44 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Gracia Querejeta cierra la aportación española con un sobrio y elegante ejercicio 'El último viaje de Robert Rylands' se inspira en pasajes de una novela de Javier Marías

Hace unos años, Gracia Querejeta se adentró en los intrincados vericuetos de la elaboración de películas con una arriesgada incursión, vagamente autobiográfica, en los resbaladizos territorios del cine lírico, de la autoexpresión. Una estación de paso, junto a toques magistrales, sorprendentes en una novata, adolecía de baches de arritmia, que la joven cineasta ya resuelve plenamente en su nuevo largometraje: El último viaje de Robert Rylands, que lleva dentro cine de alta precisión, todo un riguroso ejercicio de esa sobriedad y contención que requiere el tener algo propio que decir detrás de ...

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Hace unos años, Gracia Querejeta se adentró en los intrincados vericuetos de la elaboración de películas con una arriesgada incursión, vagamente autobiográfica, en los resbaladizos territorios del cine lírico, de la autoexpresión. Una estación de paso, junto a toques magistrales, sorprendentes en una novata, adolecía de baches de arritmia, que la joven cineasta ya resuelve plenamente en su nuevo largometraje: El último viaje de Robert Rylands, que lleva dentro cine de alta precisión, todo un riguroso ejercicio de esa sobriedad y contención que requiere el tener algo propio que decir detrás de una cámara.

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Pese a estar inspirada en algunos pasajes de la novela de Javier Marías Todas las almas, nada hay en El último viaje de Robert Rylands que recuerde a la habitual transcripción servil en escritura cinematográfica de una escritura novelesca. La bella e intensa novela de Marías expulsa hacia quien la lee varios hilos de los que tirar cuando se tiene una cámara en la mano; y Querejeta elige sólo uno de ellos, al que imprime un desarrollo, una dinámica propia, muy lejana del texto literario desencadenante, que así se convierte en pretexto.Estamos lejos, por tanto, de la actual epidemia de novelículas, de simples reconversiones en imágenes de entramados literarios, que casi siempre, cuando son literatura, noble, se resisten a ser filmados tal cual fueron escritos, y requieren trasformaciones graves, incluso una reelaboración completa desde las raíces. De ahí proviene la primera singularidad de este noble filme: entra aparentemente en el redil de la moda de las adaptaciones, pero una vez dentro de ese redil, lo rompe y traza en la pantalla un itinerario propio e independiente de la novela adaptada, que así deja de serlo para convertirse en una poderosa referencia en lugar de la endeble traducción habitual. Es éste un camino difícil, elegido para una película difícil toda ella, pero que está resuelta por guionista y directora con soltura, gran exactitud y pleno dominio sobre el entretejido de lo que filma.

Relato bien ordenado

Es El último viaje de Robert Rylands la más ambiciosa y mejor resuelta de las cuatro películas españolas que han acudido al concurso de esta edición del festival donostiarra. Es un relato escueto, muy bien ordenado e interpretado, que despega hacia territorios propios del cine autoexigentes desde desencadenantes literarios muy fértiles, de cuya jugosidad se aprovecha la pantalla sin incurrir en el debilitamiento de la imagen que se deriva irremediablemente de su entera dependencia de un libro. Gracia Querejeta despega desde las páginas de Todas las almas, pero vuela en busca de algo que no está en esas páginas, al menos como evidencia, sino sólo como zona subterránea. El resultado es un guión muy preciso, que da lugar a un filme que se cierra sobre sí mismo y que propone a la mirada áreas de extrema sutileza.

Sorprende esta película por lo que tiene de cine adulto, con marca o huella de un estilo acabado, libre y diferenciadísimo, cosa sorprendente por tratarse del segundo largometraje de una directora que por fuerza se encuentra todavía en años de aprendizaje. La tan ágil y sencilla resolución de la cineasta de una secuencia que sobre el papel presenta serias resistencias a la visualización, es un hallazgo de oficio que emociona y desconcierta. Y más aún si se tiene en cuenta que el filme huye de cualquier tentación de caída en el exceso o en el subrayado, y discurre sobre un comedimiento formal que, en primera mirada, parece desterrar del relato cualquier caída en los juegos de énfasis y hace que el espectador se vea obligado a afinar y esforzar la mirada, en busca de los soterrados crescendos del filme.

Estas tienen la elegancia de lo transparente y fuerzan a una continua doble visión, o lectura, de lo que sucede o deja de suceder en la pantalla, que sin forzamiento alguno, transita del prosaísmo al lirismo y de la horizontalidad a la elevación y la crispación, sin que apenas nos percatemos de ello, o nos percatemos a posteriori, cuando ya estamos embarcados en su poderoso, por invisible, estilo y subyugados por las consecuencias visuales de éste, que conducen a un ejercicio de cine de gran refinamiento, muy pudoroso, casi en permanente juego con lo inexplícito, lo que obliga al espectador a ser partícipe de la peripecia, a distenderse o conmoverse, siempre con delicadeza, en sus suaves, matemáticos recodos. Gran cine.

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