Tribuna:

Exilio

A los que no se habían ido les cerraron la boca, y los del exilio hablaron sin eco; España fue un país dominado por la tortura del miedo, y por la tortura misma. Fue nuestro universo cotidiano, y sucedió aquí, no fue en el extranjero ni fue en la Luna, y hubo, para que se produjera aquel desastre, una multitud de cómplices satisfechos. Muchos lo recordamos, no lo podemos olvidar: pasaba todos los días, en cualquier sitio un compañero tuyo había sido torturado en comisaría por repartir octavillas, por reunirse sin permiso, por hablar. Lo que luego pasó en Chile o en Argentina, lo que ahora suce...

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A los que no se habían ido les cerraron la boca, y los del exilio hablaron sin eco; España fue un país dominado por la tortura del miedo, y por la tortura misma. Fue nuestro universo cotidiano, y sucedió aquí, no fue en el extranjero ni fue en la Luna, y hubo, para que se produjera aquel desastre, una multitud de cómplices satisfechos. Muchos lo recordamos, no lo podemos olvidar: pasaba todos los días, en cualquier sitio un compañero tuyo había sido torturado en comisaría por repartir octavillas, por reunirse sin permiso, por hablar. Lo que luego pasó en Chile o en Argentina, lo que ahora sucede en Perú -desaparecidos, torturados, perseguidos, exiliados-, también ocurría aquí, y no hace tanto. Para los que vivíamos pendientes del extranjero, el tremendo exilio era una paradójica esperanza: como dijo León Felipe, ellos se habían llevado la canción y desde aquí tratábamos de saber cómo sonaba. En medio de esa situación de veras inolvidable eran el exilio y los exiliados la frontera abierta, la palabra peregrina de un país sin esperanza; a partir de los años setenta no sólo se fue muriendo la dictadura, sino que empezaron a retornar los exiliados y este país fue recomponiendo su memoria, perdonándose, pero recordando. Una revista, Cambio 16, cuyo fundador, Juan Tomás de Salas (fue exiliado en Colombia, por cierto), acaba de morir, contribuyó a juntar la España que se fue con la que se quedó, y este país recobró una voz común, con memoria pero sin ira. Hasta que por fin, para molestia de algunos, pero para satisfacción de la mayoría, éste se hizo un país normal, del que se entra y se sale, en el que se opina y se discrepa, se manifiesta y se junta como le da la real gana. ¿Como le da la real gana? No es verdad, esa ilusión no obedece a la realidad, y el símbolo de que esto no es así, todavía y hasta cuándo es, por ejemplo, Mikel Azurmendi, un ciudadano que enseña y que ha de exiliarse; otro símbolo es su compañero Aurelio Arteta; son símbolos Juaristi y Savater, y, en general, son metáfora de que esto no es así todos los que padecen, de una manera brutal, como en el centro de una diana, en este momento y en Euskadi, la larga mano del fascismo que un día exilió a unos y ahora exilia -cuando no mata- a los mismos y con otras manos. Siempre abiertas para matar.

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