Editorial:

El español en la UE

El director general de Traducción de la Comisión Europea, Karl-Johan Lönnroth, tiene previsto anunciar hoy a sus subordinados una redistribución de efectivos para el año entrante que supone un drástico recorte en el número de traductores de español. Con más del 25% de reducción según los planes previstos, la lengua de Cervantes se convierte, con mucho, en la más sacrificada de las 20 que ahora son oficiales en la Unión, al nivel de algunas otras habladas por una fracción de la española. No parece la mejor guinda para el pastel del cuarto centenario del Quijote.

La eurocracia de B...

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El director general de Traducción de la Comisión Europea, Karl-Johan Lönnroth, tiene previsto anunciar hoy a sus subordinados una redistribución de efectivos para el año entrante que supone un drástico recorte en el número de traductores de español. Con más del 25% de reducción según los planes previstos, la lengua de Cervantes se convierte, con mucho, en la más sacrificada de las 20 que ahora son oficiales en la Unión, al nivel de algunas otras habladas por una fracción de la española. No parece la mejor guinda para el pastel del cuarto centenario del Quijote.

La eurocracia de Bruselas se armará de números para defender su propuesta. Pero fuera de la anécdota de un alto funcionario que parece no saber lo que tiene entre manos -el director general asegura que el español es hablado en España por 30 millones de personas-, alguien más es responsable del desatino y algo habrá que hacer para evitarlo. El Gobierno ha dedicado atención preferente durante año y medio a defender nuestras lenguas vernáculas en las instituciones europeas. Está bien hecho, pero debía haber dedicado similar empeño a la lengua común de los españoles, y de cientos de millones de personas más, de lo que se ha aprovechado la burocracia bruselense.

Y no es que no hubiera señales de por dónde van los tiros en la política lingüística de la Comisión. A primeros de año ya fracasó otro intento de degradar a la lengua española. La ocasión llevó entonces al Ejecutivo a anunciar un plan de choque para la defensa y promoción del español en la capital de la UE y a La Moncloa a anunciar un acto de desagravio en el Instituto Cervantes de Bruselas, en el que Rodríguez Zapatero iba a estar acompañado del presidente de la Comisión, Durão Barroso.

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La ocasión cayó víctima de la vorágine de la negociación de los presupuestos comunitarios para el periodo 2007-2013, pero no estaría de más que ante este segundo intento de agravio, el Gobierno reincidiera en la idea. Ser riguroso y exigente, hacer saber a la Comisión Europea que el español, en plena expansión, es la segunda lengua internacional -y el segundo idioma más practicado por los europeos, según un reciente Eurobarómetro- es una obligación irrenunciable ante Bruselas, donde en ocasiones una percepción hiperburocrática de la realidad puede llevar a engendrar desvaríos semejantes.

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