Charnegos al poder (o no)

Pitigrilli decía que lo primero que debe leer cada mañana un articulista es el artículo del director de su periódico, para averiguar qué es lo que debe pensar. Con el permiso de mi director, discrepo: a mi juicio, lo primero que debe leer un articulista es la sección de cartas al director, para cerciorarse de que en ninguna de ellas se le inflige una colleja. Eso si el articulista tiene la desgracia de colaborar en un periódico decente, de esos que incurren en la crueldad de acoger en sus páginas reprimendas contra sus colaboradores; en el caso de ser el privilegiado colaborador de un periódic...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Pitigrilli decía que lo primero que debe leer cada mañana un articulista es el artículo del director de su periódico, para averiguar qué es lo que debe pensar. Con el permiso de mi director, discrepo: a mi juicio, lo primero que debe leer un articulista es la sección de cartas al director, para cerciorarse de que en ninguna de ellas se le inflige una colleja. Eso si el articulista tiene la desgracia de colaborar en un periódico decente, de esos que incurren en la crueldad de acoger en sus páginas reprimendas contra sus colaboradores; en el caso de ser el privilegiado colaborador de un periódico corrupto, no hay problema: todas sus ocurrencias quedarán alegremente blindadas contra el escrutinio fiscalizador de los lectores, convertidos en víctimas mudas de la feliz e impune discrecionalidad opinadora del articulista. Mientras aguardamos con impaciencia el momento en que un periódico corrupto nos haga una oferta irrechazable, quienes cada mañana nos precipitamos temblando por el pan de nuestros hijos a la sección de cartas al director de este periódico, rezando para que no aparezca en ellas nuestro nombre, gozamos del privilegio compensatorio de pulsar la opinión no ya del director, de la que puede prescindirse, sino de la de los lectores menos resignados a digerir en silencio nuestra logorrea, de los que nadie en un periódico no corrupto -ni siquiera el director- puede prescindir.

Más información

Lo cierto es que desde la proclamación de José Montilla como candidato socialista a la presidencia de la Generalitat, la sección de cartas al director de este periódico abunda en misivas que se plantean la misma cuestión. Por supuesto, la cuestión también se plantea en artículos y editoriales, y también en otros medios de información, aunque lo significativo, ya digo, es que también la registren las cartas al director. Formulada en términos groseramente ominosos, la cuestión sería ésta: ¿puede ser presidente de la Generalitat una persona nacida fuera de Cataluña? O, más ominosamente aún -o más anticuadamente, puesto que el término ha caído en desuso-, ¿puede un charnego ser presidente de la Generalitat? La respuesta afirmativa a esta pregunta es unánime; también parece unánime el juicio de que no sólo es posible que un charnego presida la Generalitat, sino que además es saludable. Así, Cecilia Dupuy, lectora de Barcelona, sostiene que Montilla encarna "la rica diversidad que es Cataluña" y que "esa imagen de diversidad urge para que Cataluña no se sienta más víctima y para que todos los ciudadanos tengamos igual categoría". Por su parte, Ramón Marcos Allo, miembro de Socialistas en Positivo, afirma que su grupo apoya la candidatura de Montilla, "pues precisamente lo que esta corriente viene defendiendo desde su constitución es la necesidad de que la Cataluña sociológica tenga un fiel reflejo en las instituciones". A estos argumentos suelen añadirse otros: que la presencia de Montilla en la Generalitat rompería la endogamia social en que se asfixia la política catalana, dominada desde no se sabe cuándo por un puñado de familias; que la presencia de Montilla animaría a participar en las elecciones autonómicas a quienes, muchos de ellos hijos o nietos de la inmigración española de los años cincuenta y sesenta, se inhiben en ellas, pero participan en las elecciones generales… Mi quiosquero lo resumió así el otro día: "Votaré a Montilla para la Generalitat por los mismos motivos por los que votaría a un catalán para presidente del Gobierno español".

Todos estos razonamientos son bienintencionados y atendibles, pero no estoy seguro de que todos sean válidos. Para empezar porque ¿quién que es en Cataluña no es charnego? Quiero decir que aquí, en cuanto rascas un poco, sale un charnego, se llame Pujol, Maragall o Bellmunt. La imagen de uno de esos "chavas nacidos en el sur" que se hablan en catalán en un poema de Gil de Biedma -"que la ciudad les pertenezca un día", pide el poeta- o de un heredero del Pijoaparte convertido en presidente de Cataluña es bonita, pero no pasa de ahí: recuerden que hasta el mismísimo Carod-Rovira es, si no me engaño, un charnego, y eso no le convierte en mejor político ni en más deseable su candidatura a la Generalitat. Pensar que los hijos o nietos de los emigrantes andaluces de los años cincuenta y sesenta van a votar a Montilla por el mero hecho de que sea de Córdoba es ignorar la evidencia de que esos hijos o nietos de emigrantes ya son catalanes, y además considerarlos idiotas: no faltará el memo que vote a Montilla por su origen, pero quienes no se chupan el dedo sólo le votarán si confían en que desde la Generalitat puede arreglar sus problemas. Y por supuesto, es una ingenuidad creer que un andaluz en la Generalitat curará la hispanofobia de ciertos catalanes, como lo es creer que un catalán en la presidencia del Gobierno español curaría la catalanofobia de ciertos españoles: el cretinismo no tiene fácil cura. Por lo demás, los catalanes que no hemos nacido en Cataluña no podemos dejar de percibir en todo esto un ofensivo tufillo paternalista, más o menos como el que sienten muchas mujeres con el asunto de las cuotas. Nada de golpecitos en la espalda, por favor; nada de entrañables apelaciones a los ancestros: lo que queremos es un señor que se deje de monsergas y haga bien su trabajo. Da igual si se llama Pujol, Maragall o, para el caso, Montilla.

Archivado En