Tribuna:

De JR a MC

Si hubiese un termómetro del masoquismo, el mercurio hubiese superado ayer los cuarenta grados en la junta de accionistas de Banesto. Los nuevos administradores aguantaron estoicos como los judíos en la jornada de Yom Kippur, en ayuno y sin moverse ni para hacer pis, a decenas de accionistas que exigieron la acción social de responsabilidad -emprender acciones civiles- contra Mario Conde y el consejo destituido el 28 de diciembre de 1993. Ningún accionista defendió a Conde.En la junta del ejercicio 1985, Pablo Gamica informó que se destinaban 11.000 millones como anticipo del saneamiento del B...

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Si hubiese un termómetro del masoquismo, el mercurio hubiese superado ayer los cuarenta grados en la junta de accionistas de Banesto. Los nuevos administradores aguantaron estoicos como los judíos en la jornada de Yom Kippur, en ayuno y sin moverse ni para hacer pis, a decenas de accionistas que exigieron la acción social de responsabilidad -emprender acciones civiles- contra Mario Conde y el consejo destituido el 28 de diciembre de 1993. Ningún accionista defendió a Conde.En la junta del ejercicio 1985, Pablo Gamica informó que se destinaban 11.000 millones como anticipo del saneamiento del Banco Garriga Nogués; en la del ejercicio 1986 el vicepresidente y consejero delegado, José María López de Letona hacía votar la asignación de 88.000 millones para cubrir más agujeros, entre ellos 73.000 millones pendientes del Garriga Nogués y en la de 1987, celebrada en junio de 1988, mientras un grupo de accionistas exigía responsabilidades -aún no se había modificado la ley de Sociedades Anónimas- contra Javier de la Rosa, ex vicepresidente ejecutivo del Garriga Nogués, el nuevo presidente de Banesto, Mario Conde, dijo que la cosa no iba con él, pese a saber, a través de un nuevo informe, que las pérdidas del banco catalán ascendían a 98.500 millones de pesetas. Meses después, era él quien exoneraba a través de un papel redactado por el abogado Rafael Pérez Escolar, a De la Rosa.

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Las juntas de Banesto tenían un hilo común: nunca nadie sabía cómo se formaban los agujeros. Y cuando cualquier observador podía esperar que ante una quiebra como la que se ha descubierto -245.000 de patrimonio neto negativo resultaba elemental la respuesta a las preguntas cómo y por qué, esa explicación se ausentó en la larga y angustiosa asamblea de accionistas celebrada la víspera. Lo realmente dificil era pasar de puntillas en una situación semejante. Y ése ha sido todo un éxito del equipo que dirige Alfredo Sáenz.

Lo que cabría esperar es que la acción de responsabilidad que Sáenz tendrá que poner en práctica en los próximos treinta días no se correspondan con las líneas de su discurso ante la junta. Porque allí están enunciadas ciertas justificaciones de facto, quizá hasta involuntarias, de la gestión de Mario Conde al frente del Banesto.

Siempre críptico respecto al innombrable, es decir, a Conde, el presidente provisional dijo: "El nuevo Banesto ha de enmarcar su esencia en el tipo de banca que yo creo caracterizará a la década de los noventa. De la misma forma que podemos afirmar que la década pasada fue la de las "alegrías infórmáticas y la de la ingeniería financiera; la de la expansión extrema al precio que fuese y la del máximo aprovechamiento de los resquicios que permitía la liberalización, cabe predecir que los noventa va a ser distintos. Los bancos tendrán que cambiar y de hecho lo están haciendo ya, sus políticas de crecimiento a cualquier precio por políticas de consolidación. Sostener las cuentas de resultados será mucho más dificil".

Ergo: los problemas de Banesto son comunes en cierto modo a toda la banca. Si esto fuese así, habría que concluir que tendríamos que tener un efecto dominó. No es así. En los últimos años, en España se han diferenciado los bancos buenos, los mediocres y los malos. Sáenz y su equipo, que han tenido la ocasión de conocer Banesto por dentro, han podido ver que tenía poco que ver con una entidad bancaria, que no existía limitación alguna a la utilización de recursos por una cúpula que reunía la suma del poder y que no vaciló en maquillar una serie de problemas patrimoniales profundos, frutos de una mala administración. Esa ocultación la hizo tanto ante su socio principal, que tuvo que descubrirlos en el otoño pasado, como ha reconocido, el 25 de febrero de 1994, Dennis Weatherstone, presidente de J. P. Morgan, al Comité de Banca del Congreso de Estados Unidos, como ante el Banco de España.

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