Tribuna:

El rumor de la marea

Derek Walcott nació en la isla de Santa Lucía, allá donde "el sol, cansado de imperio, se pone". Sin embargo, al hacerlo, calienta una amalgama de razas y culturas mucho más grande que la contenida en cualquier crisol al norte del ecuador. Aunque el inglés sea el idioma predominante, el reino del que procede este poeta es una verdadera Babel genética. Si a veces Walcott escribe en el patois criollo, no lo hace para flexionar sus músculos estilísticos o ampliar su público, sino como homenaje a la lengua que él habló de pequeño, antes de que ascendiera a la torre. Las auténticas biografía...

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Derek Walcott nació en la isla de Santa Lucía, allá donde "el sol, cansado de imperio, se pone". Sin embargo, al hacerlo, calienta una amalgama de razas y culturas mucho más grande que la contenida en cualquier crisol al norte del ecuador. Aunque el inglés sea el idioma predominante, el reino del que procede este poeta es una verdadera Babel genética. Si a veces Walcott escribe en el patois criollo, no lo hace para flexionar sus músculos estilísticos o ampliar su público, sino como homenaje a la lengua que él habló de pequeño, antes de que ascendiera a la torre. Las auténticas biografías de los poetas son casi idénticas, como las de los pájaros: los verdaderos datos están en el modo en que suenan. La biografía de un poeta está en las vocales y las sibilantes, en los metros, rimas y metáforas. El cuerpo de la obra de un autor da fe del milagro de la existencia y, en cierto sentido, es siempre un evangelio cuyos versículos convierten al escritor de un modo más radical que a su público. Con los poetas, la elección de las palabras dice invariablemente más cosas que el argumento; por eso, los mejores siempre, se echan a temblar ante el pensamiento de que se escriban sus biografías. Si tienen que revelarse los orígenes de Walcott, las páginas de esta selección son la mejor guía. Esto es lo que uno de sus personajes dice de sí mismo, y bien podría ser el autorretrato del autor:

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"Sólo soy un negro rojo que amar el mar, / recibí una sólida educación colonial, / tengo holandés, negro e inglés dentro de mí, / y o no soy nadie o soy una nación".(...)

La poesía de Walcott es adánica en el sentido en que tanto él cómo su mundo han salido del paraíso: él, por probar la fruta del bien y del mal; el mundo, por la historia política.

"¡Un tercer mundo feliz!", exclama en algún lugar y en esa exclamación hay mucho más que simple angustia o exasperación. Es un comentario que se refiere a algo mucho más importante que una falta de valor e imaginación puramente local: se trata de una respuesta semántica a la abundante y absurda realidad, épica por su aspecto lastimoso. Pistas de aterrizaje abandonadas y cubiertas de hierba, derruidas mansiones de funcionarios retirados, chozas cubiertas de chapa ondulada, barcos costaneros de una chimenea tosiendo como "reliquias sacadas de Conrad", cadáveres de cuatro ruedas escapados de los cementerios de chatarra y haciendo sonar los huesos ante pirámides en régimen de propiedad, incapaces políticos corruptos y, para reemplazarlos, ignorantes jóvenes de gatillo rápido balbuceando basura revolucionaria, "tiburones con aletas bien apretadas / desgarrándonos a los alevines con sonrisas de cuchilla"; un reino donde "te estalla el cerebro antes de que encuentres un libro", donde si conectamos la radio podemos oír al capitán de un crucero de blancos insistiendo para que una isla asolada por un huracán vuelva a abrir la tienda libre de impuestos sin tener en cuenta la tragedia, donde "los pobres siguen siendo pobres, cualquiera que sea el culo que golpeen", donde podemos resumir el trato que el reino ha recibido diciendo "estábamos encadenados, pero las cadenas nos unían / ahora, el que las tenga, ¡peor para él!, y quien sea. desgraciado, que lo sea", y donde "más allá de ellos los mangles encendidos se empantanan, / los ibis practican para los sellos de correos".

