Deià proyecta el espíritu de Robert Graves

McEwan, Bodganovich, McGough y Trueba, entre otros, hablan de su actividad creadora

Ian McEwan habló de los atentados del 11-S y de su última novela, Sábado. Cynthia Lennon contó de los días en que vivió con uno de los grandes músicos del siglo XX. Ben Sidran puso de pie a la gente con su piano. El poeta inglés Robert McGough leyó sus versos cargados de ironía. Beatriz de Moura y Antonio López Lamadrid contaron cómo va el mundo de la edición. David Trueba dijo de lo que pasa cuando se hacen películas. Y así sucesivamente, gente de la cultura del Reino Unido y España se juntó en la ciudad mallorquina de Deià desde el día 28 hasta ayer para contar historias en la segunda...

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Ian McEwan habló de los atentados del 11-S y de su última novela, Sábado. Cynthia Lennon contó de los días en que vivió con uno de los grandes músicos del siglo XX. Ben Sidran puso de pie a la gente con su piano. El poeta inglés Robert McGough leyó sus versos cargados de ironía. Beatriz de Moura y Antonio López Lamadrid contaron cómo va el mundo de la edición. David Trueba dijo de lo que pasa cuando se hacen películas. Y así sucesivamente, gente de la cultura del Reino Unido y España se juntó en la ciudad mallorquina de Deià desde el día 28 hasta ayer para contar historias en la segunda edición del festival Tertúlia@Deià. El director de cine Peter Bodganovich intervino el domingo.

James Stewart le contó un día a Bodganovich que una vez se le acercó un tipo, ahí en un minúsculo lugar de ninguna parte, y le dijo: Tú, tú dijiste aquel poema en aquella película. Efectivamente, lo había dicho, en un trabajo que se había estrenado 10 años atrás. Así que el célebre actor concluyó que lo que el cine tenía era eso: que atrapaba diminutos momentos de tiempo, que luego nos acompañaban todo el rato, como algo nuestro, como cosa propia.

Las cosas sucedieron así. Ya había caído la noche el pasado domingo, uno levantaba la vista y se veía la iglesia de Deià iluminada contra el cielo, y en una carpa blanca iba entrando la gente (Miquel Barceló, ahí entre el tumulto). El viento soplaba para darle un aire dramático al encuentro y Bodganovich apareció impecable: el pelo arreglado, las gafas y el pañuelo. Habló de pie, contó anécdotas, intentó transmitir qué diablos significaba el arte de contar historias, de hacer películas.

Hay dos hombres que entran en un cuchitril, se sientan uno frente al otro, hablan del tiempo, de fútbol, de automóviles. Una conversación aburrida. De pronto estalla una bomba. Y se produce un gran shock.

Podría ser, en cambio, que los dos hombres entraran en el cuchitril, que se sentaran uno frente al otro y que la cámara mostrara entonces, debajo de la mesa, una bomba con temporizador, y que la aguja avanzara impertérrita, segundo a segundo. Cada una de las aburridas palabras tendría otro sentido, y crecería la tensión hasta que la bomba explotara.

Se lo contó Hitchcock, y le dijo que prefería la segunda alternativa: los tres minutos de suspense frente a los 20 segundos del shock. Bodganovich dio un gran espectáculo. Imitó las voces de los actores y directores de los que trataba, y provocó carcajadas una detrás de otra.

Cita en un hotel

Una de las veces que entrevistó a Hitchcock, la cita fue en un hotel. Lo encontró junto a su mujer, ambos con los rostros sonrosados y 20 vasos vacíos de daiquiris. Lo invitaron a beber. No aceptó. Como insistieron, no pudo negarse. "You're not drinking your drink!" ("No estás bebiendo tu copa"), bramó poco después Hitchcock. Así que se la tuvo que tomar.

Luego cogieron el ascensor. En el piso 18 entró un grupo de personas. "La sangre había salpicado las paredes, se vació sobre el suelo, no dejaba de manar de su boca y su nariz", dijo Hitchcock cambiando drásticamente de conversación. Siguió dando detalles macabros. Luego comentó: "Así que tuve que cogerle la cabeza y le pregunté qué le había pasado". Justo en ese instante el ascensor llegó a la planta baja, se abrieron las puertas, nadie se movió. Hasta que tuvo que ser Hitchcock el primero en salir. Bodganovich lo alcanzó enseguida: "¿Y entonces qué le dijo?". "¿Qué me dijo quién?", preguntó el director de Psicosis. "El de la sangre", dijo Bogdanovich.

Pero sólo era una historia medida que Hitchcock contaba en los ascensores, y ahí quedó todo. Los trucos del suspense, el arte de la comedia, la importancia de los actores, los secretos de la iluminación. Bodganovich habló de los múltiples accidentes que intervienen en un rodaje (un perro que se cuela, un actor que olvida un parlamento, las nubes que cubren el sol y llenan de sombras la toma...) y que tantas veces refuerzan la intensidad de un momento, o lo hacen cómico, o lo llenan de ambigüedad. El cine está hecho de accidentes, dijo una vez. Y Orson Welles le contestó: "Y los directores somos los que gobernamos esos accidentes".

