Crítica:

La bioética como debate social

Ningún ser vivo quiere la muerte. Esto era así antes y lo sigue siendo ahora. Lo nuevo es que el hombre no está dispuesto a vivir a cualquier precio. Crecen las posibilidades de vivir más y ha crecido la conciencia del valor de la libertad como el derecho fundamental del ser humano. ¿Qué pasa cuando el dolor es insufrible o la calidad de vida está bajo mínimos y el hombre quiere hacer uso de su libertad para acabar la vida? Ésa es la pregunta que desencadena la reflexión de Victoria Camps, una experimentada filósofa moral, que aquí se enfrenta a temas como eutanasia o creación in vitro,...

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Ningún ser vivo quiere la muerte. Esto era así antes y lo sigue siendo ahora. Lo nuevo es que el hombre no está dispuesto a vivir a cualquier precio. Crecen las posibilidades de vivir más y ha crecido la conciencia del valor de la libertad como el derecho fundamental del ser humano. ¿Qué pasa cuando el dolor es insufrible o la calidad de vida está bajo mínimos y el hombre quiere hacer uso de su libertad para acabar la vida? Ésa es la pregunta que desencadena la reflexión de Victoria Camps, una experimentada filósofa moral, que aquí se enfrenta a temas como eutanasia o creación in vitro, que fueron un tiempo tabú y ahora están a la orden del día.

Son los temas de la bioética,

LA VOLUNTAD DE VIVIR

Victoria Camps

Ariel. Barcelona, 2005

221 páginas. 15 euros

una disciplina nueva porque parte de una actitud inédita del ser humano ante la vida y la muerte que el filósofo Ronald Dworkin resume así: "La vida no siempre vale más que la muerte". Esa novedad de nuestro tiempo supone un colosal desafío a la reflexión ética, desafío al que trata de responder la bioética. Hay que agradecer a Victoria Camps que haya bajado a la arena de asuntos tan conflictivos, pero que tanto afectan a la vida cotidiana, y que lo haya hecho con tanta claridad y finura.

Empieza reconociendo que para asuntos de esta importancia todo el mundo está convocado: la ciencia médica, la ética, el derecho, la política, y también el médico, el paciente y la sociedad. La autora oficia de maestra de ceremonias poniendo orden en este singular concurso. Convoca, en primer lugar, a los grandes principios morales que deben presidir todo este debate sobre lo que se puede y no se puede hacer. Van desde los imperativos categóricos kantianos a los derechos humanos, que podemos resumir en la ley de oro de la ética: "No hagas a los demás lo que no quisieras que te hicieran a ti". Es la ley del respeto, del reconocimiento mutuo, de la dignidad intrínseca del ser humano. Lo que pasa es que cada caso concreto es un mundo y el valor de los principios, con ser imprescindible, no es suficiente. Entendemos bien el "no matarás", pero disentiremos a la hora de qué significa matar. Para algunos, toda forma de eutanasia es un asesinato. El momento de la aplicación de los principios y, también, el de compaginar principios enfrentados, es el momento de la verdad. La filósofa moral lejos de escudarse en los principios propone para cuando llegue ese momento el ejercicio de la deliberación, es decir, el uso mancomunado de la razón, la del paciente y la del médico, la de la comunidad y la de los científicos. Sólo así, y paso a paso, podremos avanzar en la clonación terapéutica, en la manipulación genética o en los límites de la eutanasia.

No es éste un manual con recetas para situaciones clínicas límite. Es una reflexión ética exigente, práctica y clara. Victoria Camps pone en manos del lector sus conocimientos en la materia que son muchos y lo hace con la maestría de quien tiene el don de la claridad. El lector sabrá de Aristóteles y de Kant, de Rawls y de Habermas, pero también del Informe Belmont que inaugura la bioética al establecer unos principios que siguen vigentes: beneficencia, autonomía y justicia; y estará al corriente de lo más sustantivo en el debate contemporáneo sobre estos asuntos. No hay recetas pero sí unos criterios con los que el lector puede formarse una opinión propia si le toca enfrentarse a alguna de las situaciones analizadas.

La bioética, sobre todo tal y

como se cultiva en los países anglosajones, tiene una querencia liberal, que Victoria Camps atempera al hacer valer el interés común y el papel del Estado no para fijar lo que sea bueno o malo, sino para proteger el bien de las personas y garantizar la justicia, por ejemplo, en el acceso a los cuidados sanitarios. La mesura, tan aristotélica ella, que preside todo el discurso del libro, no impide a la autora ajustar cuentas decididamente con quien se encuentra en el camino: con los neopositivistas, por mimetizar la lógica de la ciencia; con los multiculturalistas, por relativistas; y con la escuela de Francfort "que no aportan a la ética más que pensamientos negativos". ¿No será esa "negatividad" reacción a una experiencia de investigación científica, protagonizada por muchos Mengele? Que uno de los padres del procedimentalismo, Habermas, limite el alcance de la deliberación hablando insólitamente de una "estructura ética de la especie", es decir, que plantee la naturalidad del nacimiento como condición de posibilidad de la moral individual, debería dar que pensar. Sin duda pesa en él la experiencia histórica hitleriana que convirtió al hombre en puro experimento, pero quizá también la necesidad de poner algún marco a la deliberación, como hacía el Aristóteles que cita Victoria Camps (deliberar sobre los medios no sobre los fines).

Un capítulo particularmente

brillante es el dedicado al cuidado. La medicina no sólo debe curar, sino también cuidar. El cuidado ha sido una virtud cultivada por la mujer debido a circunstancias no siempre queridas, pero una virtud que hoy tiene una importancia universal y debe formar parte de nuestro acerbo bioético a cargo lógicamente de hombres y mujeres.

Un libro oportuno y serio, de los que no abundan en castellano, y al que habría que emparejar con otro de otra mujer filósofa, mexicana esta vez, Juliana González, Genoma humano y dignidad humana (Anthropos, 2005).

Manifestación en favor de la eutanasia y de la enferma terminal Nancy Crick, en Gold Coast (Australia).AP

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