Herencia colonial

Aceptada o rechazada, la herencia colonial sigue siendo una presencia hipnotizadora en las Indias Occidentales. Walcott no intenta romper su hechizo hundiéndose "en la incoherencia de la nostalgia" de un pasado inexistente ni haciéndose un nicho en la cultura de antiguos señores (en la cual no encajaría en primer lugar al alcance de su talento). Actúa en la creencia de que el lenguaje es más grande que señores y servidores, que la poesía, al ser su versión suprema, es un instrumento para ambos; es decir, que es un modo de conquistar una identidad superior a los confines de clase, raza o ego. Todo esto es puro sentido común; también es el más profundo programa de cambio social que existe. Resulta entonces que la poesía es el arte más democrático: surge siempre de un garabato. En cierto sentido, un poeta es como un pájaro que gorjea sin importarle en qué rama se posa, esperando que haya un público, aunque sólo sean las hojas.( ... )

Walcott no es tradicionalista ni modernista. No se le puede aplicar ninguno de los ismos disponibles ni los consiguientes istas. No pertenece a ninguna escuela: en el Caribe no hay muchas, aparte de las de pesca. Nos gustaría decir que es un realista metafisico, pero hay que tener en cuenta que el realismo es metafisico por definición, y también al revés. Además, eso sabría a prosa. Puede ser naturalista, expresionista, surrealista, imaginista, hermético, confesional... lo que ustedes quieran. Sencillamente ha absorbido, al igual que las ballenas el plancton o un pincel la paleta, todos los estilos que el norte podía ofrecer; ahora tiene el suyo y es grandioso.

Su versatilidad de género y métrica es envidiable. Sin embargo, tiende por lo general hacia el monólogo lírico y la narración. Esto, la tendencia a escribir en ciclos, así como sus obras de teatro en verso, sugieren de nuevo una vena épica en este. poeta y, quizá ya sea hora de resaltar este aspecto. Desde hace casi 40 años, sus palpitantes e implacables versos han ido llegando en inglés como marejadas que se coagulan dando lugar a un archipiélago de poemas sin el cual el mapa de la literatura moderna sólo serviría de papel pintado. Hace más que entregarse a sí mismo o entregarnos "un mundo", nos entrega una sensación de infinito materializada en el lengauje y en el océano, siempre presente en sus poemas: como el fondo o el primer plano, el tema o el metro.

Para decirlo con otras palabras, estos poemas representan la fusión de dos versiones de infinito: lenguaje y océano. La madre común de estos dos elementos, hay que recordarlo, es el tiempo. Si en la teoría de la evolución, en especial la parte que sugiere que todos provenimos del mar, hay algún lugar para el agua, entonces, tanto temática como estilísticamente, la poesía de Derek Walcott constituye el caso mas elevado y lógico de desarrollo de la especie. Es posible que tuviera suerte al nacer en esa periferia, en esa encrucijada del inglés y el Atlántico, donde las olas de ambos llegan sólo para retroceder. El mismo modelo de movimiento -hacia la costa y de vuelta hacia el horizonte- aparece en los versos, los pensamientos y la vida de Walcott.

Abran el libro [Poems of the Caribbean] y contemplen el modo en que "el puerto gris y de hierro. / se abre girando sobre un herrumbroso gozne de gaviota", oigan cómo "la ventana del cielo golpetea / cuando el cambio de marchas se inclina hacia la marcha atrás" y se les advertirá que "al final de la frase empezará a llover. En el límite de la lluvia, un barco...". Éstas son las Indias Occidentales, éste es un reino que una vez, en su inocencia de la historia, tomó el fanal de una carabela por la luz al final de un túnel y pagó caro por ello: era una luz en la entrada del túnel. Este tipo de cosas ocurren a menudo, tanto a los archipiélagos como a los individuos; en este sentido, cada hombre es una isla. No obstante, si debemos registrar esta experiencia como indo-occidental y llamar a este reino Indias Occidentales, hagámoslo, pero aclaremos también que estamos pensando en el lugar descubierto por Colón, colonizado por los británicos e inmortalizado por Walcott. Podemos añadir también que dar a un lugar la condición de realidad lírica es un acto más imaginativo y más generoso que descubrir o colonizar lo que ya estaba creado...

Extracto del ensayo El rumor de la marea (1983), incluido en el libro La canción del péndulo, de Joseph Brodsky, Premio Nobel 1987,publicado por Versal (1986).

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