43 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Mucho alcohol para tan poco cine

Jornada de trámite en el concurso, a sólo cuatro días del final del festival

Fue una jornada alcohólica y poco excitante la que nos deparó ayer la programación a concurso. En la sesión estelar de la noche, Mike Figgis trajo un espeso, arrebatado melodrama de amor terminal entre un borracho irredento y una prostituta solitaria. Leaving Las Vegas fue la culminación del baño con alcoholes de toda gradación que había empezado antes con Total eclipse, un intento completamente fallido de acercamiento a los nomentos arrebatados amores de Paul Verlaine y Arthur Rimbaud.

Total eclipse está regada con absenta, pero privada de inspiración, a pesar de las ilustres cr...

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Fue una jornada alcohólica y poco excitante la que nos deparó ayer la programación a concurso. En la sesión estelar de la noche, Mike Figgis trajo un espeso, arrebatado melodrama de amor terminal entre un borracho irredento y una prostituta solitaria. Leaving Las Vegas fue la culminación del baño con alcoholes de toda gradación que había empezado antes con Total eclipse, un intento completamente fallido de acercamiento a los nomentos arrebatados amores de Paul Verlaine y Arthur Rimbaud.

Total eclipse está regada con absenta, pero privada de inspiración, a pesar de las ilustres credenciales que la adornan: la dirección de la polaca Agnieszka Holland, el guión del británico Christopher Hampton y la presencia del actor estrella de la joven generación estadounidense Leonardo di Caprio.El festival sigue su camino hacia el sábado y la lectura del palmares. No lo tendrán fácil los que juzguen la selección oficial, puesto que no ha aparecido todavía -y faltan sólo seis películas por ver- el filme redondo que, como Un lugar en el mundo o Principio y fin en pasadas ediciones, encandile por igual a crítica, público y jurados.

La jornada de ayer abundó en detalles, sólo detalles de buen cine en el caso de la película de Figgis. Leaving Las Vegas llama la atención, sobre todo, por la audacia, o la inconsciencia, según se mire, del director de montar una película con vocación suicida. No de otra manera se puede entender una trama que encierra prácticamente entre cuatro paredes a una pareja imposible formada por un guionista que ha decidido morir bebiendo y una prostituta que, harta de su soledad, acepta las normas que impone el hombre a su relación. En el comienzo, el filme amaga en la dirección del thriller criminal, no en vano su acción se desarrolla en los ambientes de la prostitución de Las Vegas, y hay, suponemos, incluso un asesinato. Pero en el fondo es sólo una cortina de humo que se diluye en la densidad de la relación absorbente y terrible de los dos amantes.

A pesar de su duración excesiva, que hace que su trama propendra a la reiteración y a un ensimismamiento peligrosos para su credibilidad, el filme se aguanta bien por el trabajo de sus dos máximos artífices, un Nicolas Cage sorprendentemente contenido en un papel proclive a propiciar su peor defecto, la sobreactuación; y sobre todo por la faena impecable de una casi desconocida Elisabeth Shue, mujer de presencia magnética y poderosa carga erótica, espléndida en su caracterización de la prostituta. A este cronista, que con los años se le agudizan ciertas manías, je hubiese gustado mucho que Figgs no hubiera incidido en su viejo defecto de confundir un filme con una banda sonora que arropa unas imágenes, dudosa marca de estilo que le acompaña desde su debut en Lunes tormentoso, aunque haya que reconocerle, noblesse oblige, su buen gusto a la hora de seleccionar los temas que aquí se convierten en el centro mismo de la película.

Total eclipse, por su parte, pertenece a la estirpe más temible del biopic, la que cuenta la vida de los grandes hombres por que así está en los libros de historia, pero que se demuestra completamente incapaz de dotar a los personajes de sangre, de vida. Aquí, Rimbaud y Verlaine son dos patéticos amantes que se gritan, se odian o se aman en medio de grandes frases -de Rimbaud- y grandes vasos de ab senta -Verlaine- Nada hay en el filme que demuestre que el guionista Hampton y la señora Holland hayan sido incapaces de traspasar el cascarón de lo obvio, de lo escandaloso y de lo más manido en una peripecia vital que conmovió hasta los cimientos el edificio de la literatura francesa del pasado siglo. Hampton y Holland, decididamente, no han sido capaces de sentar a la belleza en sus rodillas. Ni para encontrarla fría.

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