Tribuna:

Demasiado pronto, demasiado tarde

Siempre se muere demasiado pronto. Miguel Torga se va del mundo a los 87 años, después de una larga y dolorosa enfermedad. Dirán los piadosos que fue un alivio para él, los resignados que ya había vivido bastante, los pragmáticos que su obra había terminado. Todos tienen razón, ninguno la tiene toda, si mi opinión sirve para alguna cosa. Porque hay una diferencia entre que Torga haya muerto o estuviera vivo. Tal vez ya no tenía mucho que decir: llega siempre el momento en que la energía de la palabra se agota. Además, sabemos que la muerte no podrá borrar ninguna de las palabras que escribió. ...

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Siempre se muere demasiado pronto. Miguel Torga se va del mundo a los 87 años, después de una larga y dolorosa enfermedad. Dirán los piadosos que fue un alivio para él, los resignados que ya había vivido bastante, los pragmáticos que su obra había terminado. Todos tienen razón, ninguno la tiene toda, si mi opinión sirve para alguna cosa. Porque hay una diferencia entre que Torga haya muerto o estuviera vivo. Tal vez ya no tenía mucho que decir: llega siempre el momento en que la energía de la palabra se agota. Además, sabemos que la muerte no podrá borrar ninguna de las palabras que escribió. Lo que extingue la vida y sus señales no es la muerte, sino el olvido. La diferencia entre muerte y vida es ésa. Lo que cuenta para nosostros en este caso es otra diferencia mucho más humana: la diferencia entre estar y no estar. Podía Torga no escribir una línea más pero estaba ahí. Y ahora ha dejado de estar.No conocí a Miguel Torga. Nunca lo busqué, nunca le escribí. Me limité a leerlo, admirarlo muchas veces, otras no tanto. Mi relación con él fue solamente como lector. Algunas veces, en estos últimos tiempos nuestros nombres aparecieron juntos, y siempre que esto sucedía no podía evitar la idea de que aquél no era mi lugar. ¿Por una especie de superstición inducida por la persona que fue o la obra que creó?. No creo. El motivo es ciertamente mucho más sutil que aquél que se podría deducir de un mero balance de cualidades suyas y defectos míos. Pensaba que había en Torga algo que me gustaría tener, y no tenía, el derecho ganado por una obra con una dimensión fuera de lo común en todos los sentidos, la música profunda de una sabiduría que había nacido de la vida y que a la vida volvía para que se volvieran ambas más ricas y generosas. Me dicen que Torga no era generoso. Pero hablo de otra generosidad, la que surge de ese movimiento de vaivén que en rarísimos casos une al hombre a su tierra y toda la tierra al hombre.

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Demasiado pronto ha muerto Miguel Torga. Comprendo ahora cuánto me habría gustado haberlo conocido. Demasiado tarde.

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