Tribuna:

La permanencia de la realidad

La mayoría de la gente de mí generación conoció a Vázquez Montalbán en las páginas de Triunfo, con aquella Crónica sentimental de España (1969), donde le ajustamos las cuentas a nuestro pasado, al tiempo que le dijimos adiós y, de paso, recuperamos alguna extraordinaria canción nuestra mitología particular, como el Tatuaje de Rafael de León.Algunos ya lo habíamos descubierto en un libro publicado por El Bardo, de irónico título flaubertiano, Una educación sentimental, aquel poemario de insólitas lentitudes rítmicas, donde el acumulado dolor de los vencidos soñaba co...

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La mayoría de la gente de mí generación conoció a Vázquez Montalbán en las páginas de Triunfo, con aquella Crónica sentimental de España (1969), donde le ajustamos las cuentas a nuestro pasado, al tiempo que le dijimos adiós y, de paso, recuperamos alguna extraordinaria canción nuestra mitología particular, como el Tatuaje de Rafael de León.Algunos ya lo habíamos descubierto en un libro publicado por El Bardo, de irónico título flaubertiano, Una educación sentimental, aquel poemario de insólitas lentitudes rítmicas, donde el acumulado dolor de los vencidos soñaba como un estribillo mate y sorda por tanta derrota interminable a la vez que miraba hacia un futuro distinto. Después vino aquella novela sobre el desarrollismo, Recordando a Dardé, y aquel ensayo, Manifiesto subnormal, donde Vázquez Montalbán nos situaba en el ámbito de esa posmodernidad a la que nos llevarían el descrédito, de las teologías políticas y el triunfo del liberalismo popperiano.

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Todo el caudaloso y rico escritor ulterior está contenido en estos títulos, cuyos temas y motivos se han ido desarrollando después en un incesante movimiento de integración de la realidad histórica en el discurso literario. Por eso Vázquez Montalbán es hoy, seguramente, la voz más poderosa y lúcida de la izquierda que sigue reconociéndose marxista, sin que en su caso (y otros debieran aprender de él) tal filiación doctrinal se haya traducido en actitudes ingenua y reaccionariamente irredentistas ni, en lo que afecta a su práctica literaria, en una derogación de los valores estéticos en pro de un confuso e inexistente utilitarismo político.

Voz vigilante

"Marxista grouchiano", como él se ha denominado alguna vez, Vázquez Montalbán ha mantenido en la literatura y en el periodismo la voz vigilante, tenazmente crítica, más allá de los equívocos que pudo nutrir su presencia en alguna frívola antología poética y, sobre todo, más allá de la obsesiva huida de la realidad histórica que determinados sectores de la vida literaria española han tratado vanamente de alimentar. A la realidad se le pega un puntapié y se la expulsa de momento, pero la realidad es terca y reaparece por otro lado. No tiene por qué regresar cogida de la mano del feísmo miserabilista; también regresa visitando los espacios inmisericordes de un psiquiátrico. Así la hace regresar Vázquez Montalbán, recreando un mito de la cultura popular, el estrangulador de su última novela, donde la narrativa española. se interna por los predios de un difícil vanguardismo, que sabe transitar con gallardía. El Premio de la Crítica supo reconocer este mismo año el riesgo de esta aventura estética, en la que el escritor se enfrentaba en términos novelescos a las cuestiones más candentes de este fin de siglo tan brumoso, tan esquivo, tan inesperado.

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