Columna

Globalizar la solidaridad

La intervención armada en Afganistán debería acabar con el régimen de los talibanes con lo que se habrá librado al mundo de uno de los sistemas políticos más siniestros -el genocidio cultural y la abyecta condición reservada a la mujer bastan para probarlo- de la época contemporánea. Su sustitución por una estructura concertada de los distintos grupos étnicos y de las diversas opciones políticas que existen en el país será un importante paso adelante. En beneficio, en primer lugar, del propio islam del que los talibanes son una caricatura tan monstruosa como lo fueron del marxismo los jemeres ...

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La intervención armada en Afganistán debería acabar con el régimen de los talibanes con lo que se habrá librado al mundo de uno de los sistemas políticos más siniestros -el genocidio cultural y la abyecta condición reservada a la mujer bastan para probarlo- de la época contemporánea. Su sustitución por una estructura concertada de los distintos grupos étnicos y de las diversas opciones políticas que existen en el país será un importante paso adelante. En beneficio, en primer lugar, del propio islam del que los talibanes son una caricatura tan monstruosa como lo fueron del marxismo los jemeres rojos en el sudeste asiático; en segundo término, de la estabilidad geopolítica de una de las zonas de más elevado riesgo bélico del planeta. Pero, con ello, aunque añadamos la captura de Osama Bin Laden, no habremos puesto fin al terrorismo integrista islámico ni a los émulos, que al amparo de la guerra y de su manipulada mediatización, le están naciendo desde otras obediencias étnicas y religiosas. Por lo que, más allá de la eficacia de las medidas de represión y control, sean de naturaleza militar o policiaca, la acción preventiva tendría que haber comenzado ya en los ámbitos financiero, ideológico y estructural-alternativo.

Lo que no está sucediendo, pues en el primero, lejos de poner en marcha medidas contra el entramado financiero del crimen, se están reforzando sus trincheras, tal y como acaba de suceder en Italia, de la mano del señor Berlusconi, cuyas dos últimas leyes facilitan las actividades de la economía criminal. Al igual que acontece con las cuentas numéricas y los paraísos fiscales, tan vituperados como florecientes, y con la oposición de Bush Jr. al Tribunal Penal Internacional que tan mal se compadece con su propósito de juzgar a Bin Laden. Por lo que toca al segundo, la tarea más urgente es la pacificación ideológica del enfrentamiento ideológico al que tanto han contribuido los Estados Unidos y sus alianzas con los grupos islámicos más extremistas durante la segunda mitad del siglo XX. Pues, como nos recuerda Tariq Alí, en Le Monde Diplomatique de octubre, Norteamérica, por una parte, ha apoyado sistemáticamente a las fuerzas más integristas frente a los líderes progresistas: los Hermanos Árabes contra Nasser en Egipto; la organización radical Sarekat-Islam contra Sukarno en Indonesia; los musulmanes integristas de El Jamaati contra Benazir Butto en Pakistán; Osama Bin Laden en Afganistán contra Najibullah, etcétera. Y por otra, ha confiado a sus ideólogos de guardia el lanzamiento, vía choque de civilizaciones, de la cruzada antiislámica. Un mundo injusto y desgobernado es el caldo de cultivo más propicio para el terrorismo. Frente a él, hay que ofrecer alternativas a la desigualdad y al desorden inspiradas en la justicia y la solidaridad. Comenzando con las que tenemos más a mano.

Esta semana, en la cumbre de los Microcréditos en México, cerca de 3.000 personas procedentes de 137 países y representando a más de mil organizaciones, han confrontado sus experiencias y debatido sobre los procedimientos para aumentar la sinergia de sus respectivas acciones. Su objetivo es extender a 100 millones el número de beneficiarios de sus microcréditos para los más pobres, que ha rebasado ya la cifra de 40 millones. Esta semana también en Quebec, por iniciativa de la Red de Economía Solidaria del Perú y del Grupo de Economía solidaria de Quebec, ha tenido lugar el II Encuentro Internacional sobre globalización de la solidaridad que quiere consolidar el proyecto que se lanzó en Lima en julio de 1997. Se trata de agrupar las múltiples iniciativas de economía social y solidaria que existen en los ámbitos local y nacional y de crear una verdadera cooperación internacional entre el Norte y el Sur. Han acudido a la cita más de 400 organizaciones de más de 60 países con el propósito de establecer una coordinación y un secretariado permanentes. La reivindicación de la economía como un espacio plural, en el que junto a la expresión mercantil y monetaria haya otras formas posibles de producción y distribución de bienes y servicios, es una vía, hoy todavía modesta pero ya abierta, que para quienes postulamos una globalización alternativa merece ser conocida y ayudada.

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