Tribuna:

Mi siglo

El último premio Nobel, Günter Grass, acaba de publicar en España su último libro, Mi siglo. Es una obra ingeniosamente concebida en cien capítulos, que se corresponden cada uno con cada año del siglo. En ellos se relata un suceso que afecta siempre a un asunto de importancia histórica dentro del año, pero la característica es que todos protagonistas son gente sin relevancia, sencillos hijos del siglo, personas que ni han estado al frente de la Historia ni han protagonizado de un modo u otro episodios relevantes. Es, por tanto, una visión lateral; lo que, por cierto, apoya el buen resu...

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El último premio Nobel, Günter Grass, acaba de publicar en España su último libro, Mi siglo. Es una obra ingeniosamente concebida en cien capítulos, que se corresponden cada uno con cada año del siglo. En ellos se relata un suceso que afecta siempre a un asunto de importancia histórica dentro del año, pero la característica es que todos protagonistas son gente sin relevancia, sencillos hijos del siglo, personas que ni han estado al frente de la Historia ni han protagonizado de un modo u otro episodios relevantes. Es, por tanto, una visión lateral; lo que, por cierto, apoya el buen resultado del libro, pues todos sabemos que la lateralidad es uno de los elementos más acreditados de la perspectiva literaria. Y la lectura de Mi siglo sugiere, a poco que uno avance por sus páginas, una consideración de importancia.El siglo XX comenzó, en realidad, con la caída del Imperio Austro-Húngaro. El estado de desconcierto y desolación de toda una sociedad que vio venirse abajo definitivamente un modo de vida, cuya abolición quedaba sellada por una crudelísima guerra de exterminio, quedó magistralmente expresado en el justamente famoso poema de T. S. Eliot La tierra baldía. Después comenzó una carrera que pasó por la ascensión y caída de los fascismos, la división del mundo en dos bloques excluyentes y llegó hasta el derrumbe de uno de ellos, simbolizado en la demolición del muro de Berlín. El poema, por cierto, apelaba figuradamente a la tradición de la cultura del mundo como asidero de aquella desolación inicial. Todo eso es Historia, y con ella estamos hoy donde estamos, es decir, en otro punto de desconcierto e incertidumbre ante el futuro.

Entonces pienso en España y me pregunto si al final de este siglo habremos conseguido, aunque haya sido de prisa y corriendo, entrar en esa Historia. La sensación de cualquier persona cultivada y consciente era que mientras transcurría el siglo los españoles estábamos sumidos en el ensimismamiento, producto del desastre colonial. El autodesprecio de fondo que contenía condujo al cainismo de la guerra civil. La dictadura autárquica posterior, donde se cayó aún más abajo del fondo tocado en el 98, se torna, a partir de 1977, en la esperanza de que el país empiece a retomar un pulso histórico y a perder ese orgullo, a la vez patético y suicida, de una España que se sentía dejada de la mano de Dios. Y la verdad es que hoy todo el mundo parece convencido de que hemos vuelto a entrar en la Historia, a movernos dentro y no fuera de ella, como si veinte años valieran por un siglo entero.

Un optimismo agradable, signo del cambio... y de una cierta ligereza propia de conversos, pues lo mismo que el plumero asoma, asoma el castizo dicho de "O corte o cortijo"; ahora resulta que hemos dejado el cortijo y vivimos en la Corte; de la democracia, se entiende, que no hay palabra más sobada que ésta en este fin de siglo hispano.

Cuando leía el libro de Günter Grass e iba reconociendo los momentos históricos que sostienen a las pequeñas anécdotas de cada capítulo, empecé a preguntarme si no hubiera sido necesario añadir al final del libro una sucinta cronología que hiciera referencia a esos hechos históricos del siglo en que se basan; porque estaba seguro de que muchos lectores necesitarían hacer consultas para reconocer esos hechos. Lo comenté aquí y allá y, en efecto, resultó ser cierto. El lector medio, en muchos casos, se quedaba en blanco.

Puede que el presente se improvise, pero el conocimiento y la memoria no se improvisan. Se pueden adquirir, mas con interés, esfuerzo y dedicación. Y aun así, quedará pendiente el haberlos vivido. Hemos estado fuera de la Historia mucho tiempo, pero, por la acrisolada ley del mínimo esfuerzo y del estar a la que salta, temo que nos hayamos puesto las medallas democráticas demasiado pronto y que la falta de perspectiva histórica nos juegue en el futuro una mala pasada. Por más que, comparando fotos de ayer y hoy, nos encontremos más guapos, altos y modernos, es inútil olvidar que hemos estado casi un par de siglos fuera de la Historia. Por eso, si leemos Mi siglo con humildad, reconociendo nuestras lagunas, quizá estemos poniendo sensatez y honesta sabiduría en nuestras vidas recuperadas para el mundo.

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