Crítica

El carro del fiemo

"Las instalaciones son capítulos de un libro que, poco a poco, voy escribiendo. Los objetos son frases cortas, concisas, gritos silenciosos y congelados, de invierno".Considerando estas palabras pronunciadas por Francesc Torres (Barcelona, 1948) como compendio definitorio de su dilatada actividad artística, lo primero que salta a la vista en esta muestra -dos instalaciones y una serie de "objetos fríos"- es la corroboración de esa coherencia discursiva que el artista ha venido demostrando en esa ya suya personal dicción plástica que amalgama por igual determinados modelos del comportamiento hu...

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"Las instalaciones son capítulos de un libro que, poco a poco, voy escribiendo. Los objetos son frases cortas, concisas, gritos silenciosos y congelados, de invierno".Considerando estas palabras pronunciadas por Francesc Torres (Barcelona, 1948) como compendio definitorio de su dilatada actividad artística, lo primero que salta a la vista en esta muestra -dos instalaciones y una serie de "objetos fríos"- es la corroboración de esa coherencia discursiva que el artista ha venido demostrando en esa ya suya personal dicción plástica que amalgama por igual determinados modelos del comportamiento humano y objetos e imágenes de él procedentes.

Torres, en este sentido, ha venido constriñendo su personal visión del arte -que él mismo se ha encargado de catalogar como de contenido político social- a una precisa cosmología visual y objetual.

Francesc Torres

Centre d'Art Santa Mónica. Rambla de Santa Mónica. Barcelona. Hasta el 22 de diciembre.

Y por ello esta aparatosa exposición posee numerosos de los ingredientes lingüísticos que han venido conformando su semántica. Como es el caso de la metafórica alusión a la velocidad, la guerra y la violencia como firmes aliadas de lo militar, lo revolucionario y lo económico en esa alianza suprema que es la política; la mención a la pérdida de memoria histórica por parte del ser contemporáneo o la presencia del fuego como elemento purificador.

No es extraño que Torres, tanto por formación vivencial y educacional, como por ser positiva deformación contra lo que viene siendo, haya optado por actuar como actúa y creer en lo que cree.

En El carro de heno, Torres enseña, de nuevo, sus fantasmas personales, que son, más o menos, los de siempre. La cuestión está en juzgar si aquello que el artista conviene en tratar no estará lo suficientemente tratado ya, tanto en su trayectoria como en el contexto social que la ha visto desarrollarse. O hasta qué punto lo que se revive y recupera es lo que debía recuperarse de "aquello" que pasó, y pasa, y mediante esas metáforas visuales, sin duda tan pertinentes como vehículos como onerosas para el erario público. Habrá que dar las gracias aún a patrocinadores como los que han ayudado a avalar la muestra.

Sea como sea, Torres ha optado por ponernos frente a todos aquellos componentes de nuestro mundo que -el heno, símbolo de la aparente riqueza material y espiritual se transforma en fiemo de podredumbre, el fenc (heno) en fem (fiemo, estiércol), el cielo en cieno- tan acertada y llanamente ponía en marcha El carro de heno pintado por El Bosco siglos atrás.

Torres participa "de la incansable utopía moderna de cambiar el mundo", limitándose por ello, a ser testigo de los acontecimientos. Tarea dificil sin duda, discutible en una elección temática y alegórica que, a la larga, puede resultar monótona y recurrente, a pesar de su espectacularidad.

Pero, hecha esta salvedad, mucho, muchísimo jugo, posee su propuesta considerada a la luz de un apartado, el de nuestra realidad cultural, no menos interesante que la guerra civil y demás. Podríamos ver así en Torres a uno de esos maquis, cuyas identidades el artista recupera aquí, que se rescata para deleite de amnesias y malas conciencias que se atajan, desde el poder, con dinero a espuertas. O la excelente metáfora viviente que son candidatos y ocupantes del carro del heno de la política cultural: para unos están las escaleras tendidas; los otros, apoltronados, donde dijeron digo dicen Diego. O, simplemente, ni dijeron.

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