Tribuna:

Cómo se hacían bilingües, entoncesMIQUEL BARCELÓ

Antiguamente, que se supiera y yo recuerde, no había bilingües. Ahora sé que, sin embargo, la doblez lingüística ocurría. Pero ¿puede ser percibido como escabroso algo que se produce de manera fluida, ordenada, sin viscosidad notable? Eran, sin duda, tiempos lingüísticamente, si no felices, sí llenos de certidumbre de futuro. Por fin, la nación. Aquella guerra, para muchos injusta, de una crueldad de palizas tabernarias, de torturas acompañadas de afinados cantos de procesión, para otros, en cambio, y no sólo los vencedores, tenía el sentido aliviante, final, de la consecución de un orden ya i...

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Antiguamente, que se supiera y yo recuerde, no había bilingües. Ahora sé que, sin embargo, la doblez lingüística ocurría. Pero ¿puede ser percibido como escabroso algo que se produce de manera fluida, ordenada, sin viscosidad notable? Eran, sin duda, tiempos lingüísticamente, si no felices, sí llenos de certidumbre de futuro. Por fin, la nación. Aquella guerra, para muchos injusta, de una crueldad de palizas tabernarias, de torturas acompañadas de afinados cantos de procesión, para otros, en cambio, y no sólo los vencedores, tenía el sentido aliviante, final, de la consecución de un orden ya irreversible, de un futuro adquirido. No digo que los vencidos compartieran del todo este alivio. Pero sí, en general, participaban -querían otra España- de una compacta narración historiográfica nacional de la que pocos ahora, ni siquiera quizá en Babel, parecen manifiestamente querer hacerse cargo. Ya saben, los romanos, la lista de reyes visigodos, los jodidos moros, la Reconquista, los Reyes Católicos, el Imperio aquel del sol, la leyenda negra, el martillo de herejes, el retraso "económico", el 98, los liberales... En suma, lo que Dios quiso. Y no hay otra narración posible. En todo caso un bendito y pío destacar los "aspectos positivos" -lo han hecho- de esta "historia". Lo que está claro es que no hay ninguna alternativa a este guión narrativo. Ni puede haberla. En rigor, la narración nacional, la creación de un sujeto historiográfico, es siempre el resultado complejo de una superioridad, de una hegemonía, en la cual, claro, la fuerza, para decirlo resumidamente, es el factor decisivo de esta creación y, por descontado, de su permanencia. El guión historiográfico no genera, por supuesto, la realidad, pero ésta se expresa en él y, por medio de él, fija y selecciona un cauce de continuidad e identificación. Una vez articulado, como un monstruo perdurable de Frankenstein, no puede cambiarse ni tampoco elegir dejar de tenerlo. La única alternativa, que yo conozca, a la nación es el extrañamiento, y es poco ejercida. En efecto, incluso los perdedores de la guerra o, mejor dicho, los niños de aquellos perdedores, los niños de la República, algunos notorios, al menos, tienen manifiesta dificultad en concebir una España rota. Y no basta, ciertamente, con proponer otra nación diferente, con promesa fidedigna de pluralidad, o hacerla empezar, recién estrenada, en la "transición", después de Franco. Vuelvo, pues, al principio. ¡Qué buenos bilingües éramos! El mejor bilingüe es, sin duda, aquel que no sabe que lo es. Dejábamos, aseadamente, nuestra lengua en la puerta de la escuela, de la rectoría, del cine oloroso y oscuro, en los umbrales de todo. Me acuerdo muy bien de que "Nelia tiene una muñeca llamada Nelia". Esta Nelia debió de vivir ya en 1945 y aprendimos a leer con su inquietante redundancia española, con la afirmación constante de su identidad. La substitución abrasiva había, claro, comenzado antes, pero se fue nacionalmente afirmando entonces. Los lingüistas han descrito suficientemente bien la doblez falta de simetría: lengua superior, culta, de pensamiento y de proyección, y lengua de diario, local, doméstica. La descripción, sin embargo, aunque no siempre, omite las causas de esta yuxtaposición inestable. A veces la omisión es simple y terrible descuido: ¿para qué mencionar la conveniencia que, para los mismos indígenas de aquellas "Indias", tuvo la destrucción de sus lenguas y su sustitución por una lengua de cultura que alumbraba en aquellos momentos el riquísimo Cervantes? Otras veces, cuando ha salido menos bien y la distancia social es menor, la relación de causas es sustituida por una muy general consideración sobre la bondad que supone el número mismo de hablantes en constante crecimiento, incluidos los bilingües a los que tal observación supuestamente reconforta. En este caso, a veces, es necesario recurrir a la escueta mención intimidante de que ya son mayoría los hablantes de la otra. Esto exige, no obstante, que se excluya de la benevolente -se dice así, ¿no?