Dublín acaba su capitalidad cultural europea con durísimas críticas

La ciudad irlandesa ha organizado 300 actos con un presupuesto de 2.500 millones de pesetas

Dublín es, desde enero y hasta fin de año, la capital europea de la cultura. Y ha sufrido se verísimas críticas por su forma de ostentar tal capitalidad: improvisación, tacañería y estrechez de miras son algunas de las acusaciones. Pero los organizadores de Dublín 91 se declaran inocentes de todos los cargos. Han intentado, dicen, que los dublineses fueran los mayores beneficiarios del acontecimiento, derramando gran parte del presupuesto en pequeños proyectos impulsados por asociaciones vecinales y culturales en la periferia de Dublín. Admiten que no ha habido grandes fastos ni se ha desborda...

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Dublín es, desde enero y hasta fin de año, la capital europea de la cultura. Y ha sufrido se verísimas críticas por su forma de ostentar tal capitalidad: improvisación, tacañería y estrechez de miras son algunas de las acusaciones. Pero los organizadores de Dublín 91 se declaran inocentes de todos los cargos. Han intentado, dicen, que los dublineses fueran los mayores beneficiarios del acontecimiento, derramando gran parte del presupuesto en pequeños proyectos impulsados por asociaciones vecinales y culturales en la periferia de Dublín. Admiten que no ha habido grandes fastos ni se ha desbordado el turismo.

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Pero a falta de pocos días para ceder el testigo a Madrid, capital del 92, los organizadores se sienten satisfechos, aunque, admiten que no ha sido fácil. Desde el principio, a la ciudad irlandesa se le pusieron las cosas muy cuesta arriba. Faltaba tiempo, faltaba dinero y sobraba presión tras la espectacularidad de París 89 -que coincidió con los fastuosos actos del bicentenario de la Revolución Francesa- y de Glasgow 90 -en la que el Gobierno británico se volcó, deseoso de ganarse simpatías en Escocia- "A finales del año pasado, a punto de empezar, sólo disponíamos de cuatro millones de libras irlandesas [unos 640 millones de pesetas]; dos millones procedían del presupuesto ordinario de la ciudad, y los otros dos millones, de nuestros patrocinadores", comenta Lewis Clohessy, director ejecutivo de Dublín 91.La Comunidad Europea (CE), que concede estas capitalidades y ayuda a financiarlas, no había proporcionado todavía un solo penique. El tiempo se les echaba encima. Y, además, el mundo entero escuchaba la cuenta atrás para el estallido de la guerra en el Golfo. Lo apurado de los comienzos ha dejado rastro en la infraestructura con que se dotó a Dublín 9 1: un diminuto piso, alquilado, ocho personas y un par de ordenadores. "Al principio, todos decían que sería imposible hacer algo decente; creo que hemos conseguido algo más que eso, y estoy satisfecho", comenta Clohessy, que antes de ocuparse de Dublín 91 fue director del festival de teatro de la ciudad durante cinco años.

Animar zonas deprimidas

Nadie sabe en qué consiste exactamente una capitalidad cultural ni para qué sirve. La oficina de Dublín 91 decidió que, en este caso, la función sería la de animar las zonas más deprimidas de la ciudad y para que los dublineses tuvieran acceso a acontecimientos poco habituales en Irlanda. "Este año-ha servido para traer a figuras mundiales, como Plácido Domingo, o exposiciones como la de los tesoros del Krem1in. Dublín es una ciudad pequeña, alejada del continente y al margen de los grandes circuitos artísticos; hay que tener eso en cuenta a la ahora de juzgar".No se puede decir tampoco que el público de fuera se haya volcado en Dublín 91. La guerra del Golfo cohibió a los norteamericanos, asiduos viajeros a Irlanda en busca de remotos ancestros. Y la recesión económica hizo que muchos europeos optaran por quedarse en casa, aunque después del verano se ha registrado un tímido incremento de los visitantes procedentes del continente.

Por otra parte,- si 1 la estancia del turista no coincidía con alguno de los actos magnos -como la exposición de los tesoros del Kremlin o ciertas representaciones operísticas-, los únicos indicios de la existencia de Dublín 91 eran un teléfono de información y una furgoneta propagandística, diariamente aparcada junto al Trinity College. "Se nos ha criticado por esto, pero creemos que todo Dublín formaba parte de la capitalidad cultural. Hemos añadido elementos, pero lo fundamental es lo de siempre. ¿0 ts que debíamos cerrar la National Gallery durante este año y sustituirla por algo distintoT', argumenta Clohessy.

Se esperaba, sin embargo, algo más. Como el prometidoMuseo James Joyce, que debía erigirse en recuerdo permanente de Dublín 92. A la hora de la verdad, tal museo se ha quedado en un mucho más genérico y modesto Museo de los Escritores Irlandeses, el 18 de noviembré. "No puede conseguirse todo, pero el balance, en general, es bueno", dice Jackie Corcoran, encargada de prensa y relaciones públicas. "Ahora le toca a Madrid", sonríe Clohessy, "que dispone de más recursos que nosotros. Pero a cambio tendrá que soportar la competencia de los Juegos de Barcelona y de la Expo de Sevilla, y su trabajo será examinado por críticos de todas las procedencias. Son los inconvenientes", sonríe, "de estar en el centro del mundo".

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