Reportaje:PRIMERA PARTE

Españoles de Oriente

Espías, científicos, peregrinos, diplomáticos, aventureros.Todos viajeros. Los españoles que desde la Edad Media hasta el siglo XX recorrieron Oriente Próximo dejaron páginas inolvidables en las que aventuras fascinantes y conocimiento ilustrado van de la mano.

¿Quién no ha soñado alguna vez con lugares tan míticos como Babilonia, Persépolis, Palmira o Nínive? ¿Quién no ha envidiado a los intrépidos viajeros de los siglos XVIII y XIX que entre peligros, privaciones, caravanas y aventuras mil recorrieron tan sugerentes lugares de Oriente? Si es uno de estos soñadores, si en algún momento quiso ser un Burton o una Gertrude Bell, un Chateaubriand o un más romántico Flaubert, está de suerte. Prepárese para gozar y sufrir de envidia, porque la primera exposición que se hace en España sobre Oriente Próximo antiguo le descubrirá a los viajeros españoles que...

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¿Quién no ha soñado alguna vez con lugares tan míticos como Babilonia, Persépolis, Palmira o Nínive? ¿Quién no ha envidiado a los intrépidos viajeros de los siglos XVIII y XIX que entre peligros, privaciones, caravanas y aventuras mil recorrieron tan sugerentes lugares de Oriente? Si es uno de estos soñadores, si en algún momento quiso ser un Burton o una Gertrude Bell, un Chateaubriand o un más romántico Flaubert, está de suerte. Prepárese para gozar y sufrir de envidia, porque la primera exposición que se hace en España sobre Oriente Próximo antiguo le descubrirá a los viajeros españoles que desde la Edad Media hasta comienzos del pasado siglo recorrieron aquellas tierras. Aventureros, espías, estudiosos, diplomáticos, científicos, marinos o simplemente curiosos. Nombres y peripecias, rocambolescas en ocasiones, de unos viajeros que a golpe de tesón y empeño relataron la historia de su personal descubrimiento de Oriente, un mundo entonces lleno de sensualidad y misterio. Y pocos los conocen.

Benjamín de Tudela creyó que el Zigurat de Borsippa era la torre de Babel al verlo rajado por el 'rayo de Dios'
"Rivadeneyra pudo ser el Burton español, pero sus sorprendentes libros permanecen en un injusto olvido"
"Las tablas de Nínive son muy importantes. En la muestra está representada toda la historia de Mesopotamia"

Carmen Pérez Díe y Joaquín M. Córdoba, comisarios de la exposición La aventura española en Oriente (1166-2006). Viajeros, museos y estudiosos en la historia del redescubrimiento del Oriente Próximo antiguo, organizada por el Ministerio de Cultura, desbordan entusiasmo, quizá porque durante muchos años esa zona de Oriente ha sido la gran desconocida de la sociedad y estudiosos españoles. "Queremos que sea un aldabonazo para el redescubrimiento de la tradición española en Oriente". Como ambos señalan, los grandes descubrimientos de las ciudades de Asiria o Babilonia en el siglo XIX, con sus aportaciones a los museos de Berlín, París o Londres, nos resultan familiares, pero los asociamos a la proyección europea hacia Oriente en ese siglo. Y España estaba entonces al margen de la escena internacional. "Pretendemos rehabilitar un pasado que desde el punto de vista cultural y científico es de un enorme atractivo: la tradición viajera solidísima de viajeros españoles a Oriente, dentro de lo que podemos llamar literatura de viajes, y que es absolutamente desconocida. Por otra parte, recuperar y dar a conocer cómo se han formado las colecciones arqueológicas españolas, de un enorme interés desde el punto de vista cultural, arqueológico e histórico. Y finalmente, mostrar las aportaciones de la ciencia española en Oriente en los últimos 30 años", dice el orientalista Joaquín M. Córdoba, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid.

Y dentro de esa tradición viajera lo que subyace es la peripecia de unos personajes insólitos, audaces, cultos y aventureros que desde el Medievo hasta bien entrado el siglo XX dieron a la literatura nombres como el del valenciano Ibn Yubayr, creador de la Rihla -género de viajes en la literatura árabe- que salió de España en 1183 con dirección a La Meca y en su peregrinación recorrió Egipto, el mar Rojo, Arabia, Irak, Siria y Palestina. Andanzas que narraría a su vuelta en un libro que le haría famoso. Como Ruy González de Clavijo, embajador de Enrique III de Castilla ante el Gran Tamerlán, en 1403, que dejaría un apasionante manuscrito hablando de las maravillas de Constantinopla, las nieves de Anatolia e Irán y, finalmente, de los edificios dorados y azules de la lejana Samarcanda. O como el de Benjamín de Tudela, que a mediados del siglo XVI se plantó en Babilonia delante del zigurat de Borsippa y creyó que era la torre de Babel porque estaba rajada por la mitad, hecho que asoció con el rayo de Dios… Tudela fue el primer viajero de Occidente que en 1543, a su vuelta a España, describió la "torre de Babel" y las ruinas de Baalbek. Viajeros como García de Silva y Figueroa, que fue el primero en identificar la antigua Persépolis y en entender que los signos cuneiformes eran una escritura y no elementos ornamentales. Su manuscrito contiene la mejor descripción de la Persia del siglo XVII, con sus ciudades y ruinas.

