Presencias y ausencias, los jueves, en la Real Academia Española

Laín Entralgo tiene el máximo de asistencias, y Cela encabeza la lista de 'huidos'

El pasado jueves, como tantos otros jueves, unos académicos se acercaron al venerable caserón de la calle de Felipe IV y dejaron en el perchero que lleva su etiqueta su impedimenta invernal, y otros, en cambio, un jueves más, tampoco fueron. Y es que, una vez elegidos los inmortales, apagados los focos de la noticia de su elección u olvidados los corteses aplausos del domingo de la ceremoniosa toma de posesión, hay quienes, por unas u otras razones, pisan poco o nada la Real Academia. Algunos se lo toman como un cargo honorífico, y otros, como un trabajo muy serio.

El último jueves, uno...

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El pasado jueves, como tantos otros jueves, unos académicos se acercaron al venerable caserón de la calle de Felipe IV y dejaron en el perchero que lleva su etiqueta su impedimenta invernal, y otros, en cambio, un jueves más, tampoco fueron. Y es que, una vez elegidos los inmortales, apagados los focos de la noticia de su elección u olvidados los corteses aplausos del domingo de la ceremoniosa toma de posesión, hay quienes, por unas u otras razones, pisan poco o nada la Real Academia. Algunos se lo toman como un cargo honorífico, y otros, como un trabajo muy serio.

El último jueves, uno de los 35 jueves de este año en los que está previsto que la Real Academia Española celebre junta ordinaria, algunos académicos, a media tarde, entre sesión y sesión, hacían corrillos, mientras acompañaban los frutos secos o los emparedados (m. fig. "porción pequeña de jamón u otra vianda..."; según Manuel ,Seco, mejor sándwich, pronúnciese /sángüich/) con un jerez o con un whisky (la Real Academia Española, tímidamente y sin convicción: güisqui). Con un whisky en la mano, el novelista y economista José Luis Sampedro, académico desde junio de 1991 y con 92 asistencias (el último, por ahora, en el Es calafón a fecha de 1 de octubre de 1994), paseaba solo, repasando mentalmente la propuesta que iba a hacer más tarde: una nueva redacción de la palabra socialismo (consultado el término, en la última edición del Diccionario no se sabe si los inmortales, olvidados del encapotado cielo político bajo el que vive la ciudadanía, van a modificar la primera acepcion o la segunda).

La lista negra

Todo se apunta, y todo se sabe, y así a primeros de año la Real Academia Española publica su Anuario, en donde, entre otros muchos datos, se incluye el Escalafón, la lista de presencias y ausencias, un Escalafón que encabeza Pedro Laín Entralgo, con más de dos mil asistencias, en casi cuarenta años de académico, y en donde aparecen, en posiciones de cola, Miguel Delibes, 20 años de académico (123 asistencias) o Pere Gimferrer (118) y Julio Caro Baroja, (94), tras 10 años ocupando, (unas veces sí, otras veces no) su sillón. Pero el cabecilla de los ausentes es Camilo José Cela, quien desde 1957 ha pisado la docta casa 214 veces (vendrá, eso sí, un próximo domingo de marzo a recibir, de Planeta a Planeta, & Mario Vargas Llosa).

A Miguel Delibes no le gusta mucho, hablar de la Academia. Y si no va más, que no va, es "porque es muy incómodo para los que vivimos en provincias; irte obliga a pasar la noche en Madrid, y yo no estoy para esos trotes". Está de acuerdo, además, con que sean ellos, los filólogos y los lingüis tas, los que trabajen; al fin y al cabo, dice, "los escritores so mos el escaparate". De todos modos, sigue considerando que fue un honor para él ser elegido académico, y se da por bien pagado con haber hecho un puñado de amigos y, además, haber conseguido incluir (y se le oye reír al otro lado del hilo telefónico) unas cuantas papeletas de pájaros, que muchas más, dice la leyenda, no pudo colar.