- intimidación el cómo empezó todo esto, sus fases, cómo pudo llegar a ser y, sobre todo, si la inmigración era o no era "interna", dentro de España, y si lo era, qué prerrogativas perdían los receptores y no perdían, en cambio, los difusores. Adoptábamos la lengua otra no por persuasión de su bondad y calidad, sino con la mayor naturalidad del que obedece, del que sabe que no puede hacerse otra cosa. ¡Qué buen bilingüe fui yo! Era mejor la otra. Estaba en los libros de literatura del bachillerato, y vaya lista de autores, el Siglo de Oro, Estébanez Calderón, Mesonero Romanos; no se dejaban ni uno. Y también la historia, aquella historia de víctimas, de injusticias, de conspiraciones extranjeras, de ocupar un lugar que nunca es el que corresponde en el concierto de las naciones, una víctima cósmica, España, Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, los frutos tardíos, Ortega... No existe la difusión limpia de una lengua, se acompaña de toda clase de adherencias activas que alteran la estricta aceptación por parte del receptor que trata de negociar el ya doble, impuesto, manejo. Sólo la adquisición persuasiva de otra lengua -el inglés en los países escandinavos, pero no en Puerto Rico, por ejemplo- se hace en condiciones tolerables de limpieza. Cuando, por el contrario, la difusión se hace por desplazamiento masivo de población, sin contravenir orden jurídico alguno o de frontera, la nueva lengua es acompañada por todo tipo de adherencias. Y en especial, cuando esto sobreviene después de un intenso ejercicio de exterminio de la otra lengua, cuyos hablantes residen fijamente en territorios donde su lengua tiene ancestralmente sentido, es decir, puede ser hablada reconocidamente. A una lengua inmigrante se le pueden suponer elementos ajenos a su estricta calidad lingüística, sobre todo si un Estado o un imperio colonial la protege. Por ejemplo: ¿una población inmigrante con una lengua estable y consolidada qué "cultura" intelectual tiene? ¿Puede plantearse así o se debe hacer sólo en términos de individuos "cultos" y no en sectores o bloques de inmigrantes? Hace tiempo el señor Jordi Pujol, actual presidente de la Generalitat, planteó, antes de ser elegido por primera vez, esta cuestión. Aunque lo hiciera con torpeza e ingenuidad, tuvo la valentía de plantear una cuestión prohibida. Es ésta: los grandes sectores de magrebíes inmigrantes y residentes en Francia o -menos- en el Maresme, Osona y Barcelona, ¿tienen una "cultura", la han traído con ellos y qué es? ¿Se puede necesariamente o se debe conectar esta "cultura" desplazada con, por ejemplo, Ibn Khaldun, sin duda uno de los genios decisivos en la reflexión de las sociedades humanas -desconocido a fondo por la mayoría de "cultos" franceses y españoles- o con Ibn Hazm, o con la gran poesía mística de Abd el Kader, o la monumental poesía tradicional kabileña, en amazigh, compilada por Moulouf Mammeri? ¿Las migraciones campesinas, o de poscampesinos, transportan junto con la lengua todo un magma reflexivo depositado por actividades en torno del Estado y de las mezquitas y zawiyas? ¿O se trata de una imposición intelectual de alfaquíes y ulemas que utilizan los "clásicos" como exfoliante de la lengua y "cultura" receptoras? Se entiende, ¿no?, pero yo no lo he dicho. El señor Pujol lo planteó ingenuamente y, recuerdo, se le acusó de desprecio racista o algo así. Tampoco el expediente de prescribir la posibilidad de la existencia de una "cultura" multilingüe cuando se le recuerdan a uno, constantemente, los grandes porcentajes de población desplazada, en su origen, parece no ser solución alguna, sólo un apaño político transitorio. No hay ni puede haber bilingüismo estable, en ninguna parte lo hay. Alguien va a ganar y alguien va a perder. Lo que ocurre es que quien ganó entonces no ganó del todo y los que perdieron tampoco perdieron del todo y para siempre. No fue Zama, vaya. También ocurre que los "intelectuales" españoles están por ahora constreñidos a referirse a una nación sin sombra, sin historia. No pueden nada reivindicar en su nombre. Y si lo hacen aparecerá el monstruo "españolista" de siempre. Ya saben. Por ello, esta nueva España de individuos empieza hace dos días, sugestiva de una experiencia nueva. Sin pasado, pues, innombrable, llena de individuos respetuosos entre sí, con el Estado y, por ahora, con dos lenguas. El tono del manifiesto, sin embargo, es de tensión, y a veces extrema. Se nota que está, de alguna manera percibida, la posible irrelevancia futura del colectivo. Se dibuja nítida la borrascosa política de la desesperación cultural. En el texto, los "intelectuales" animan a que los ciudadanos, perdido el miedo, digan lo que piensan. Yo lo he dicho, más o menos. Fui y soy muy buen bilingüe, se lo aseguro. Cuando me hicieron bilingüe eran otros tiempos. Hacer bilingües era entonces muy natural y se decía que iba en el sentido de la Historia mayúscula. Los bilingües de ahora parecen ser menos resignados y más exigentes. Nunca hasta ahora tuve miedo. Ver, no obstante, a tantos magníficos cabalgando dispuestos a arreglar las cosas y oír que, dada su gran calidad y peso intelectual, el mismo candidato socialista a la presidencia del Gobierno va a consultarles remedios o algo así es para tener repentinamente miedo. Y lo tengo. Me extraño, pues, vuelvo a Felanitx. Todo esto acabará mal.

Miquel Barceló es catedrático de Historia Medieval de la UAB.

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