Marinos cultivados como Gravina, que en el siglo XVIII y antes de la batalla de Trafalgar se dedicó a viajar por Turquía dejando escritas magníficas observaciones. O los viajeros del XIX, más cercanos en el tiempo aunque no menos desconocidos, si exceptuamos al catalán Domingo Badía, más conocido como príncipe Alí Bey, quizá el más famoso de nuestros viajeros decimonónicos. Aventurero y espía de la corte española en Marruecos -una rocambolesca misión alentada por Godoy-, entre 1803 y 1807 peregrinaría a La Meca y se adentraría por Egipto, Arabia, Siria y Turquía.

Badía, un ilustrado y el primer europeo que describió con detalle La Meca -aunque no el primero en entrar en ella-, nos dejó un magnífico y detallado libro de viajes por Oriente -reeditado en los últimos años y en alguna ocasión con sus espléndidos dibujos de ciudades, paisajes y monumentos- donde aborda cuestiones astronómicas, botánicas, arqueológicas y geográficas. Su retrato, disfrazado de príncipe abasí Alí Bey, personalidad que utilizó para infiltrarse en territorio musulmán, nos da idea del personaje que conoció en Alejandría el escritor francés Chateaubriand. Éste, que quedó encantado con el "turco", diría en su libro De París a Jerusalén que aquel viajero y astrónomo era "el más sabio y cortés del mundo".

Otro retrato, el del diplomático Adolfo Rivadeneyra, hijo del famoso editor, nos acerca la imagen del estudioso que dominaba once idiomas y dialectos, y que recorrió Ceilán, Irak, Siria y Persia, calculando la altura del arco de Ctesifonte o recogiendo ladrillos con inscripciones de Nabucodonosor. Producto de sus andanzas por desiertos, montañas y ciudades son dos libros en los que describe, además de paisajes y costumbres, las ruinas de Nínive, Nimrud o Persépolis. Hay una escena memorable, digna del orientalismo desenfrenado de la pintura romántica o prerrafaelita, pero que es puro documento: la entrada en Dizful (Persia) de la caravana del gobernador persa acompañado por Rivadeneyra, mientras los nativos sacrifican corderos a su paso. "Es una pintura real, compuesta por Pellicer con las instrucciones dadas por Rivadeneyra, y es una belleza, un cuadro que simboliza la aventura, la literatura, la ciencia y el valor personal", dice Córdoba.

Y no faltan entre los viajeros del XIX personajes insólitos como el entomólogo Manuel Martínez de la Escalera, que se recorrió en solitario y en condiciones de extrema dureza Anatolia, Siria, Irak e Irán con su cazamariposas recogiendo insectos y plantas para las colecciones del Museo de Ciencias. Hay que imaginárselo por aquellos parajes, durante meses y meses, organizando caravanas y también recorriendo cientos de kilómetros a pie…

Y ya en los años veinte, ¿qué decir de la peliculera historia del capitán Rafael Martínez Estévez, en la misma línea de un conde Almassy o Saint Exupery? Perdido en pleno desierto, entre Jordania e Irak, cuando se vio obligado a aterrizar por una avería en el avión, Martínez Estévez y su copiloto confiaron en que las patrullas británicas que seguían la ruta de Oriente les rescatarían, pero pasaban las horas y no les localizaban. Así que se echaron a andar por el desierto con un rifle, una pistola y apenas agua. Empezaron las llagas en los pies. Se separaron. El copiloto Calvo se quedó con el agua y las armas, y Martínez Estévez, con los pies destrozados y sin agua, siguió caminando en busca de los beduinos, en los que confiaba su salvación. Finalmente, cuando estaba rodeado de hienas y a punto de morir, logró que le rescataran los británicos (Una aventura en el desierto).

Todos ellos, y más, están reflejados en libros, manuscritos, mapas, documentos, objetos, cuadros y fotografías en la parte inicial de la exposición, cuya planta, diseñada por Jesús Moreno, está configurada como un barco. Azul y marrón. El mar y la madera de los barcos. Un recorrido sinuoso que quiere ser una metáfora del movimiento de las olas del mar y que permite al visitante marcar su propio itinerario. Y son maquetas de barcos y aviones las que marcan las separaciones entre siglos y etapas.

