Crítica:

El legado paterno

"Lo mejor es no insistir, dejarlo así. Que se aparezca cuando quiera. Si es que quiere". Sobre esa preciosa frase, pronunciada por el protagonista en la parte final de la película acerca de su hijo de dos años, descansa la base de la simpatiquísima Derecho de familia, quinto largometraje del argentino Daniel Burman, Oso de Plata en Berlín con su anterior (y excelente) obra: El abrazo partido. Como ya ocurría en ésta, el autor reflexiona sobre el legado familiar, sobre la educación y sobre la habitual insistencia en transmitir no sólo conocimientos, sino también actitudes, gustos...

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"Lo mejor es no insistir, dejarlo así. Que se aparezca cuando quiera. Si es que quiere". Sobre esa preciosa frase, pronunciada por el protagonista en la parte final de la película acerca de su hijo de dos años, descansa la base de la simpatiquísima Derecho de familia, quinto largometraje del argentino Daniel Burman, Oso de Plata en Berlín con su anterior (y excelente) obra: El abrazo partido. Como ya ocurría en ésta, el autor reflexiona sobre el legado familiar, sobre la educación y sobre la habitual insistencia en transmitir no sólo conocimientos, sino también actitudes, gustos y hasta apariencia física. Claramente autobiográfica (el crío está interpretado por el propio hijo del director), Derecho de familia se divide en dos tramas interconectadas: la que narra la relación entre un treintañero y su padre, ambos abogados, y la que se ocupa de aquél y su propio hijo.

DERECHO DE FAMILIA

Dirección: Daniel Burman. Intérpretes: Daniel Hendler, Julieta Díaz, Arturo Goetz, Adriana Aizenberg. Género: comedia. Argentina, España, 2006. Duración: 102 minutos.

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La película quizá tenga una trascendencia un tanto menor que su anterior filme, pero Burman demuestra una vez más ser un excelente escritor. Gracias a su hábil manejo de los conceptos, a su ternura y a su enorme gracia, sutil, sarcástica, cercana al humor de raigambre judía de Woody Allen, se muestra efectivo un primer tercio de metraje alimentado casi exclusivamente por una voz en off. Así, lo que en otras manos hubiese resultado un tedioso e irritante discurso, en las del director de Todas las azafatas van al cielo no sólo resulta soportable, sino incluso delicioso. Todo ello con la ayuda de Daniel Hendler, actor fetiche de Burman, intérprete de una sencillez y credibilidad apabullantes.

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