"No me vayan a cultivar amapola"

Una unidad antidroga colombiana fumiga una plantación ilegal que satisface el mercado de la heroína

"¡Hale, váyanse, pero no me vayan a cultivar amapola porque se la destruyo toda y les meto en la cárcel". El coronel Leonardo Gallego, de 45 años, director de la Policía Antinarcóticos de Colombia, despide así a dos campesinos que se ven rodeados por un centenar de policías y soldados, armados hasta los dientes, que protegen un espectacular operativo para destruir una plantación ilegal de amapola, la materia prima de la heroína y el opio. La demostración, a beneficio de un pequeño grupo de periodistas europeos, se desarrolla en el Valle de la Mazamorra, departamento de Huila, a media ho...

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"¡Hale, váyanse, pero no me vayan a cultivar amapola porque se la destruyo toda y les meto en la cárcel". El coronel Leonardo Gallego, de 45 años, director de la Policía Antinarcóticos de Colombia, despide así a dos campesinos que se ven rodeados por un centenar de policías y soldados, armados hasta los dientes, que protegen un espectacular operativo para destruir una plantación ilegal de amapola, la materia prima de la heroína y el opio. La demostración, a beneficio de un pequeño grupo de periodistas europeos, se desarrolla en el Valle de la Mazamorra, departamento de Huila, a media hora de vuelo en helicóptero desde Neiva, al sur de Bogotá.Este campo de amapolas es un ejemplo perfecto de cómo Colombia se ha convertido en los últimos años en productora de heroína y no sólo en transformadora y exportadora de los cargamentos llegados de contrabando desde Perú y Bolivia. Es ésta una zona remota, inaccesible y prácticamente deshabitada de las estribaciones de los Andes, a unos 1.700 metros de altitud, la ideal para un cultivo que es cien veces más rentable que los tradicionales en la zona: fríjoles, maíz y maracuyá. Un campito como éste, de apenas un quinto de hectárea, puede llegar a producir hasta kilo y medio de látex por el que los narcotraficantes pagan unos tres millones de pesos (cerca de medio millón de pesetas) antes de convertirse en unos 200 gramos de heroína pura que, en EE UU, alcanza un precio seis veces superior.

Tal vez por eso, los dos campesinos observan con impasible contrariedad cómo los aviones fumigadores llegados de EE UU, bombardean la plantación con una carga de glifosato que cae sobre periodistas y fuerzas de seguridad como un chirimiri "inofensivo para las personas, pero letal para la amapola, que morirá antes de tres días". Así lo asegura al menos el ingeniero forestal Luis Parra, auditor ambiental del Consejo Nacional de Estupefacientes. También está presente ("porque lo ordena la ley") el procurador Fernando Pérez que debe comprobar que sólo se fumigan estas flores de color rosa y morado, no muy diferentes de las que pueden contemplarse en los prados españoles, pero que pertenecen a la variedad papaver somniferum, que no ha surgido aquí por generación espontánea. La aparentemente inofensiva florecilla ha tenido que recorrer un largo camino desde el sureste asiático, muy probablemente a finales de los años ochenta. Es éste lo que se llama un cultivo tecnificado. Los dos campesinos, que aseguran que se ganan la vida "jornaliando", dicen que quienes cuidaban el campo se fueron el domingo pasado, que no eran de la zona y que no saben nada de ellos, ni siquiera su nombre. Lo cierto es que rara vez se producen detenciones en estos operativos. "Cuando llegamos", dice el coronel Gallego, "los hombres ya han huido y sólo quedan mujeres y niños".

Según el jefe militar, la plantación fue descubierta hace sólo ocho días en un vuelo de reconocimiento. "Los satélites aún no pueden detectar estos precisa, "aunque sí los de coca", que se emplazan a menos de 1.500 metros de altitud y que suelen ser más productivos en las zonas selváticas. La rentabilidad de la explotación de coca es menor que la de amapola: una hectárea de coca puede producir dos kilos de cocaína, pero el kilo de esta droga en Colombia es seis o siete veces inferior al de la heroína.

