Tribuna:

Palabras de amor de los poetas

Juan Ramón, como su odiado y espléndido Jorge Guillén, con quien cruzó palabras ofidias, se enfrenta a la sexualización del amor y espiritualiza de nuevo el verso, Dios deseado y deseante, huésped del alma que lo intuye, desde sus jardines lejanos y dolientes: "Mira, la luna es de plata / sobre los jeranios rosas/ mira, María, la luna / es de plata melancólica... ". "Tu corazón y mi alma / yerran solos por la sombra / de esta larga tarde azul / tarde doliente de aromas". Y cuando Marga, la escultora de veintidós años, decide matarse por su amor, por el amor no correspondido que siente por el p...

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Juan Ramón, como su odiado y espléndido Jorge Guillén, con quien cruzó palabras ofidias, se enfrenta a la sexualización del amor y espiritualiza de nuevo el verso, Dios deseado y deseante, huésped del alma que lo intuye, desde sus jardines lejanos y dolientes: "Mira, la luna es de plata / sobre los jeranios rosas/ mira, María, la luna / es de plata melancólica... ". "Tu corazón y mi alma / yerran solos por la sombra / de esta larga tarde azul / tarde doliente de aromas". Y cuando Marga, la escultora de veintidós años, decide matarse por su amor, por el amor no correspondido que siente por el poeta, y como el enamorado no puede vivir sin el ser amado, escribe en su diario antes del suicidio: "Qué dulce es el amanecer del día último, ¡ay Juan Ramón!... se te adentra en el alma por los ojos... manos, boca... parece que soy yo la que amanezco, azul y nueva...". Sólo unas horas después, Marga se destrozó la sien de un tiro para que el poeta, su amado de 51 años, recogiera entre sus manos su último estertor que parecía decir: "Porque he querido". Juan Ramón, solicitado entre el espacio y el tiempo, escribía ya su más profunda poesía, con el nombre exacto de las cosas, y de aquella escultora casi adolescente, la amada menos amada y más lejana que jamás tuvo un hombre, dirá con letra inhóspita: "Marga era de verdoso alabastro, con ojos hermosos grises, y pelo liso castaño. Sentada tenía una actitud de energia, brazos musculosos, morenos, heridos siempre de su oficio duro. Y al mismo tiempo, ¡tan frájil! Llevaba el alma fuera, el cuerpo dentro".Casi veinte años antes, Juan Ramón, para quien la poesía era ya conciencia antes de ser palabra, había escrito como un presentimiento, para el libro Ausencia, unos versos que podría haber dedicado a Marga: "Se fue antes de que yo llegara, se fue sin yo decírselo. / Se fue con su pena inmensa, que era lo que más la / mataba"... Pero Juan Ramón, que en la época de estos versos tenía sólo 32 años y acababa de conocer a Zenobia, escribía para ella, este poema también inédito: "Llorabas... / Y me pareciste / una leve celinda / cargada de diamantes por la lluvia... / ¡Ay! casi no podías / con los límpidos mundos de tristeza / que rodaban, tesoros de tu vida, / ¡encanto y gloria de la vida mía! / ¡Celinda! ¡Casta y tierna / celinda, amor! Llorabas... ".

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