John Ford y su laconismo, Howard Hawks y su sentido de la medida, John Wayne, Cary Grant, Otto Premminger... De uno a otro fue saltando Bodganovich, a todos los imitó, el cine se hizo real en sus palabras, ahí en esa carpa de Deià.

Porque de eso se trata precisamente en este tipo de festivales. Un lugar, Deià, que ya sedujo a Ramon Llull y que fue la ciudad donde Robert Graves escribió muchas de sus grandes obras, y a la que fueron llegando en los sesenta un montón de artistas y escritores. Y allí se quedaron, y allí siguen muchos de ellos.

Después, unos cuantos invitados y un programa flexible. Este año, frente al de la primera edición, Tertúlia@Deià abrió su programa a la música. Así que cuando llegó Bodganovich el sábado le pidió a Ben Sidran que ensayaran unas cuantas canciones. Luego las cantó por la noche, en uno de los intermedios de la actuación del grupo local Pa Amb Oli, que llevan veinte años juntos y que tienen ya un repertorio de más de 2.000 canciones. Dos de los hijos de Graves, Joan y Tomás, forman parte del grupo.

Visita a un amigo

De historia en historia. Cuando Dorothy Stratten, la amante de Bodganovich, fue asesinada por su marido de un disparo con una escopeta de caza, el director de The last picture show encontró consuelo en un libro de Robert Graves, y fue a visitarlo a Deià. Estos días, Bodganovich ha vuelto al pequeño pueblo de Mallorca y quiso cantar. Lo hizo en esa carpa blanca, y su voz subió por las colinas, y llegó justo hasta la tumba de su amigo, que descansa ahí arriba, en el cementerio que se encuentra al lado de la iglesia, esa que se ilumina por las noches contra el cielo.

Nadie se ha olvidado de Robert Graves. Es cierto que los organizadores no quieren asociar necesariamente el evento a la figura del gran escritor. Prefieren recordar que es un lugar lleno de vinculaciones con la literatura. Desde muy lejos, con Ramon Llull, y más cerca a través de Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Martin Amis... Todos encontraron aquí paz e inspiración, acaso por la belleza del paraje, con las montañas que se levantan tan cerca y con el mar tan cerca también.

Deià fue además un lugar que atrajo como un imán a un sinfín de artistas de los años sesenta. Aquella época de utopías y de despropósitos, de voluntad de cambiar drásticamente las cosas, de vivir sin la urgencia y la tiranía de las ambiciones y la velocidad. ¿Qué contó Ian McEwan?, le preguntaron a uno de esos artistas, Arturo Rhodes. "Habló del 11-S y de cosas muy serias", contestó. "Quizá debieron preguntarle por temas más amables. Crisis, crisis, crisis, ya no saben hablar de otras cosas".

En la casa de otro artista, David Templeton, la figura de Robert Graves es omnipresente. Llegó a Deià y, desde ese momento, fue todas las semanas un día a atrapar en sus dibujos el rostro del escritor. Ahí está, dibujado desde puntos de vista muy distintos, y ahí sigue su espíritu en la ciudad, vagando por todas partes, dándole ese aire que tenían sus libros: el de volver atrás, ya fuera a Roma o a los mitos de tantas civilizaciones diferentes, para mostrar que los afanes y las preocupaciones de los hombres siguen siendo las mismas, iguales sus dolores y alegrías, y su temor por la muerte, el "asesino del tiempo", como dijo Cabrera Infante, y se recordó en Deià, poco antes de irse definitivamente.

Peter Bogdanovich durante su intervención en Deià.TOLO RAMÓN

Pequeño formato

Hay un pequeño pueblo en Gales, Hay On Wye, y fue ahí donde hace veinte años empezó todo. El lugar tiene ahora unos 3.000 habitantes y unas 64 librerías. Todos los años se celebra un festival literario. Llegan autores de diferentes lugares, pasan unos días, cuentan historias, hablan de sus proyectos y complicaciones, comen, beben, recorren los alrededores, se encuentran en los cafés. El secreto es el pequeño formato. La consigna: la lentitud. No hay prisa, lo importante es pasar un rato juntos. La idea de hacer algo semejante en Deià fue impulsada por Pamela Esterson desde hace ya un tiempo, y terminó por cuajar en la primera edición, que tuvo lugar en 2004, en parte por el decidido apoyo del editor Simon Finch. Esta vez el festival ha tenido un fuerte apoyo institucional, pero la atmósfera no ha variado. Lecturas de poemas, mesas redondas, entrevistas a escritores, propuestas atípicas (como la de Bodganovich) o intervenciones como la del escritor Tahir Sha, que habló "de sus encuentros con brujos hindúes, hombres pájaro peruanos, exorcistas de Marruecos y, más recientemente, con la policía secreta de Pakistán". Y luego, por la noche, concierto (y baile y jolgorio y lo que haga falta). Actuó Ben Sidran, luego fue el turno de Pa Amb Oli, Jaime Anglada lo hizo el domingo y ayer cerraron el festival Mother Gong y Metralletres (el nuevo espectáculo de Pau Riba y De Mortimers), pincharon unos DJ y se proyectó poesía audiovisual de Renato Sant Jordi.

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