado de los suyos.

Juan Luis Arsuaga es codirector de las excavaciones de Atapuerca.

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