Pero a Delibes, como a Cela, a Pere Gimferrer o a Alonso Zamora Vicente, un histórico de la Academia y durante años su secretario perpetuo, lo que les disgusta es que, por el hecho de no asistir un mínimo de veces al año (12 sesiones, que son en realidad seis jueves), se les prive del derecho al voto. "A mí esta decisión", comenta Gimferrer, "no me agrada, pero la acepto porque ha sido aprobada por la mayoría".

A Zamora Vicente le parece mal la decisión de privar de voto a los huidos, pero critica el hecho de que haya quien "pierda el culo para que le elijan y luego no va nunca"; que qué pasa con Cela, le pregunto, y él que es viejo amigo, "hombre, Camilo, antes sí fue muy cum plidor". Desde su elegante ironía de perro viejo, Zamora Vicente intenta disculpar a los que no acuden los jueves: "Tenga en cuenta que en la Academia hemos tenido, desde siempre, ernbajadores, cardenales, generales, presidentes de Consejos de Ministros, gente ocupada, vamos". Víctor García de la Concha, secretario de la Academia, sale al paso y acalla voces de amotinados: "En primer lugar, la Academia no es un cuadro de honor, aquí se viene a cumplir una tarea. La decisión de privar del voto a los que no acuden fue una propuesta reciente de modificación de los estatutos, que se discutió vivamente y se envió a todos los académicos para que presentaran objeciones, ¿y qué paso?". Se supone: nadie abrió la boca. "No se puede protestar, pues", comenta De la Concha, "a posteriori. El que no viene, no puede lamentarse de que no pueda votar". Queda claro.

El trabajo en los sótanos

El otro jueves, mientras un puñado de académicos se afanaba en modificar de viva voz la papeleta socialismo, en los sótanos de la Academia una cuadrilla de jóvenes filólogos, amarrada a su terminal, trabajaba, como todas las tardes, en el ambicioso proyecto informático en el que se ha metido desde principios de año la Academia Española.

Crear dos corpus, uno diacrónico del español, que se ha denominado CORDE, y otro de referencia del español actual, CREA (el jueves, por ejemplo, se estaban escaneando, habrá que ver cómo se debe decir, una novela de Guelbenzu y otra de Millás). La finalidad de estos dos corpus, según el proyecto que acabará en el año 2000, es la de conseguir tener un corpus lexicográfico de 200 millones de formas, que le puedan servir al lexicógrafo para la redacción de los diccionarios.

Hasta ahora, el, lexicógrafo ha tenido que trabajar con su intuición, con su oído y olfato para el lenguaje -ese ser vivo e incómodo de apresar como el mercurio- y ese pequeño y mítico banco de datos que son los 13 millones de papeletas (las primeras, de finales del siglo XVIII) con los que se nutre el diccionario del español., Y mientras esto ocurría, mientras las pantallas de los ordenadores parpadeaban con ristras de frases y frases de novelistas actuales o de primeras páginas de los periódicos de hoy mismo, en otra planta de este caserón, otro grupo, de esforzados cautivos de la lengua avanzaba lentamente en la confección del Diccionario histórico del español, que va, por ahora, por el segundo tomo y contiene dos terceras partes de la letra A. El primer tomo se cerró en 1972, el segundo en 1992 y los demás, se verá. Sé calcula que se harán 25 tomos (lo ideal sería 20, como el Oxford, la biblia de estos diccionarios). Y como esto es, por su complejidad, como "las obras del Escorial", no hay valor para arriesgarse con fechas. Eso sí, hay voluntad de recoger todo. En la B, que aguarda, ya tiene papeleta "(música) bakalao", con k y todo. Son las dos caras de la moneda, y un solo fin: conseguir el diccionario definitivo de la lengua española (por cierto, el diccionario común se presentará el próximo 23 de abril, día de Cervantes, en CD ROM. "Cosas veredes, amigo Sancho").

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