'Copyright' contra derechos de autor

L'AMI c'est l'ennemi (El amigo es el enemigo). Con este juego de palabras que aprovecha que Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) tiene unas siglas que, en francés, significan amigo, los autores, realizadores y productores reunidos en el ARP organizaron, en 1998 y con la colaboración de sus colegas europeos, un combate victorioso contra la aplicación del AMI y en defensa de la llamada "excepción cultural" o "soberanía cultural". Ahora, a finales de octubre, en la localidad francesa de Beaune, los profesionales del sector audiovisual volverán a reunirse para plantearse una est...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Tradición europea

Más información

L'AMI c'est l'ennemi (El amigo es el enemigo). Con este juego de palabras que aprovecha que Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) tiene unas siglas que, en francés, significan amigo, los autores, realizadores y productores reunidos en el ARP organizaron, en 1998 y con la colaboración de sus colegas europeos, un combate victorioso contra la aplicación del AMI y en defensa de la llamada "excepción cultural" o "soberanía cultural". Ahora, a finales de octubre, en la localidad francesa de Beaune, los profesionales del sector audiovisual volverán a reunirse para plantearse una estrategia común ante los problemas que presentan las nuevas tecnologías.A priori coexisten dos lógicas, no antagónicas pero sí de difícil conciliación: la del copyright cara a la tradición anglosajona, y la de los derechos de autor, propia de buena parte de Europa. La primera quiere que el autor o intérprete venda, de una sola vez y para siempre, todos sus derechos respecto a la obra en la que ha participado. La proliferación de nuevos sistemas de difusión -cable, satélite, Internet, vídeo, DVD- hace que hoy los artistas quieran negociar de otro modo su trabajo.

La multiplicación de canales, de sistemas de transmisión, de soportes, permite imaginar una vida más prolongada o más amplia de las obras y pone en cuestión los viejos contratos.

Un productor -o un director, o el intérprete que firmó con el productor, o el músico- podía haber vendido a una determinada sociedad sus derechos sobre una obra pensando que sólo iba a ser explotada por televisión hertziana pero luego descubre que de ella se han hecho casetes de vídeo, DVD, juegos interactivos, discos compactos, y que es factible verla varias veces al año gracias al cable, a veces recurriendo a la teletaquilla, otras al simple abono mensual, que en Internet esa obra también es accesible y que, en definitiva, la vida comercial y artística de la obra es otra de la que preveía el copyright.Los derechos de autor, al margen del salario que el artista haya convenido en su momento con quien le emplea, permiten que los creadores -directores, actores, músicos, guionistas- cobren una cantidad cada vez que el filme es proyectado o emitido, sea en el soporte o medio que sea. Esta tradición europea privilegia la existencia de la ley frente al contrato entre particulares, que manda en el universo anglosajón.

El sistema de derechos de autor topa ahora con el predominio anglosajón en el sector pero también y sobre todo, con los cambios que impone la explosión tecnológica. En Beaune intentarán renovar fórmulas y criterios.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En