Tribuna:

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Como yo estudiaba Filosofía y Letras pensé, en un París vacío del mes de agosto, que la convocatoria de un acto letrista me concernía. Subí a un segundo piso cercano a Châtelet, y en el pasillo oscuro tropecé con un mueble que resultó ser un hombre sentado en un mueble: que avanzara, "avancez!", al fondo a la derecha.Fuimos 15 en el auditorio gratuito, y yo el más joven, aunque no el único extranjero; dos árabes con un bigote estalinista hablaban en árabe a mis espaldas. En la pared había poemas que leías y no entendías, pues los versos estaban hechos de letras repetidas q...

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Como yo estudiaba Filosofía y Letras pensé, en un París vacío del mes de agosto, que la convocatoria de un acto letrista me concernía. Subí a un segundo piso cercano a Châtelet, y en el pasillo oscuro tropecé con un mueble que resultó ser un hombre sentado en un mueble: que avanzara, "avancez!", al fondo a la derecha.Fuimos 15 en el auditorio gratuito, y yo el más joven, aunque no el único extranjero; dos árabes con un bigote estalinista hablaban en árabe a mis espaldas. En la pared había poemas que leías y no entendías, pues los versos estaban hechos de letras repetidas que formaban figuras y no palabras. Apareció el orador: parecía un vagabundo pero llevaba corbata y alfiler de corbata, y al vernos tan sumisos en los asientos dio por sentado que los 15 sabíamos lo que era el Letrismo; pero el acto consistió en no oír ninguna conferencia sino en salir detrás del mendigo a medias y vagabundear en silencio por unas calles que conducían al mercado central de Les Halles. Seis miembros del público aprovecharon la oscuridad parisina para desertar, aunque los árabes persistieron, atusándose el bigote. La noche fue larga, y yo no vi el final. El desharrapado de la corbata nos llevó a un almacén vacío del mercado en cuyo sucio interior dijo que iba a lavarnos el cerebro, limitándose a continuación a abrir los ventanucos que daban a un firmamento de nubarrones. "Vuestro único cielo". A las dos de la mañana, con el estómago vacío pese a las mercancías del vientre de París, no me sentí con fuerzas para la siguiente operación: hacer autoestop hasta Versalles, donde los árboles de la carretera, dijo, nos alumbrarían más que las lámparas del palacio. Sólo años después supe que yo había sido partícipe de una "deriva situacionista".

Lo supe cuando leí uno de los grandes manifiestos del pensamiento libertario del siglo XX, La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, una figura iluminada y trágica que fundó en 1957 la Internacional Situacionista y, tras la disolución del grupo en 1972, mantuvo en solitario su espíritu neosurrealista, neomarxiano, muy marcado también por el precedente letrista, hasta el día en que, desafiando definitivamente al Todo con la Nada, se dio a sí mismo la muerte. La personalidad de Debord y la obra convulsa de los Situacionistas podía conocerse entre nosotros gracias al opúsculo Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, y por el excelente ensayo de Greil Marcus Rastros de carmín (ambos en Anagrama). Ahora, sin embargo, y hasta mitad de enero, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona ofrece una exposición que bajo el título Situacionistas: arte, política, urbanismo rescata de manera completa y sugestiva una página hermosa de la historia de la utopía moderna.

La exposición en sí no es bella, como corresponde a las creaciones de un grupo antiartístico, antiespectacular. Herederos de la épica que ve en el arte un medio para librar batallas de conciencia y servir a una liberación en lo cotidiano, hijos de Lautréamont, de Tzara, de Breton, padres reconocidos de los adoquinistas de mayo del 68 y del punk auténtico, el de los Sex Pistols, los Situacionistas fueron, en sus acciones de "deriva urbana" y détournement (perversión de materiales existentes), en los pasquines y proclamas arquitectónicas, fieles a su consigna "el aburrimiento es siempre contrarrevolucionario", aunque esa osadía lúdica no siempre viaje bien con el tiempo. En el MACBA de Barcelona están los documentos descarados, las maquetas de las megápolis impracticables de Constant, soñadas para desubicar críticamente a los dóciles pobladores de nuestras ciudades, los trabajos en que Asger Jom modificaba con sus irreverentes garabatos cuadros kitsch, o Debord transformaba con un nuevo montaje viejas películas comerciales. Estrategias de desorientación surrealista que apuntan a un futuro político de nuestra realidad, ya que, como señala Giorgio Agamben, en la singularidad situacionista que rechaza toda identidad, toda pertenencia condicionada a la normativa estatal, y sólo quiere ser dueña de su propio ser-en-el-lenguaje, estriba la única libre respuesta pacífica a los tanques-o apisonadoras- del Estado uniforme.

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