El Coliseo de Roma recupera su pasado a través de los gladiadores y el circo

Una exposición, que se inaugura hoy, reúne un centenar de objetos sobre esa época

En el mejor de los casos, los gladiadores llegaban a cumplir 30 años, y pasaban la vida encerrados en cuarteles, sometidos a un ritmo durísimo de entrenamientos, aunque, según algunos historiadores, la media de espectáculos en los que participaban era sólo de dos veces al año. No se sabe cuántos fueron en la época de esplendor de este tipo de lucha cuerpo a cuerpo, pero la escasez de datos históricos y documentales no ha sido un serio inconveniente a la hora de organizar la exposición, que se inaugura hoy y que se podrá visitar hasta el 7 de enero.

La dura vida de estos luchadores profe...

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En el mejor de los casos, los gladiadores llegaban a cumplir 30 años, y pasaban la vida encerrados en cuarteles, sometidos a un ritmo durísimo de entrenamientos, aunque, según algunos historiadores, la media de espectáculos en los que participaban era sólo de dos veces al año. No se sabe cuántos fueron en la época de esplendor de este tipo de lucha cuerpo a cuerpo, pero la escasez de datos históricos y documentales no ha sido un serio inconveniente a la hora de organizar la exposición, que se inaugura hoy y que se podrá visitar hasta el 7 de enero.

La dura vida de estos luchadores profesionales, la mayoría de ellos esclavos o prisioneros, algunos hombres libres, que levantaban pasiones en la Roma republicana y en la imperial hasta finales del siglo IV después de Cristo, se refleja en un centenar largo de objetos, desde maquetas decimonónicas del propio Coliseo y reconstrucciones pictóricas de su antiguo esplendor a frescos, fragmentos de inscripciones, mosaicos y bajorrelieves encontrados en tumbas de notables, en otros anfiteatros romanos y en ruinas famosas. Pero todo este material, cuidadosamente recogido, no despertaría el interés que despierta si no fuera porque se exhibe en una de las galerías del propio Coliseo.

Atravesar los arcos de entrada y subir los dos tramos de escaleras empinadas hasta el primer nivel del edificio produce una genuina emoción. Y es que el Coliseo, el monumento más visitado de Roma, por delante, incluso, de la basílica de San Pedro, pese a haber sido despojado a lo largo de sus casi dos mil años de historia de mármoles, estatuas y placas conmemorativas, no ha perdido capacidad de impresionar. Bajo el techo altísimo, abovedado, del amplio corredor, los elementos más banales, como el cuadro que reproduce los templos y jardines de esta zona de la Ciudad Eterna, en tiempos de Nerón, antes de servir de suelo al Coliseo, resultan fascinantes. Pero el visitante no sabrá a dónde mirar cuando suba los dos tramos de escalera escarpada que llevan a la exposición, si a las maquetas del anfiteatro, a los antiguos frescos, a los bajorrelieves y monedas del imperio que reproducen el esplendor arquitectónico del Circo Flavio o al panorama espléndido del sol poniente sobre la colina del Celio, donde se conservan los restos de la Domus Aurea del emperador Nerón.

El material principal de la muestra, el que sitúa al visitante de golpe en ese pasado de barbarie y belleza, procede de Pompeya y del anfiteatro de Capua, en la región de Campania, en el sur de Italia, donde, según las crónicas, nació la lucha de gladiadores, probablemente como un legado de los antiguos etruscos, y en todo caso, ligada a ceremonias funerarias.

Del anfiteatro de Capua se exhibe un Adonis estilizado cuya belleza contrasta con la ferocidad de las escenas de lucha que se recogen en algunos de los bajorrelieves encontrados en monumentos funerarios en el sur del país. De Pompeya, de la casa de Actius Anicetus, procede también la pintura al fresco que reproduce una de las primera batallas campales entre tifosi que recoge la historia. La que se organizó entre pompeyanos y vecinos de Nocera, del año 59 después de Cristo. Del cuartel de los gladiadores de la ciudad sepultada por la lava del Vesubio han llegado también una quincena de yelmos y espinilleras de bronce, puñales y muñequeras, y algún escudo, delicadamente decorados, con los que se protegían los gladiadores en las feroces luchas, que no siempre terminaban con la muerte de uno de los dos contendientes. Bajo los yelmos de bronce se escondía, a veces, un senador o un rico ciudadano, porque la afición por la lucha llegó a prender en todas las capas sociales, y contagió incluso a un emperador, Cómodo, que combatió en la arena.

La imponente planta, los gruesos muros de piedra travertina del Coliseo, recién recuperado tras una cuidadosa rehabilitación que ha costado (al mecenas privado, la Banca de Roma) más de 3.000 millones de pesetas, se ofrece ahora, tras la breve temporada teatral del verano pasado, a los visitantes a través de estos oscuros personajes que lo hicieron famoso en el pasado.

Vista general del Coliseo de Roma.

Una tumba propia

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