Unos 2.000 misioneros vascos trabajan en el Tercer Mundo

Unos 2.000 misioneros vascos, en su mayoría religiosos, viven actualmente en países del Tercer Mundo para realizar ante todo una labor de ayuda humanitaria en lugares donde, en algunos casos, no ha llegado nunca una ONG. El responsable de la delegación de misiones de la Diócesis de Guipúzcoa, Joaquín Astiz, quien trabajó durante 22 años en Ecuador, explica que la tarea fundamental de estos voluntarios es "ayudar y acompañar" a quienes viven en países no desarrollados, "estar con ellos, apoyarles y evangelizarles. No se trata de soltar sermones, sino de hablar de Jesús con toda su fuerza revolu...

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Unos 2.000 misioneros vascos, en su mayoría religiosos, viven actualmente en países del Tercer Mundo para realizar ante todo una labor de ayuda humanitaria en lugares donde, en algunos casos, no ha llegado nunca una ONG. El responsable de la delegación de misiones de la Diócesis de Guipúzcoa, Joaquín Astiz, quien trabajó durante 22 años en Ecuador, explica que la tarea fundamental de estos voluntarios es "ayudar y acompañar" a quienes viven en países no desarrollados, "estar con ellos, apoyarles y evangelizarles. No se trata de soltar sermones, sino de hablar de Jesús con toda su fuerza revolucionaria". Astiz señala que la labor de los misioneros se suele plantear como una tarea ideológica y "peligrosa", pero afirma que "curiosamente siempre es peligrosa para el poderoso, nunca para el pobre y explotado". Destaca que allí donde van misioneros "inmediatamente" surgen escuelas, pequeños talleres artesanales y dispensarios donde se enseñan a los nativos las normas básicas de alimentación e higiene, como, por ejemplo, hervir agua para luchar contra las infecciones. Trascendencia social Las misiones realizan muchas veces una tarea primordial, pero con menos trascendencia social que las ONG, defiende Astiz, quien recalca que la presencia de estos organismos en los países pobres "es fundamental, ya que completan la labor de los misioneros y desarrollan proyectos concretos". El ex misionero vasco relata las dificultades de adaptación a las que se enfrentan los voluntarios, tanto religiosos como seglares, ya que generalmente se requiere un período de tres años para comprender la cultura del país de destino. Por eso, se les impone ese plazo mínimo de estancia, lo que les obliga a dejar los trabajos estables que tienen aquí. Astiz subraya que la mayoría de los enviados desea permanecer más de tres años en sus destinos y, aunque se encuentren en países con conflictos bélicos donde son evacuados todos los residentes extranjeros, ellos prefieren quedarse y seguir ayudando a los nativos, pese a tener que "dormir encerrados y temer por sus vidas noche tras noche". En otras ocasiones, comenta, sufren "terribles accidentes de tráfico" que les dejan secuelas de por vida y, aún convalecientes, piden regresar a sus misiones.

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