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Las formaciones G

Cumbres borrascosas de los más ricos

EL PRIMER EFECTO DE LA GLOBALIZACIÓN es político, no económico, y tiene que ver con el centro del sistema: con la democracia. Hay un alejamiento de los ciudadanos de las principales decisiones que se toman en su nombre, lo que implica debilidad de la democracia, falta de calidad de la misma. Los ciudadanos no se sienten representados por quienes se reúnen, cada vez más aislados, y marcan tendencias, coyunturas. Por ello, las cumbres unilaterales son progresivamente más sospechosas y están destinadas, per se, al fracaso.

El G-8 de Génova (los siete mandatarios más ricos del mundo,...

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EL PRIMER EFECTO DE LA GLOBALIZACIÓN es político, no económico, y tiene que ver con el centro del sistema: con la democracia. Hay un alejamiento de los ciudadanos de las principales decisiones que se toman en su nombre, lo que implica debilidad de la democracia, falta de calidad de la misma. Los ciudadanos no se sienten representados por quienes se reúnen, cada vez más aislados, y marcan tendencias, coyunturas. Por ello, las cumbres unilaterales son progresivamente más sospechosas y están destinadas, per se, al fracaso.

El G-8 de Génova (los siete mandatarios más ricos del mundo, escondidos en la estrecha zona roja de una ciudad: ¿qué iconografía es más análoga a un nuevo asalto al palacio de Invierno?), la suspensión de la reunión del Banco Mundial en Barcelona, el acuerdo de celebrar la próxima cumbre en un picacho de las Montañas Rocosas, casi fuera del mundo, o la próxima reunión de la Organización Mundial de Comercio en un país tan poco central como Qatar, muestran ocultación, mala conciencia. Las declaraciones retóricas hacia la comprensión de lo que piden los antiglobalización indican mala conciencia. Los líderes de los países más ricos ceden terreno en sus manifestaciones públicas, aunque no en las políticas que aplican.

El principal efecto de la globalización es político, no económico: el alejamiento de los ciudadanos de las decisiones que toman quienes no les representan. Las reuniones del G-7, en su actual formato, están llamadas a morir.
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¿Se ha acabado en Génova la época de las formaciones G, en la terminología de Jacques Polak? Estas formaciones nacieron en 1975, en Rambouillet, donde se crea el G-5 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia y Gran Bretaña); tiene su continuidad en el G-7 diez años después, con la adhesión de Canadá e Italia (el acuerdo del hotel Plaza, en Nueva York, para devaluar el dólar fue su carta de presentación), y su desiderátum en el G-8 (se une, sólo para algunos temas, la Rusia de Yeltsin) en la cumbre de Denver, en 1997. Una vez se ha reunido el G-20, sin apenas repercusión pública de sus reflexiones y, por supuesto, sin capacidad ejecutiva.

En su origen, las formaciones G sustituyeron a las instituciones de Bretton Woods -fundamentalmente al FMI- como fórmula de coordinar las políticas económicas nacionales. El FMI se había quedado vacío de contenido fundacional al romperse el sistema monetario internacional en 1973. Desde entonces se ha dedicado a paliar, con desigual fortuna, las crisis de liquidez o de solvencia de distintos países, la mayor parte de ellos en transición hacia la economía de mercado, emergentes o del Tercer Mundo. Hubo un momento, en la primera mitad de los años ochenta, en el que las formaciones G fueron mal vistas por motivos opuestos a los de ahora. Margaret Thatcher y Ronald Reagan las consideraban una interferencia en la soberanía absoluta de los mercados. Sólo torcieron su ideología ultraliberal cuando los desequilibrios macroeconómicos afectaron a EE UU, Japón y Alemania, es decir, al centro del sistema; en aquellos momentos, el déficit por cuenta corriente de EE UU, del 3% del PIB, tenía como contrapartidas los superávit de Japón y Alemania, del 5% y del 4%. El keynesianismo de derechas de Reagan (reducciones de impuestos a los más ricos y aumento del gasto militar) había llevado a EE UU a la catástrofe y había que intervenir. Ya se sabe: libertad, mientras los beneficios suben...

Las preguntas que hay que hacerse ahora tienen que ver con la representatividad del G-8 y su capacidad para revolver los problemas. ¿Por qué siete de los principales países desarrollados han de influir en las asambleas del FMI y del Banco Mundial, que se celebran a continuación de sus cumbres, y no han de ser estos organismos reguladores -reformados, democratizados- los que asuman las coordinaciones necesarias? ¿No es necesario escuchar al resto de los países miembro de estas instituciones cuyo ecumenismo se pretende reforzar? ¿No es un fraude hablar de globalización y al mismo tiempo del G-7? ¿Por qué los siete grandes han de tener un ámbito diferenciado e inorgánico de encuentro?

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