Tribuna:

El poeta de la emoción y la ternura

"José Hierro es de Madrid / pero nació en Santander. / Dime ¿cómo puede ser?". Esos versos hechos con mucho amor y no carentes de ironía por un amigo del poeta vienen a representar el espíritu variado y contradictorio de este madrileño-santanderino que no deja de asombrarnos. Quien lo conoce sabe de su generosidad y de su orgullo humilde, quien lo lee sabe de su pasión por la vida y por la poesía. Quienes lo tratamos, conocemos, porque lo hemos recorrido muchas veces, unas de su mano, otras en la soledad de la lectura de sus poemas, ese camino tortuoso que desde sus primeros libros le llevaron...

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"José Hierro es de Madrid / pero nació en Santander. / Dime ¿cómo puede ser?". Esos versos hechos con mucho amor y no carentes de ironía por un amigo del poeta vienen a representar el espíritu variado y contradictorio de este madrileño-santanderino que no deja de asombrarnos. Quien lo conoce sabe de su generosidad y de su orgullo humilde, quien lo lee sabe de su pasión por la vida y por la poesía. Quienes lo tratamos, conocemos, porque lo hemos recorrido muchas veces, unas de su mano, otras en la soledad de la lectura de sus poemas, ese camino tortuoso que desde sus primeros libros le llevaron -y le siguen llevando- a la alegría por el dolor.Todo en él es natural y espontáneo, y, sin embargo, su persona y su obra son una caja de sorpresas que al abrirla nos estalla en la cara. Muchos han visto a Pepe Hierro dibujando en folios y servilletas de papel, entre plato y plato de cualquier almuerzo o cena en no importa qué restaurante. Pocos le han visto levantarse indignado a lavar una servilleta que había pintado para devolvérsela incólume a la dueña del restaurante que se quejaba amargamente del gasto que le estaba haciendo en su mantelería. Muchos se han emocionado al leer en sus poemas la espantosa soledad del hombre que perplejo se interroga sobre su identidad. Menos han descubierto en sus libros alucinatorios las terribles verdades que, ocultas como plantas alucinógenas entre la frondosidad del bosque, él cultiva entre imágenes y metáforas en su selva lírica.

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Sorpresa y contradicción como se da en su nacimiento madrileño -a ver cuándo el Ayuntamiento tiene un detalle- y su amorosa adopción santanderina -rica en reconocimientos- se da en su obra lírica. Los que le seguimos desde hace muchos años sabemos de su ternura ("no dije a nadie / que estuve a punto de llorar"), de su independencia vital y literaria ("pero dejádme por favor que viva"), de su amor a los desheredados ("tiritaban bajo ropas / delgadas, telas tejidas / para cantar y morir...").Mapa de una geografía que se levanta altiva en sus cimas más altas y se recoge tímida en humildes valles, este poeta es una especie de regalo que la naturaleza literaria hace de tiempo en tiempo al mundo de las letras. No le preguntéis por qué su vida y su obra marchan al compás de los acontecimientos diarios. No lo sabrá explicar o no querrá explicarlo. Hace bien. Su código de comportamiento tanto vital como literario tiene un solo artículo: el de la autenticidad. Con él se explica todo. Y con él nos explicamos nosotros su forma de acercarse a la vida de los demás y a la vida de la poesía -que es la vida de todos- con ese aire envolvente que anuncia siempre lluvia de ternura.

José Hierro es así, aunque él no lo sepa. Pero eso no importa. Lo importante es que lo sepamos los demás.

Joaquín Benito de Lucas, poeta y crítico, es autor de Vida y poesía en José Hierro (Universidad Autónoma de Madrid, 1997).

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