"En el XIX había españoles capaces de acometer empresas con el mismo entusiasmo y conocimiento de un Richard Burton, por ejemplo. La formación de Rivadeneyra era incluso mejor que la de Paul Emile Botta -el cónsul francés en Mosul que descubrió las ruinas de la ciudad de Sargón (antigua Dur Sharrukin) en 1843-, pero no pudo ser porque las apuestas diplomáticas españolas eran muy tímidas, y las dotaciones de las embajadas, ridículas", dice Córdoba.

Para Fernando Escribano Martín, investigador del Centro Superior de Estudios de Oriente Próximo y Egipto y estudioso de Rivadeneyra, el diplomático fue el más completo y maduro de nuestros viajeros. "Pudo ser el Burton español, y sin embargo, sus dos sorprendentes, interesantes y amenísimos libros de viajes permanecen en un inexplicable e injusto olvido. No sólo trata de describir lo que ve, comprender los pueblos que visita y la naturaleza que atraviesa; intenta también entender los porqués, obtener datos y dejar una idea clara tanto de lo percibido como de lo sentido. Son relatos cortos que entrelazan la descripción de los pueblos, su organización política, cómo viven y se relacionan, y su nexo con las civilizaciones y pueblos que les precedieron".

"Creo que la exposición supondrá un antes y un después en el conocimiento de la historia del Próximo Oriente en nuestro país", señala Carmen Pérez Díe, jefa del departamento de antigüedades egipcias y del Próximo Oriente del Museo Arqueológico Nacional. "Y poder conocerlo a través de los viajeros españoles es apasionante y muy de actualidad con lo que está pasando en aquella región. Todos los días vemos en las noticias que esos pueblos se pelean entre ellos, que se matan, que hay guerra, pero hay que situarlos en su contexto histórico y darnos cuenta de que son la cuna de la humanidad, de la civilización, donde nació la escritura, y que tienen una tradición histórica única en el mundo".

Pérez Díe, una reputada egiptóloga, pionera en España de las excavaciones en Egipto -dirige desde hace más de 20 años la misión española en Heracleopolis Magna-, cree que ha llegado el momento de acercarse a Oriente antiguo, cuyo conocimiento ha ido un poco retrasado en comparación con Egipto. "España empezó a intervenir en Egipto en los años sesenta con la campaña de Nubia en Asuán y desde entonces, con la llegada del templo de Debod y de piezas con las que se montó de nuevo la sala de Egipto en el Museo Arqueológico, hemos conocido mejor aquella cultura. Con Oriente quizá se ha tardado un poco más, sobre todo porque las obras que tenemos no son tan espectaculares o conocidas como las egipcias. Además es muy fácil viajar a Egipto, pero ir a algunos países de Oriente Próximo no lo es tanto". "Egipto casi se ha convertido en un objeto de consumo, el mundo occidental tiene una verdadera obsesión con ese país", señala el profesor Córdoba, "pero Oriente, que se encuentra, desde mi punto de vista, al mismo nivel y es tan atractivo o incluso más, nunca ha estado tan cercano. Jamás se había hecho en España una exposición de este tipo".

Las piezas que se exponen están todas en instituciones españolas. Se ha querido intencionadamente que sea así, sin recurrir a préstamos de otros países. Con los viajes, la parte más amplia de la exposición y la más desconocida, se ha hecho un importante trabajo de investigación y recopilación de datos, manuscritos, libros y objetos repartidos por diversos centros -Biblioteca Nacional, ministerios, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)- con un resultado sorprendente. "Se trata de valorar y recordar a aquellos viajeros que con muchísimo esfuerzo, trabajo y vocación intentaron abrir un camino de investigación en estos países; unas veces lo consiguieron y otras no", dice Pérez Díe. Un apartado que Joaquín M. Córdoba no duda en señalar como "bellísimo, interesante y único, porque todo el conjunto, tan complicadamente reunido, da idea cabal de lo que subyace en la historia española de los viajes a Oriente".

