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Un millonario americano ANDREU MANRESA

David Stein habita y disfruta entre Mallorca y Barcelona, donde mueve parte de sus considerables capitales. Se muestra como un norteamericano tranquilo, no mira el reloj a cada paso ni lleva el móvil visible; de comienzo se hace el simpático porque tiene medio siglo y bromea diciendo que nació en 1902, se confiesa liberal, aprecia a las personas y exhibe su amistad con gente de todas las ideologías. Es suficientemente rico para manejar millones de dólares propios en operaciones inmobiliarias de cinco estrellas, como su mansión mallorquina del siglo XVII que vistió de hotel y comparte con huéspedes exquisitos. Aterrizó para invertir en Barcelona, cerca del abismo de sus cuarenta años, cuando intuyó el despegue de Europa y sus pequeñas periferias importantes, mientras los gigantes inmobiliarios de su extenso país empezaban a estornudar. "Me gusta la gente catalana para trabajar y hacer negocios y me complace vivir aquí. Es una sociedad divertida y amable. Yo vine en busca de oportunidades; y acerté", señala. Sus firmas Stein Grup y Med Grup han operado 4.500 millones de pesetas en Cataluña y Baleares, en su última década de placer y dólares, que ha repartido por vía aérea entre Cataluña, Mallorca y Estados Unidos. Su doble reloj marca los husos horarios de España y del oeste de Estados Unidos, California. Cuando toca dormir en el Mediterráneo levanta el teléfono o abre Internet para tratar con sus socios y parientes que se despiertan en el lejano continente. Un hombre rico, un millonario norteamericano como éste, se deja intuir, descubre su currículo extraordinario a sorbos de café y agua, cerca de sus olivos privados, esculturas vivas de cinco siglos de tortura de sed, sol y tierra escasa. En la recepción de su hotel monumental, Son Net, Stein ofrece botellines de aceite, como si fuera oro líquido, su cosecha de perfume de la nueva tierra descubierta. "Trabajo 18 horas", anuncia, siempre bien peinado y con la piel tostada, que a las diez de la mañana confiesa: "Tengo un poco de resaca porque anoche estuve de fiesta en casa de Cristina Macaya [otra selecta anfitriona noctámbula]". Amigo -auténtico- de los Kennedy, Stein fue testigo indirecto de cómo vivió el clan familiar la última tragedia de la dinastía. Preside en Washington la Fundación Robert Kennedy y las anotaciones para esta página se aceleraron porque tenía ya en su maleta el traje oportuno para acudir a la celebración de la boda frustrada por la desaparición en el mar de la avioneta de John John. De raíz irlandesa, de padre judío y madre católica, alterna con equilibrio el juego de las celebraciones rituales y las relaciones complejas. "Nací en Nueva York, estudié en Washington y Tejas y comencé a trabajar en California; típico de Estados Unidos", dicta pausado, parte en inglés y el resto en un castellano concreto que amputa. Explica que a los 23 años se convirtió en el ingeniero gestor de proyectos más joven de la historia de la compañía Levit, que era la más importante constructora mundial. Luego, deprisa, inventó sus business personales: a los 29 años sentía que se hacía viejo. Comenzó sin padrinos poderosos y sin el trampolín de la fortuna heredada: "Me hice yo mismo. Compré un coche de segunda mano, de setenta dólares, pero con un buen equipo de música". El hombre acude a su historia y mantiene a su familia al alcance de la mano; se ha instalado en estas coordenadas con su madre, su hijo y sus nietos, cuatro generaciones engarzadas en tranquila cohabitación entre la memoria y el futuro. Este año ha intimado con Lauren Bacall y antes trajo a Gary Hart y Ted Kennedy, pero cuando da nombres Stein se fija en los prohombres catalanes y mallorquines de La Caixa (Antoni Brufau o Lluís Rullán) o en el de su aliado local Jordi Robinat, para explicar su mediación más espectacular: introducir a Universal Studio en Port Aventura en época incierta. "Senté a las dos partes en una mesa, los reuní para cenar. Un año después se firmó el acuerdo. Port Aventura era regional y de temporada. Debería ser internacional y continuo". El enlace multinacional no fue difícil; B. J. Fair, el presidente de los parques en la megaempresa internacional