Crítica:TEATRO

El triunfo de la juventud

La réplica del joven Fígaro al viejo verde Bartolo -"¡Alegría, alegría! ¿Quién sabe si el mundo durará todavía tres semanas?"-, cuando enfilamos la recta final de la Expo, suena a los oídos del crítico como un molesto gorigori. ¿Qué quedará de la borrachera teatral que hemos vivido durante esos meses en el Lope de Vega? ¿Volverá el escenario municipal a su línea de sala de exhibición, de cajón de sastre, o empezará a producir sus propios espectáculos, quién sabe si en régimen de coproducción con sus ilustres visitantes, convertidos ya en sus amigos, rendidos ante la belleza y la excelente acús...

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La réplica del joven Fígaro al viejo verde Bartolo -"¡Alegría, alegría! ¿Quién sabe si el mundo durará todavía tres semanas?"-, cuando enfilamos la recta final de la Expo, suena a los oídos del crítico como un molesto gorigori. ¿Qué quedará de la borrachera teatral que hemos vivido durante esos meses en el Lope de Vega? ¿Volverá el escenario municipal a su línea de sala de exhibición, de cajón de sastre, o empezará a producir sus propios espectáculos, quién sabe si en régimen de coproducción con sus ilustres visitantes, convertidos ya en sus amigos, rendidos ante la belleza y la excelente acústica del teatro; ante la competencia de sus técnicos y el buen trato recibido? ¿Qué será del Central Hispano, una delicia tecnológica, en manos del Centro Andaluz de Teatro? ¿Servirá ese obsequio bancario para aupar al CAT, uno de los centros dramáticos mejor untados (con nuestros dineros) de todo el territorio nacional? ¿Tendrá por fin La Cuadra su escenario sevillano? ¿Qué será de La Maestranza?"¡Alegría, alegría! ¿Quién sabe si el mundo durará todavía tres semanas?". La Expo se nos acaba pero la alegría, la vida, sigue. La Comédie sabe muy bien, mejor que Beaumarchais, que el mundo durará todavía tres semanas, y muchas más. Sus más de trescientos años de existencia se lo confirman. Tres siglos, según se mire, son pura calderilla, pero, para un teatro, son muchos años. Es decir, pocos para Luis XIV, pocos para Bonaparte, que firma los estatutos de la Comédie a las puertas de Moscú, ante su propio fantasma; pero muchos para Molière y su tropa, a la que la realeza da cobijo, unas paredes, pero a la que la Iglesia niega, todavía, cristiana sepultura. El teatro es, sí, eterno -es un decir-, pero, a la vez, sumamente frágil. Efímero. Desaparece como la juventud, sin apenas darnos cuenta. Como la Expo.

Le barbier de Sévilla ou La précaution inutile

De Beaumarchais. Comédie- Française. Escenografía y vestuario: Louis Bercut. Música: Jean Marie Sénia. Iluminación: Joël Hourbeigt. Dirección: Jean-Luc Boutté. Teatro Lope de Vega. Sevilla, 15 de septiembre.

¡Alegría, alegría!

"¡Alegría, alegría!" O, si ustedes prefieren ¡Anda, jaleo, jaleo! Anne Kessler (Rosina, la ingenua-coqueta) es una actriz -¡y qué actriz!- muy joven: lleva tres años en la Comédie. Los mismos que lleva Jean-Pierre Michael (el conde Almaviva); Thierry Hancisse (Fígaro) es también un chico de su edad -veintitantos-, si bien entró en la maison de Molière tres años antes que sus compañeros. Ellos tres, Rosina, Almaviva -señorito andaluz- y Fígaro (Beaumarchais, al servicio del mejor postor, del mejor negocio, incluido el espionaje o el tráfico de armas), son la joven -la siempre joven- Comédie. Con otra ropa, con otra gestualidad, con otra retórica, puede vérseles cada atardecer cruzar al puente de la Barqueta, camino de la Expo, de la noche sevillana.Le barbier de Séville, de la mano de la Comédie, es, amén de una lección de teatro, una lección de juventud. El triunfo de la juventud. Una juventud que la sabe muy larga -tiene sus motivos; Fígaro lo cuenta, los detalla, con recochineo-, que opta por la alegría, por el jaleo; quién sabe si dentro de tres semanas... Beaumarchais es también nuestro contemporáneo. Eso, tan evidente, quedó anteayer muy claro, clarito: para los cómicos de la Comédie y para el público.

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