El mundo onírico de Picasso dialoga con sus orígenes prehistóricos a través del toro

La exposición de París confronta 100 obras del artista con 50 piezas etruscas y griegas

Picasso o la referencia obligada, Picasso o una de las llaves que abren todas las puertas de la historia de la cultura. El Musée Picasso de París abre hoy, y hasta el 4 de marzo, una exposición situada bajo la advocación de Mitra, una antigua divinidad iránica de la que se tiene una primera referencia a través de un texto cuneiforme del siglo XIV antes de Jesucristo. Picasso sous le soleil de Mithra es el nombre que recibe la propuesta, obra de varios comisarios, que reúne 100 obras del artista que se confrontan con 50 esculturas y cerámicas prehistóricas prestadas de varios museos.
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Picasso o la referencia obligada, Picasso o una de las llaves que abren todas las puertas de la historia de la cultura. El Musée Picasso de París abre hoy, y hasta el 4 de marzo, una exposición situada bajo la advocación de Mitra, una antigua divinidad iránica de la que se tiene una primera referencia a través de un texto cuneiforme del siglo XIV antes de Jesucristo. Picasso sous le soleil de Mithra es el nombre que recibe la propuesta, obra de varios comisarios, que reúne 100 obras del artista que se confrontan con 50 esculturas y cerámicas prehistóricas prestadas de varios museos.

Entre los comisarios que han participado en la exposición está el polémico Gérard Régnier, director del museo Picasso, también autor de textos belicosos contra el arte contemporáneo, gran especialista en Duchamp, crítico radical de todas las vanguardias y, de un modo muy especial, del surrealismo, personaje en el que conviven el funcionario modelo bajo el nombre antes citado y el polemista provocador bajo el de Jean Clair.

Ahora, Régnier-Clair, con la ayuda de los responsables en el Louvre de las llamadas 'antigüedades orientales' o del departamento de 'arte griego, etrusco y romano', propone que hagamos rápidos viajes a través de los siglos, que establezcamos puentes entre el París de la década de los últimos años treinta y Mesopotamia, que viajemos de la mano de Picasso, y con libros de Michel Leiris o Georges Bataille bajo el brazo, a la Roma de Adriano; que descubramos por qué el minotauro se transforma en centauro, la sangre en esperma, la muerte en vida.

En París se han reunido unas 100 obras -pinturas, dibujos, esculturas- de Picasso, procedentes en buena parte del propio museo de la capital francesa, pero también de colecciones particulares, de museos de Ginebra, Milán, Nueva York, Hamburgo, Berlín, Madrid (Reina Sofía) o Barcelona (el Picasso, claro), y se las confronta con 50 esculturas y cerámicas prehistóricas o antiguas prestadas por el Louvre, por la colección de George Ortiz, algunas instituciones suizas o el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. El toro es el personaje central del duelo, imagen clásica de los valores masculinos, a su poder para sembrar la desolación al tiempo que fecunda la tierra.

Política y compromiso

A principios de los años treinta, tras arremeter contra las formas tradicionales de representación, después de recuperar los modelos clásicos renovados, de pasar como un vendaval por los distintos ismos que marcan la primera mitad del siglo XX, Pablo Picasso se embarca en una búsqueda de trascendencia que le hace recorrer diversos caminos, ya sea el de la política y el compromiso bajo la guía del comunismo, ya sea el establecer conexiones con la vieja noción de sagrado, ya sea profundizando hacia atrás en el pasado o proyectándo hacia el futuro sus orígenes españoles.

A Picasso le gustaba servirse de fórmulas, sentirse español en la medida en que 'por la mañana vamos a misa, a media tarde a los toros y por la noche al burdel', o remitir los desastres contemporáneos, el bombardeo de Guernica o el sacrificio de los españoles republicanos en los campos de concentración, hacia una noción de tragedia, de destino, de enfrentamiento con los dioses, de lucha del hombre contra fuerzas que vienen de muy lejos, de la noche de los tiempos.

Régnier-Clair firmó, mediada la década de los noventa, una exposición temática -L'âme au corps- que se convirtió en una propuesta de referencia, un ejemplo de colaboración entre especialistas venidos de distintos horizontes -entonces biología y arte, ahora arte contemporáneo y expertos en prehisto-ria- para intentar enriquecer una reflexión sobre la creación artística que ha sido secuestrada por los especialistas y que parece ahogarse en su ensimismamiento.

Pulsiones

Picasso sous le soleil de Mithra pone y expone los sueños eróticos del genial pintor malagueño en contacto con algunos ritos ancestrales, con la noción de sagrado expuesta por Roger Caillois. Y nadie como él logra enriquecer de nuevo la iconografía taurina, sacarla del pintoresquismo para devolverle una divinidad salvaje. Picasso logra que su toro y su torero intercambien papeles, que él pueda ser figura femenina, que el monstruo se feminice, que la imaginación del artista plasme una simbiosis que nadie había logrado antes de sexo, muerte y religión; que los tres temas adquieran densidad a través de su imbricación.

Y cada uno de ellos, abordado sin tapujos, de manera frontal, tal y como lo ha probado luego la exposición Picasso erotique o nos lo repite también estos días, en Nantes, en el museo de Bellas Artes, otra aventura picassiana, en este caso centrada exclusivamente en la pintura y en el período 1962-1973, ocaso del vigor y del deseo, manifestación desesperada de ambas cosas, a veces casi desde el más allá.

Picasso aparece en los tres casos, bajo la luz cenital y esclarecedora de Mitra, bajo el inventario de las pulsiones guardadas secretas durante tiempo o a través de una voluntad inagotable de seguir creyendo en la pintura y en la figura, como el artista en el que se resume el siglo XX. En Nantes o en las obras eróticas tenemos la oportunidad de descubrir obras desconocidas, hasta ahora no expuestas, mientras que en París la comparación o el diálogo a través de los siglos también le da una nueva actualidad.

Mitra y el origen de la vida

Mitra es un Dios que llegó a Occidente a través de griegos y romanos, por la vía de la civilización helenística, procedente de Oriente. Allí había arrancado como una divinidad de los harrabitas, una divinidad referida a la luz. Ese Dios es representado a menudo matando a un toro cósmico cuya sangre da origen a la vida. En Persia, Mitra se convierte en el dios Sol y su culto se organiza. El iniciado tenía que acceder a siete grados de perfección antes de entrar en contacto con la revelación.Para los descreídos romanos Mitra se convirtió en un dios mayor y su culto fue erigiendo templos en todo el territorio del imperio. Si eso fue así, si se expandió rápidamente y desapareció también de manera vertiginosa eso se debe a que era una religión reservada a los hombres y que acompañó a soldados y centuriones, una religión casi oficial para un Estado imperial. Cuando el imperio entra en crisis, cuando las legiones dejan de vencer, Mitra también deja de ser la gran referencia religiosa. El cristianismo y Jesucristo van a reemplazarle como creencia mucho más adecuada a los nuevos tiempos. Picasso, a través de la figura del toro sacrificado, del círculo de arena amarilla del coso taurino y del pavoneo erótico del torero, redescubre el potencial simbólico de Mitra y no lo hace, como en el caso del arte negro, para nutrir sus formas, sino también para enriquecer su conexión con la Historia.

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