La falta de elegancia del ministerio

La elegancia es una cualidad bastante relacionada con el manejo de los tempos, con el respeto por los demás y con el desprecio por la urgencia injustificada. El Ministerio de Cultura fue muy poco elegante en su convocatoria a los medios informativos, reclamados para asistir a la instalación de las puertas del nuevo edificio de El Prado. Con la excusa de compartir el momento con los periodistas, el acto se significó por la desconsideración con Cristina Iglesias, la artista encargada de realizar un proyecto de enorme contenido simbólico.

En el edificio ideado por Rafael Moneo, las puertas...

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La elegancia es una cualidad bastante relacionada con el manejo de los tempos, con el respeto por los demás y con el desprecio por la urgencia injustificada. El Ministerio de Cultura fue muy poco elegante en su convocatoria a los medios informativos, reclamados para asistir a la instalación de las puertas del nuevo edificio de El Prado. Con la excusa de compartir el momento con los periodistas, el acto se significó por la desconsideración con Cristina Iglesias, la artista encargada de realizar un proyecto de enorme contenido simbólico.

En el edificio ideado por Rafael Moneo, las puertas son algo más que un útil necesario. También se escapan a la estricta valoración artística. Son unas puertas que abren el Museo del Prado a un nuevo territorio. A esta realidad no es ajena la elección de Cristina Iglesias, cuya conexión con la vanguardia representa un elocuente guiño del equipo directivo de El Prado. El gran museo español se enfrenta al futuro sin complejos y con perspectivas novedosas. En este contexto, las puertas adquieren un valor trascendental. Aparecen como el elemento de paso a un nuevo tiempo. Nadie es más consciente de ese valor simbólico que Cristina Iglesias, enfrentada en los últimos meses a un duro proceso de creación. No resulta nada fácil colocarse a la altura de las exigencias que demanda el Museo del Prado. Esa nerviosa relación entre la artista y su obra exige un respeto que el Ministerio de Cultura no observó ayer.

En medio de un frenético acarreo de escombros, entre carretillas y grúas, con los operarios preocupados por la seguridad de los asistentes, sin razón alguna que justificara la convocatoria, los periodistas no vieron las puertas instaladas. Faltaba una de las pesadas hojas de bronce que integran la obra de Cristina Iglesias. Lo que vieron los periodistas fue el disgusto de Cristina Iglesias, cuyo trabajo fue vulnerado por una intromisión de carácter político. Produjo asombro que el Ministerio de Cultura fuera tan irrespetuoso con aquello que debería predicar: el respeto por el artista y su obra. Ni era el momento, ni había justificación para convertir el acto en una chapuza. Fue un desafortunado ejemplo de falta de elegancia con Cristina Iglesias y de incomprensión con lo que significa el renovado Museo del Prado.

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