Tribuna:

Nueva York-Valencia

Escribiendo 40 años después del Armory Show, la gran exposición neoyorquina que en 1913 introdujo la vanguardia europea en los Estados Unidos, decía Meyer Schapiro: "El mundo del arte no había conocido nunca tanto apetito de acción, una especie de militancia que dio a la vida cultural la calidad de un movimiento revolucionario". El sentimiento de cambio implícito en la exposición inspiró, sigue Schapiro, una "insurgencia general". Sustantivos marciales, espíritu de guerra, leyenda para perpetuar las conquistas: así avanzaba el arte de las primeras décadas del siglo, no sólo en Nueva York, haci...

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Escribiendo 40 años después del Armory Show, la gran exposición neoyorquina que en 1913 introdujo la vanguardia europea en los Estados Unidos, decía Meyer Schapiro: "El mundo del arte no había conocido nunca tanto apetito de acción, una especie de militancia que dio a la vida cultural la calidad de un movimiento revolucionario". El sentimiento de cambio implícito en la exposición inspiró, sigue Schapiro, una "insurgencia general". Sustantivos marciales, espíritu de guerra, leyenda para perpetuar las conquistas: así avanzaba el arte de las primeras décadas del siglo, no sólo en Nueva York, hacia el blanco de sus objetivos."En este país se ha cometido una masacre histórica, han destruido el mejor museo que había en España, el IVAM, con un golpe de Estado (...) Bonet [actual director del centro valenciano] va a convertir el IVAM en tierra baldía". Vocabulario igualmente belicoso en boca de un artista contemporáneo, Juan Muñoz, entrevistado en este periódico por Fietta Jarque con ocasión de su gran muestra madrileña del Palacio de Velázquez. Entiendo bien las nostalgias del tiempo del asalto a la fortaleza de los mayores. A menudo yo mismo me despierto en medio de la noche y recuerdo el sueño reparador que estaba teniendo: vestidos de insurgentes de la vanguardia histórica con toques -pantalones campana, camisa floreada- de la moda de los años sesenta, yo y mis amigos entrábamos en acción revolucionaria contra los novelistas y poetas precedentes, dispuestos no exactamente a una masacre histórica, pero sí a un golpe de Estado. La perspectiva de una tierra baldía literaria a nuestras espaldas lejos de ser una pesadilla suponía un bálsamo. A Muñoz, sin embargo, le han tocado tiempos difíciles. No hay que ser reaccionario, sino sólo un poco culto para saber que lo que marca el tamaño de las revoluciones artísticas no es el voluntarismo de los rebeldes, sino la importancia del orden establecido que hay que destruir, y en el arte actual, para bien o para mal, los palacios de invierno están todos tomados, subsistiendo algunos de los que parecían más inexpugnables convertidos en centros polivalentes y contemporáneos al mando de un rabioso conservador-en-jefe. Pero es tan dulce tener, mientras se esculpe o se escribe un poema, enemigos (más que rivales), un falso ídolo al que poder derribar con esfuerzo.

La acometida de Muñoz al IVAM ya fue contestada por Juan Manuel Bonet [EL PAÍS, 26 de octubre] y no merece más glosa su catastrofismo de salón. Pero había en sus palabras una o dos ideas dignas de réplica. En el mismo texto citado al comienzo sostiene Schapiro que "ligadas anteriormente a instituciones y lugares y tiempos fijos, a la religión, la ceremonia, el Estado, la es cuela, el palacio, la feria, la festividad, las artes están ahora cada vez más localizadas en la vida privada y sujetas a la elección individual ( ... ) existen para una enorme comunidad, pero no están unidas a los momentos extra-artísticos" (soy yo el que subrayo). Muñoz inició su trayectoria como organizador y comisario de exposiciones, y siendo un artista que he seguido siempre con interés -los dos dédalos laterales de dibujos y pinturas negras del Palacio de Velázquez son genuinamente turbadores, aunque el concepto es cénico global es, a mi juicio, más ocurrente que trascendente- yo veo en su queja sobre lo que un museo debe exponer la odiosa muletilla asistencial. Los museos modernos, al contrario que las galerías comerciales, existen naturalmente para conservar, sancionar y establecer cánones fiables, y también a veces para desafiar las certezas de los reaccionarios, alguno inteligente, que vieron en Beuys a un embaucador y no al gran visionario del siglo XX, el único de su segunda mitad que restablece -con más complejidad que Kiefer- la tradición alemana del artista como transmutador plástico de la filosofía natural. Pero ni el IVAM ni el Reina Sofía ni el Centro Galego de Arte Contemporáneo están para el bricolaje o la moda joven que define a tanto nuevo artista que hoy, exactamente igual que en los tiempos de la academia decimonónica, hacen con el vídeo, el fotomontaje o las instalaciones la misma alta costura bien confeccionada y desprovista de tripa, sustancia y aroma personal de los pompiers que pintaban escenas andaluzas y romanos togados en tiempos de Cézanne. Creer encima, como decía Muñoz en la entrevista, que "París ha muerto" y es Nueva York donde se pasa reválida resulta de una puerilidad extrema; como si el artista de la era del Internet tuviera que someterse aún a los desfiles de modelos de temporada en los centros neurálgicos de la moda, en vez de pintar o escribir como si no existieran ce remonlas ni instituciones, ferias ni Estados, y cada cuadro o libro fuese un original, atípico e independiente momento artístico.

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