La escultura vasca dice adiós a la edad del hierro

Un numeroso grupo de jóvenes artistas intenta abrirse camino y rompe con el universo metafísico de sus mayores

Un tropel de jóvenes y jovencísimos escultores vascos, extrañamente numeroso para un país tan pequeño, bulle incesantemente tras los grandes nombres de artistas como Chillida, Oteiza, Nagel, Ibarrola, Mendiburu y Basterretxea. Estos nuevos artistas pugnan por abrirse camino con una propuesta de ruptura de lo que se ha dado en llamar la escultura vasca. Argollas y anillas metálicas anudadas a un tejido de ganchillo, un sostén negro bajo una superficie de clavos... Hay en la puesta artística de Ana Laura Aláez y en la de otros muchos jóvenes escultores vascos un desenfadado propósito...

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Un tropel de jóvenes y jovencísimos escultores vascos, extrañamente numeroso para un país tan pequeño, bulle incesantemente tras los grandes nombres de artistas como Chillida, Oteiza, Nagel, Ibarrola, Mendiburu y Basterretxea. Estos nuevos artistas pugnan por abrirse camino con una propuesta de ruptura de lo que se ha dado en llamar la escultura vasca. Argollas y anillas metálicas anudadas a un tejido de ganchillo, un sostén negro bajo una superficie de clavos... Hay en la puesta artística de Ana Laura Aláez y en la de otros muchos jóvenes escultores vascos un desenfadado propósito de desacralizar la mítica del hierro, una ruptura elocuente con los grandes materiales, con el universo metafísico que caracterizó a la escultura vasca.

Esos artistas, algunos ya reconocidos, como Cristina Iglesias, Txomin Badiola, Pello Irazu, KoIdobika Jáuregui o Ángel Bados, se manifiestan ajenos a la permanente incógnita del origen de lo vasco, a la búsqueda e invención de mitos y tradiciones sobre los que asentar la identidad colectiva.

Se han desprendido del compromiso y de la disciplina oteizana y sus obras, adheridas generalmente a la estela posmodernista; tienen poco de las pretensiones culturales, sociales y políticas que inspiraron a aquellos artistas del Grupo Gaur que, a mediados de los sesenta, y con Jorge Oteiza al frente, reinventaron la escultura vasca anclándola en la modernidad. Buena parte de estos nuevos creadores, y particularmente quienes se iniciaron en el arte bebiendo del Quousque Tandem y del resto de las propuestas de Jorge Oteiza, han vivido la ruptura con un sentimiento de liberación.

"Ser escultor vasco", ha dicho Txomin Badiola, "ha sido durante algún tiempo profesar una religión. Ha significado compartir una serie de sensaciones, presentimientos y conceptos, curiosamente ligados a los aspectos más tradicionales de la cultura vasca: el ferrón convocando en su dominio del. hierro a los elementos -tierra, aire, agua y fuego-, el árbol, y por extensión el bosque, como amenaza y protección, los númeres y seres mitológicos populares, la casa...".

Badiola, que reside actualmente en Nueva York, es de los que creen que el abandono de los viejos valores es la reacción natural de unas generaciones surgidas en una cultura urbana social y políticamente conflictiva. "No cabía esperar", dice, "que apreciasen semejante tipos de valores en más de lo que valen: documentos de una realidad mitificada y mixtificada que encubren problemas reales de convivencia".

A propósito de las sensaciones que albergan los nuevos creadores vascos, Pedro Manterola, pintor y. profesor de la Escuela de Bellas Artes de Bilbao, ha escrito que "la oscuridad de nuestro pasado vacío se proyecta sobre nuestro presente ensombreciéndolo, mientras ilumina nuestro futuro desmesuradamente". Y este artista ha añadido: "Ese misterio superior del que parecemos surgir ha digerido, disuelto, cualquier acontecimiento".

Algunos de estos creadores, el propio Txomin Badiola, Ángel Bados o Juan Luis Moraza, han sido profesores de esa Facultad, y gran parte de quienes integran esa extensa relación de nuevos escultores de talento, María Luisa Fernández, Peio Michelena, Alberto Oyarzábal, Miren Arenzana, Luzia Ondain, Asier Lasplur, Idola Montón, Xabier Arribas, Iosu Sarasua, Oier Villar y Belén Moreno, han pasado por sus aulas. Muchos de ellos deben a los talleres de Arteleku, en San Sebastián, el centro público de arte promovido por la Diputación guipuzcoana, la posibilidad de haber experimentado libremente, una vez cubierto el pase por la Universidad.

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