Aquí los narcotraficantes colaboran estrechamente con las Fuerzas Armadas Revolucionarías de Colombia (FARC), la más potente de las guerrillas todavía activas en el país, y que no hace ascos a tan irregular financiación, aunque sin abandonar por ello sus objetivos políticos y militares. Según el coronel Gallego, los insurgentes cobran por un doble concepto: unos 5.000 pesos mensuales por cada hectárea de cultivo y unos 20.000 por kilo de producto cosechado, cantidades nada despreciables si se tiene en cuenta que "en todo este núcleo de Río Negro y Río Chiquito se han erradicado en los últimos tres años entre 5.000 y 6.000 hectáreas de amapola" y que todavía deben quedar tal vez otras tantas por localizar y destruir. Ayer también, después de cinco horas de combate, unidades militares apoyadas por helicópteros de asalto, destruyeron un enorme y ultramoderno laboratorio de cocaína en el este de Colombia, que estaba defendido por un destacamento de guerrilleros.

Los narcos no necesitan habitualmente obligar a los campesinos a que trabajen estos campos. El beneficio ofrecido es demasiado grande. Pocos resisten la tentación. Y con esta minoría se llega a veces a un acuerdo consistente, según un funcionario del departamento antinarcóticos, en el alquiler del terreno, que será cultivado por campesinos de otras zonas enviados por los propios traficantes.

El espectacular despliegue de seguridad en el que se desarrolla la operación se inició hace días porque, precisamente aquí estaba previsto que el presidente colombiano, Ernesto Samper, condecorara a los pilotos que efectúan las tareas de destrucción de los cultivos ilegales, y que efectivamente se juegan la vida, como atestiguan varios de ellos. La ceremonia se suspendió casi en el último momento, aunque no se observa ni rastro de la guerrilla que se sabe que no está muy lejos. Hace apenas dos meses, el 18 de abril, exactamente, en una operación similar a ésta, la gente de las FARC derribó un helicóptero (cuyo piloto resultó muerto) similar a este UH-lH, veterano de la guerra de Vietnam, en el que hemos llegado al Valle de la Mazamorra, con las puertas abiertas al vacío y sus dos ametralladoras apuntando hacia tierra. Aquel día, "cuando murió el mayor Ramírez", había un avión fumigando y tres helicópteros de protección. Como ahora.

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"A comienzos de mayo", prosigue el coronel Gallego, "hube otro ataque, y un helicóptero recibió siete impactos de bala. Afortunadamente, el fuego de respuesta de los artilleros y la pericia del piloto evitaron males mayores y el aparato regresó a su base".

Un trabajo arriesgado es este del director general de la policia antinarcáticos, quien deja muy en claro que él no lo pidió, sino que se lo asignaron, por elección efectuada por el director general de la policía con el visto bueno del ministro de Defensa. Fue hace un año, y él atribuye el nombramiento, entre otras cosas, a que estudió en España con la Guardia Civil técnicas de contraguerrilla urbana y rural, de activación y desactivación de explosivos y de tiro de precisión.

Una lucha en tres frentes

La extensión de los cultivos ilegales de coca y amapola en Colombia puede que oscile entre las 40.000 y las 80.000 hectáreas, en su mayor parte dedicadas a la coca. Los campesinos no contemplan a los narcos como criminales, sino como generosos patronos y, cuando aparecen en el cielo los aviones fumigadores, los agricultores sólo ven a un enemigo que puede devolverles a la miseria.La política del presidente Ernesto Samper tiene un triple frente. De un lado acabar con el narcoterrorismo, que se ha cobrado la vida de más de 3.000 agentes de seguridad en 10 años. El segundo frente, es la desarticulación de los numerosos carteles de la droga (no todo se reduce a Cali y Medellín), y el último, la destrucción de los cultivos ilegales (10.000 hectáreas de coca y 2.300 de amapola desde comienzos de año) y su sustitución por explotaciones alternativas que faciliten "unos ingresos legítimos y viables" a 300.000 agricultores. Los éxitos parciales permiten a Samper afrontar con más tranquilidad las acusaciones, que le llueven de EE UU, de que no hace todo lo posible para combatir el narcotráfico. La penetración en el tejido político del dinero de la droga corre también el peligro de socavar el trabajo, tal vez sincero, de Samper, que ni siquiera se ha visto libre de toda sospecha.

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