Columna

Un bacín llamado Cavallo

Se oculta tras una mirada fría, pero su pecho esconde una fosa clandestina de inocencia, y en su cerebro se manuscribe el catálogo de infamias que impartía con aplicación en la Escuela de Mecánica de la Armada. Qué espeluznante docencia de picañas, potros y asfixias por inmersión, en aquel Buenos Aires sentenciado al exterminio y el pillaje, por la indignidad y el vendaval de un fascismo cuartelero. Se oculta tras sus gafas, pero, en verdad, oculta sus miedos, su cobardía y su humillación; él, el joven marino impecable, que ordenaba tormentos y caídas libres de tantos secuestrados, en los sini...

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Se oculta tras una mirada fría, pero su pecho esconde una fosa clandestina de inocencia, y en su cerebro se manuscribe el catálogo de infamias que impartía con aplicación en la Escuela de Mecánica de la Armada. Qué espeluznante docencia de picañas, potros y asfixias por inmersión, en aquel Buenos Aires sentenciado al exterminio y el pillaje, por la indignidad y el vendaval de un fascismo cuartelero. Se oculta tras sus gafas, pero, en verdad, oculta sus miedos, su cobardía y su humillación; él, el joven marino impecable, que ordenaba tormentos y caídas libres de tantos secuestrados, en los siniestros vuelos sobre el mar; él, que se apropiaba de los bienes de sus víctimas, tras someterlas a atrocidades, sin más límite que la muerte, para, ya en su madurez y con una identidad de trápala, convertirse, en un arrogante y cínico capitán de empresa. Pero hoy, está aquí, en la prisión de Soto del Real, el sayón y torturador argentino Ricardo Miguel Cavallo, imputado de genocidio y terrorismo. A México, por conceder paladinamente su extradición, y al juez Baltasar Garzón por solicitarla en conciencia y pundonor profesional, se debe la fulgurante esperanza de una justicia universal, donde ningún predador de los derechos y libertades de las personas y de los pueblos, pueda ampararse en indecentes impunidades. Hace una semana, en Madrid, y en la presentación de la guía práctica de la Corte Penal Internacional (CPI), para uso de las víctimas, Robert Ménard, secretario general de Reporteros sin Fronteras y presidente de la Red Damocles, su instrumento judicial, declaró que "los verdugos no deben tener respiro. La lucha contra la impunidad debe ser universal", y Baltasar Garzón se refirió a las jurisdicciones nacionales, para reprimir los crímenes de guerra y contra la humanidad y el genocidio, por cuanto la CPI sólo intervendrá, cuando el Estado competente no tenga capacidad o voluntad de hacerlo. Se escapó Pinochet, con la connivencia de jerarcas y fiscales de alto copete y brazo en alto. Que no se escape ahora ese desperdicio llamado Cavallo.

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