Crítica:TEATRO

Cien años después

Curiosa edad y tiempos éstos, en los que para presentar en el teatro el debate de la sociedad actual española hay que acudir a lbsen, recogerlo de cien años atrás (Espectros, 1891), y abreviarlo por miedo al aburrimiento. (Atención: estos debates salen diariamente en la televisión, se hacen con seriedad en los periódicos, se discuten con bases científicas y sociales cada día). En esta obra vemos: la falsedad del gran personaje público, la opresión de la esposa, la ocultación de la hija natural, la hipocresía del representante de la Iglesia, la enfermedad sexual hereditaria, la eu...

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Curiosa edad y tiempos éstos, en los que para presentar en el teatro el debate de la sociedad actual española hay que acudir a lbsen, recogerlo de cien años atrás (Espectros, 1891), y abreviarlo por miedo al aburrimiento. (Atención: estos debates salen diariamente en la televisión, se hacen con seriedad en los periódicos, se discuten con bases científicas y sociales cada día). En esta obra vemos: la falsedad del gran personaje público, la opresión de la esposa, la ocultación de la hija natural, la hipocresía del representante de la Iglesia, la enfermedad sexual hereditaria, la eutanasia y hasta una exposición no crítica de un posible incesto.La opresión de una sociedad fanática: si el pastor y la viuda aseguran las instalaciones de la obra benéfica, serían criticados por no tener la suficiente fe en que les proteja la Providencia: naturalmente, sucede el fuego (director y escenógrafo apagan las luces del gabinete y sacan un resplandor de tres llamitas en un lienzo blanco: un horror): y no se sabe bien si lbsen ironiza así o cree, en el fondo, que la Providencia castiga al pastor), y, a partir de esa estupidez constatada por parte de todos, estamos en realidad en el teatro del absurdo, en el lugar del naturalismo del contexto.

Espectros

Autor: lbsen (1891). Versión: Feliú Formosa. Intérpretes: Laura Jou, Francisco Merino, José María Pou, Julieta Serrano, Jaume Valls (compañía de Julieta Serrano). Escenografía, vestuario e iluminación: Simón Suárez. Dirección: John Strasberg. Teatro Albéniz. Madrid, 16 de marzo.

Claro que hay otras interpretaciones, no olvidando que Freud escribió mucho y muy claro sobre lbsen (y Bernard Shaw: y todo el mundo, en su época): puede ser Dios o Padre, el desaparecido al que se va a tributar el homenaje por los suyos, y criaturas suyas dolientes los que viven este auto sacramental sin salvación posible. En todo caso, ese gran pecador, ese fundador de familia y asilo y riqueza popular, es el personaje ya invisible de quien depende esta gran ruina de todos.

Desgracia nacional

La desgracia nacional española de tener que acudir a cien años atrás para representarnos hoy (no culpo a esta compañía, claro, sino a su necesidad de hacer lo que se puede hacer) hace que haya viejerías en el diálogo (cuando hay coloquialismos están mal construidos en castellano y disuenan; la primera actriz a veces se deja llevar del acento o de la música del otro idioma en que representan, el catalán) y en la construcción (era un teatro modernísimo y valiente cuando se escribió) y que juegue un distanciamiento que no estaba previsto cuando la obra se escribió.Por la misma forma de la desgracia, la necesidad de abreviar acumula todos estos aludes de horror en muy poco tiempo (los tres actos se hacen en hora y media sin interrupción) de forma que se emparenta con el folletín; sobre todo al final, cuando todo tiene que precipitarse.

El director y el versionista se han comido las transiciones, las esperas. No dejo de decir esto sin comprender que en sus verdaderas dimensiones sería, probablemente, poco soportable y nada comercial; únicamente añoro una obra nueva, que no existe, en la que estos temas -eutanasia, enfermedad sexual hereditaria, incesto, hipocresía eclesial, gigante de pies de barro, sociedad fanatizada- estuvieran escritos con la sintaxis teatral de ahora: aunque dudo de que haya un ahora coherente en el examen y la crítica de la nueva sociedad burguesa en la que estamos.

Es indudable que esta forma de acumular y de mezclar moderno y antiguo, y tres idiomas por lo menos -el original, o de donde se haya tomado, el catalán y su reversión al castellano-, perjudica la interpretación de estos buenos y reconocidos actores colgados de una rampa desmedida; la tensión está, sobre todo, en el diálogo largo de Julieta Serrano y José María Pou (viuda y reverendo; en esté se acumula todo el mal de la obra, y le perjudica) y debería estar en el de ella y su hijo, Jaume Valls, si no fuera porque la necesidad de éste de convertirse rápidamente en escena en cadáver, después de haber exaltado la alegría de la vida, le obliga a unos movimientos de cámara rápida, balbuceos y temblores y tartamudeos de los que no hay quien salga adelante. El mejor papel es el de Francisco Merino, y su serenidad, y su verdadera esencia de hombre bueno. Queda dicho lo poco que me agrada la dirección de John Strasberg y lo que ha hecho con los actores. Aun así, la fuerza transmitida y el enunciado de los temas despertaron interés en el espectador, y se oyeron ovaciones y bravos para la compañía.

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