había sido empleado suyo en los comienzos de su epopeya, en California, cuando tenía 20 años escasos. Veinte años más tarde se reencontraron, ambos en la cúspide, en Cataluña. Stein se extendió por la Europa vieja y alargó sus compañías y sus redes financieras hacia Grecia, Irlanda, España y Portugal porque dice que intuyó una recesión en la construcción en Estados Unidos, a finales de los ochenta. Luego resituó entre Cataluña y Baleares sus intereses primordiales. "Aquí cuentan las personas, la intención de la palabra dicha, el acuerdo directo, el talante personal. En esta tierra los contratos son de cinco páginas, mientras que en Estados Unidos los das a los abogados que redactan textos de 100 folios y miran por donde te pillan, en la letra pequeña y embarazada de la burocracia", narra. Construir es lo que mejor sabe hacer. "Así empiezo de nuevo en un país. Después paso a hacer otras cosas". Supone que los movimientos de capital en el gran Monopoly inmobiliario es la mejor forma de conocer a la gente y su manera de pensar y evolucionar: crear casas para vender o tener estancias para realizar acogidas por días. "Trabajo e invierto mi tiempo con mis amigos. Soy liberal y del Partido Demócrata, pero tengo relación con personas de todos los grupos. Siempre es más relevante la calidad humana individual que la adscripción determinada a un partido político". En Cataluña primero extendió el verde y los hoyos de una operación de lujo en el turismo, un golf, Aigüesverdes, en Reus, y levantó más de medio millar de casas en su entorno. No fuma ni pisa el green. "Me gusta el tenis y practico esquí. No juego al golf; es una enfermedad más que un deporte. Si construyes y juegas al golf llega un momento que te olvidas de la empresa y tu oficio", opina. Su liquidez y el sentido de la oportunidad le han llevado a comprar edificios y naves industriales, a mover fichas, en Barcelona, donde espera tener un hotel distinguido de tamaño menor, con atracción arquitectónica y gastronómica. "Dime, Tomeu, ¿cuál es tu sueño?, ¿qué puedo hacer yo para ayudarte?", preguntó David a Tomeu Català, el cura de su pueblo, Puigpunyent, reinterpretando a Martin Luther King y John Fitzdgerald Kennedy. Català batalla con la complicidad del juez Garzón y la Reina en su Proyecto Hombre. Stein patrocina como mecenas la fundación Proyecto Jove de prevención y tratamiento juvenil contra la drogadicción. "Me presentaron primero tres ideas y me parecieron poco. Yo haré más. En nueve meses habíamos abierto un centro de tratamiento. Esto, en Estados Unidos hubiera sido imposible. Es interesante esta experiencia porque rompe el tópico que se maneja siempre sobre España, que las cosas llevan mucho tiempo y siempre se paran. No es así, no es todo como se dice", señala. El millonario forastero quiso vivir mejor en la mitad de su vida e intuyó la emergencia de un nuevo mundo moderno en los países del sur de la UE. Reconoce que su eco financiero y su éxito económico "no habrían sido los mismos en Francia o Alemania". Descartó por mentalidad e idiosincrasia continuar a todo tren en Grecia y Portugal. Poco a poco -después de producir películas de televisión-, se concentró en Irlanda, Cataluña y Baleares. "Siempre busco socios locales, son imprescindibles para comenzar. Jordi Robinat es mi amigo desde hace años y se convirtió en mi "socio catalán". Mi filosofía personal financiera no radica ya tanto en articular grandes proyectos multimillonarios sino en darles toques particulares a mis iniciativas, que con entusiasmo y seguimiento controlo personalmente: opto por la calidad ante la cantidad. Ahora pongo el entusiasmo individual, el sello y el rango". La biografía esencial de David Stein explica que construyó pueblos de 2.700 casas y que pagó la finca más cara de la época -finales de los 70- en Estados Unidos. Explica lo que Son Net representa para él: "mi concepto, mi visión y mi creencia. No hay producto comparable", resalta Stein. "Es [el hotel] uno de los más refinados y elegantes del Mediterráneo", dice un pasquín en la entrada. Una mole de piedra y pinos, una muralla inmensa de paisaje neto cierra la mirada sobre el rosa del estucado que Stein plantó en su fachada.

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