Organizada en tres partes, el viaje, el coleccionismo y las excavaciones modernas, la zona vinculada al coleccionismo contiene piezas de la Real Academia de la Historia, el Museo Arqueológico Nacional -90 piezas- y la abadía de Montserrat. Ladrillos, cerámicas, sellos cilíndricos, bronces y estelas de toda la región. Y aunque no hay piezas de la talla del Código de Hammurabi o de las espectaculares puertas azules y doradas de Istar, como reconoce Carmen Pérez Díe, "las tablas de Nínive de la Academia de Historia son muy importantes, y nuestra colección, una gran desconocida, es muy interesante porque reúne prácticamente todo el cronograma histórico del Próximo Oriente. El montaje está concebido como una estratigrafía, unas piezas encima de otras, para que pueda verse representada toda la historia de Mesopotamia. Hay ladrillos con inscripciones acadias, una colección muy bonita de Persia con las cerámicas de Tépé Sialk, los idolillos de Tell Brak (Siria) -donde estuvo Agatha Christie con su marido, el arqueólogo Mallowan- y objetos de Arabia y Yemen. No son piezas sensacionales, pero la gente no es tonta, y lo que se cuenta de los españoles que han estado en Oriente es muy atractivo. Es interesante ver lo que han hecho allí, lo que se hace y lo que puede hacerse".

Pérez Díe recalca cómo la muestra es también un reflejo de la evolución museística. "Al principio, los viajeros describían lo que veían y cogían algunas cosas. Luego, durante el siglo XIX se impuso el coleccionismo, la recogida de piezas que pasaron a los grandes museos del mundo de forma legal aunque se crea lo contrario. En Egipto, por ejemplo, la mitad de lo que se encontraba era para el país, y la otra mitad, para el arqueólogo. Ahora, nada de lo que se extrae se saca del país. Nuestro interés es absolutamente científico, se puede estudiar, trabajar y publicar, pero las piezas no salen del país".

La actualidad de la presencia española en Oriente, las excavaciones arqueológicas, figuran en la última parte de la exposición, fundamentalmente en paneles y fotografías de los yacimientos en los que trabajan distintas universidades españolas, aunque se incluirá la reproducción de algún yacimiento. Excavaciones como las realizadas por Miquel Molist, de la Universidad Autónoma de Barcelona, en Siria; Fernández Tresguerres, de la Universidad de Oviedo, en Jordania, o por el propio Joaquín M. Córdoba en Omán y Tell Mahus, cerca de Kirkuk (Irak), primera misión española en Mesopotamia. "Desde un año antes de la guerra de Irak, todas las excavaciones están cerradas, pero el proyecto sigue abierto. En el Museo de Kirkuk quedaron nuestros materiales y equipos de trabajo. Llevábamos 10 años trabajando, pero estamos en los comienzos porque entre el bloqueo y los bombardeos siempre estábamos cortando y reanudando. Es un centro excelente porque tiene grandes necrópolis en superposiciones de ciudades de distintas épocas, desde el inicio del tercer milenio y antes, hasta la época asiria y comienzo del periodo islámico. Teníamos unas expectativas magníficas, estábamos recuperando muchísimo material y la cooperación con los iraquíes era estupenda", dice Córdoba.

Este orientalista, buen conocedor de la zona, vive con dolor la actual situación de conflicto. "La arqueología moderna no puede ser ajena al mundo que le rodea, por eso vivimos y sufrimos los acontecimientos actuales. Y además está la experiencia del contacto directo con el paisaje y las personas".

Córdoba no puede pasar por alto el enorme despojo artístico y cultural al que está sometido Irak. "Se ha destruido muchísimo y se sigue destruyendo. Las fuerzas de ocupación no protegen los yacimientos, el Estado iraquí no tiene medios de hacerlo, y el tráfico de la mafia internacional de antigüedades está muy presente. Y todo el mundo sabe que el gran núcleo de distribución de obras de arte está en Suiza, que las grandes galerías de obras de arte de todo el mundo están en Ginebra. Sabemos que se están comprando archivos enteros expoliados… Las últimas fotos de satélites estadounidenses sobre las áreas de yacimientos son pavorosas".

La exposición coincide en el tiempo con el V Congreso Internacional de Arqueología del Oriente Próximo Antiguo, que se celebrará en Madrid, y por primera vez en España, hecho que supone un espaldarazo para la comunidad científica que trabaja en este campo desde los años sesenta. "Es como el bautismo de fuego, entrar en el circuito internacional de esta ciencia y el reconocimiento al trabajo de los orientalistas españoles. La exposición posibilita que se conozca nuestra historia científica en Oriente y que nuestros colegas perciban que estamos en una tradición, que estamos integrando nuestro pasado con el presente", asegura Córdoba.

La muestra, remata el comisario, tiene una filosofía: el conocimiento como lugar de encuentro. No es mal lugar, aunque sea más difícil de alcanzar que la mítica Samarcanda.

La exposición 'La aventura española en Oriente (1166-2006)' estará en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid desde el 6 de abril hasta el 25 de junio.

El catalán Domingo Abadía, más conocido como príncipe Ali Bey.ARCHIVO DE JOAQUÍN CÓRDOBA

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