Un país a una botella pegado

Francia celebró ayer la llegada de la nueva cosecha de vino de Beaujolais

Para cientos de miles de franceses el fin de semana empezó ayer con la llegada al mercado del nuevo beaujolais. Es muy difícil, por ejemplo, que los clientes de la taberna Henri IV puedan acudir hoy a sus trabajos. Y si lo hacen, es francamente imposible que sean productivos. La histórica taberna del Pont Neuf estuvo tan atiborrada como el metro de Tokio en las horas punta. Para saciar la sed de esa muchedumbre, el patrón, Robert Cointepas no paró de descorchar botellas.Como manda la tradición, el beaujolais -el joven vino tinto de la región del mismo nombre situada al norte de L...

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Para cientos de miles de franceses el fin de semana empezó ayer con la llegada al mercado del nuevo beaujolais. Es muy difícil, por ejemplo, que los clientes de la taberna Henri IV puedan acudir hoy a sus trabajos. Y si lo hacen, es francamente imposible que sean productivos. La histórica taberna del Pont Neuf estuvo tan atiborrada como el metro de Tokio en las horas punta. Para saciar la sed de esa muchedumbre, el patrón, Robert Cointepas no paró de descorchar botellas.Como manda la tradición, el beaujolais -el joven vino tinto de la región del mismo nombre situada al norte de Lyón- llegó a bares, restaurantes y comercios el tercer jueves de noviembre. Durante una jornada, Francia se olvidó del paro, la corrupción de los políticos, el debate sobre los inmigrantes y otros quebraderos de cabeza, y se convirtió en un país consagrado al culto dionisiaco.

Los franceses sólo tenían palabras para celebrar el éxito de su compatriota Gerard d'Aboville, ese chiflado que ha atravesado a remo el Pacífico, y para elogiar la excelente calidad del beaujolais de este año. "La cosecha de 1991 es excepcional", dijo el enólogo Georges Duboeuf. "Las lluvias", explicó, "cayeron en el momento preciso y en la cantidad exacta; las heladas de abril vinieron de perlas para evitar un exceso de producción; el sol tórrido del verano hizo innecesaria la práctica del añadido de azúcar para aumentar la graduación".

Blancos, magrebíes, negros y japoneses, esos clientes componían una muestra de la Francia multirracial que pone los pelos de punta al Frente Nacional. Brindaban "a nuestra salud y la de los otros" y, de vez en cuando, se tambaleaban en dirección de la puerta para dar una moneda al tipo que tocaba el organillo en el Pont Neuf.

Para indignación de un puñado de irreductibles, que juran que sólo mojan sus labios en los mejores borgoña y burdeos, el nuevo beaujolais ha conquistado Francia desde finales de los años sesenta. Fruto de una maceración corta, este vino modesto, simpático y barato debe ser consumido con rapidez, antes de la siguiente primavera.

Lo importante del nuevo beaujolais es que el rito de su llegada ha añadido una jornada festiva al calendario francés. Ayer se pusieron simultáneamente en circulación unos 450.000 hectólitros de este tinto sin pretensiones, lo que significa alrededor de sesenta millones de botellas. La mitad se consumirá en Francia, la otra mitad en el extranjero. Londres, Nueva York y Tokio también se han convertido en metrópolis adictas al nuevo beaujolais.

Bien entrada la noche, los parisienses seguían atiborrando las tabernas de la ciudad y se extendían por las aceras pese a un frío que congelaba los pensamientos. Un joven que compartía vasos con otros amigos en la puerta de la taberna A la cloche des Halles sacó del bolsillo un ejemplar de Le Nouvel Observateur y, tras buscar un reportaje, leyó, con lengua torpe, la frase que lo encabezaba: "¿Vale la pena vivir en una ciudad sin tabernas?".

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