Crítica:TEATRO

Flor en el fango

Una comedia extraordinariamente dura: teatro negro, pero también rojo de sangre. Lujuria, miedo, ambición... Es la primera que ha escrito Tracy Letts, que es principalmente actor. A mí me recuerda el teatro de grande guignol, un teatro de sentimientos llevados al extremo y expresados en un lenguaje directo y sin literatura.En éste, sin embargo, hay alguna literatura poética mezclada a la crueldad de la acción, y no siempre bien expresada, o bien escrita: no sé si el problema reside en el autor o en el adaptador. Hay una hibridación demasiado fuerte entre el original y la versión: situar algo q...

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Una comedia extraordinariamente dura: teatro negro, pero también rojo de sangre. Lujuria, miedo, ambición... Es la primera que ha escrito Tracy Letts, que es principalmente actor. A mí me recuerda el teatro de grande guignol, un teatro de sentimientos llevados al extremo y expresados en un lenguaje directo y sin literatura.En éste, sin embargo, hay alguna literatura poética mezclada a la crueldad de la acción, y no siempre bien expresada, o bien escrita: no sé si el problema reside en el autor o en el adaptador. Hay una hibridación demasiado fuerte entre el original y la versión: situar algo que puede suceder en Chicago o en Nueva York en un barrio de Madrid -director e intérpretes han estudiado, por así decir, el barrio de La Celsa- es peligroso. No siempre coinciden costumbres y palabras y personajes: aunque la influencia americana llegue a todas partes.

Joe Killer, el asesino (Killer Joe)

De Tracy Letts, adaptación de Francisco Heras. Intérpretes: Daniel Guzmán, Ramón Langa, Ana Wagener, Juan Polanco, Susana Moll. Escenografía, Natalia González. Dirección, Jesús Cracio. Teatro Alfil.

Lo que pasa, en Chicago o en La Celsa, es que Cris (Daniel Guzmán) llega a la vivienda (en el original, un remolque) donde su padre, Angel (Juan Polanco), y su amante (Ana Wagener) conviven con su hermana Jeny (Susana Moll), de 16 o 17 años; Cris es un camello, pero su madre le ha robado la droga que tiene que vender, y los mafiosos le han apaleado, y le asesinarán si no paga.

Crueldad

Una historia conocida. Pero la manera de buscar el dinero plantea ya una mayor crueldad de lo habitual: Cris y Ángel contratarán a un asesino a sueldo para matar a la madre y cobrar el seguro. Killer Joe (Ramón Langa) pide un adelanto: la virginidad de Jenny. Ah, Jenny representa aquí lo que en los antiguos folletines se llamaba una flor en el fángo: una criatura vagamente extraña, con una inocencia maravillosa que la hace escuchar los planes y entrar en ellos como sin mancharse. Es inevitable que el asesino se enamore de la criatura, y quizá ella de él: es un amor un poco infrecuente, si se quiere, pero todos lo son: hasta en el teatro.Estaba también escrito que el dinero del seguro no lo cobrarán estos perdedores, estos fracasados y desastrados individuos; y que el amor de la flor del fango y el asesino /policía (una personalidad unificada) no se pudiera consumar.. Pero las razones de esos desastres entran ya en el secreto policiaco que los acomodadores y los críticos deben guardar en beneficio de los espectadores; aunque la verdad es que a mí me parece escasamente importante ese argumento, y doy más valor a la pintura negra y sangrienta de los personajes, a la caída de todos los escrúpulos -aunque haya un leve intento de arrepentimiento-, incluyendo los de la chica, al ser objeto de toda la trama; y a su manera de salir de esta posición de objeto que... Pero, ¡calla, boca!, como se decía en los folletines: esto ya no se cuenta.

Yo mantengo, un poco más que la ferocidad de la obra, la relativa contención del director: podía ser todo más fuerte. Arranca con el semidesnudo de Ana Wagener, pero podía llegar mas allá, hasta lo que claramente se dice en el texto; llega al desnudo de la casi niña -la actriz lo es-, pero no a la violación en escena- al cadáver de la madre en una bolsa de basura, pero en un lateral, entre cajas; a la felación, pero simulada. Al vómito, pero de espaldas. A las palizas, pero con los ensayos demasiado visibles. Realismo, o naturalismo, no dejan de ser teatrales. Aun así, los actores tienen que llegar a enormes extremos de dureza de lenguaje y de acción: casi encima del público, como lo están en el Alfil, es un trabajo de una violencia muy considerable, y algunos momentos llegan a ser totalmente convincentes.

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