Columna

Ganar homosexuales

Los heterosexuales llaman la atención por dos cosas. La primera afecta a los heterosexuales hombres, y consiste en creer que todo el monte es órgano, o, diciéndolo sin metáfora, que los homosexuales, por el hecho de sentir atracción hacia su propio sexo, desean a todos los hombres sin distingo de edad o físico. Por eso la comicidad de los chistes de maricas resulta a menudo tan patética, tan ridícula, basada como está en el convencimiento de que la suprema virilidad hetero peligra siempre que hay un gay campeando por los alrededores.

La segunda característica, más extendid...

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Los heterosexuales llaman la atención por dos cosas. La primera afecta a los heterosexuales hombres, y consiste en creer que todo el monte es órgano, o, diciéndolo sin metáfora, que los homosexuales, por el hecho de sentir atracción hacia su propio sexo, desean a todos los hombres sin distingo de edad o físico. Por eso la comicidad de los chistes de maricas resulta a menudo tan patética, tan ridícula, basada como está en el convencimiento de que la suprema virilidad hetero peligra siempre que hay un gay campeando por los alrededores.

La segunda característica, más extendida, tiene que ver con el proselitismo, y en ella se mezclan las leyendas sobre la condición mafiosa y subrepticia de la llamada (despectiva o suspicazmente) internacional rosa. Todas las tribus, fratrías y comunidades minoritarias, sobre todo si son mal vistas o están históricamente perseguidas, tienden a defenderse en grupo, a recalcar su mera existencia, pero eso no justifica la mala prensa que aún acompaña a las manifestaciones gays y lesbianas de calle, de palabra y de obra. Ahora estamos en la semana anual del Gay Visible, mas, ay del gay que se deje ver ostensiblemente, naturalmente, más allá de las celebraciones autorizadas. Parecerá un exhibicionista, o un propagandista de la fe homosexual.

La cuestión también se dirime en el campo de las artes. Hay excesos de celo en la lectura (homo)sexual de ciertos textos y obras del pasado, pero nadie con sensatez puede negar que la misma fuerza de la costumbre heterosexual ocultó o disfrazó el verdadero signo amoroso inspirador de muchos artistas. Dos nombres están ahora en polémica, Henry James y Haendel. Sendos libros de autoría norteamericana y universitaria quieren ganar al novelista y al músico para la causa gay, y el establishment se ha levantado en armas.

He leído, no íntegramente, Haendel as Orpheus (Harvard University Press, 2002), el extenso estudio de las cantatas de cámara haendelianas en el que su autora, la catedrática Ellen T. Harris, combina la densa erudición musicológica con las labores detectivescas, en un intento, ocurrente pero para mi gusto no convincente, de dar un sesgo homosexual a algunas obras compuestas en su etapa británica por el músico alemán. Harris husmea en los círculos de la nobleza seguramente homoerótica donde Haendel encontró su principal mecenazgo, y examina al detalle la letra y el espíritu órfico de ciertas cantatas y oratorios (Acis and Galatea, Esther) que, según ella, traslucen el perfil de un deseo por el propio sexo (same-sex desire). Como es catedrática, Harris es comedida; no afirma categóricamente, propone. Pero yo me he puesto los discos de estas maravillosas obras, los he seguido libreto en mano y no puedo decir que haya visto en ellas nada heterodoxo (ni manifiestamente heterosexual, tampoco).

El otro libro, Dearly Beloved Friends (University of Michigan Press, 2002), consiste en una amplia selección de cartas escritas por Henry James a cuatro amigos jóvenes, y los compiladores del volumen, Susan E. Gunter y Steven H. Jobe, tienen aquí un campo abonado. Para leer fervientemente al maestro no me hizo falta su sexualidad, aunque daba, según los días, envidia y grima saber que James nunca se acostó con nadie. El rumor empezó hace años, a raíz de la correspondencia inédita (y oculta) manejada por su último biógrafo, Sheldon M. Novick. James se habría pasado la vida en el armario y con las manos quietas, pero las encendidas cartas escritas a sus discípulos y protegidos no dejaban duda: aquello era amor más que pedagogía. También la obra narrativa de James lo apunta, sobre todo algún relato, como El pupilo. Nada ha de cambiar en el alto estatuto artístico de James la definición de sus sueños eróticos. Reconózcanme ustedes, sin embargo, sobre todo si son heterosexuales, que es doloroso leer, en una de las hermosas cartas de este volumen, dirigida por James al entonces jovencísimo aprendiz de escritor Hugh Walpole, lo siguiente: 'Sólo lamento, en mi helada edad, ciertas ocasiones y posibilidades que no aproveché'.

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