Editorial:

Los dividendos de la paz

UNA DE las consecuencias más significativas del reciente intento de golpe de Estado en la antigua Unión Soviética ha sido el cambio de actitud de los Gobiernos de los principales países industrializados, y en especial del de EE UU, acerca del apoyo económico al Gobierno presidido por Mijaíl Gorbachov. El compromiso de ayuda y la incorporación como miembro de pleno derecho al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, sin el amplio grado de condicionalidad manifestado hasta entonces, fueron reacciones inmediatas a la recuperación de la normalidad constitucional. Esta favorable disposició...

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UNA DE las consecuencias más significativas del reciente intento de golpe de Estado en la antigua Unión Soviética ha sido el cambio de actitud de los Gobiernos de los principales países industrializados, y en especial del de EE UU, acerca del apoyo económico al Gobierno presidido por Mijaíl Gorbachov. El compromiso de ayuda y la incorporación como miembro de pleno derecho al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, sin el amplio grado de condicionalidad manifestado hasta entonces, fueron reacciones inmediatas a la recuperación de la normalidad constitucional. Esta favorable disposición puede resultar, sin embargo, de dificil concreción a tenor de las alteraciones de las reglas de juego que se están produciendo en los territorios de la, hasta hace unos días, Unión Soviética.El ascenso de Gorbachov al poder, en 1985, estuvo en gran medida determinado por el deterioro de la economía. En evitación de males peores, la apertura asumida por aquél debería propiciar, en primer lugar, una reasignación de recursos desde la industria de defensa, fundamentalmente, hacia el bienestar de la población en el sentido más amplio. En segundo lugar, debería eliminar la terrible ineficacia del modelo de planificación central introduciendo los mecanismos clásicos de una economía de mercado. Por último, debería granjearse el apoyo de los principales países industrializados para conseguir su inserción internacional, imprescindible por el agotamiento del sistema de comercio con los países del este de Europa basado en el ya extinto Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).

Seis años después, ninguno de esos objetivos se ha cubierto razonablemente: las condiciones de vida de la población han empeorado notablemente y al colapso del modelo económico no le ha sustituido mercado organizado alguno; es decir, ni plan ni mercado, lo que amplió la incertidumbre que acompaña cualquier proceso de transición. La inserción internacional y el apoyo de Occidente han estado rodeados de estancamientos, grandes cautelas y, con frecuencia, de un claro escepticismo sobre la viabilidad de la tarea emprendida por el presidente soviético. Pocas semanas antes del golpe de Estado, el Grupo de los Siete expresaba sus reticencias al último programa de reforma y ayuda económica propuesto por Grigori YavIinski, elaborado junto a profesores de la Universidad de Harvard (en el que pafticipó, entre otros, el economista Jeffrey Sach, experto en la estabilización bollviana y polaca). La ausencia de garantías acerca de la irreversibilidad del proceso iniciado por Gorbachov bloqueaba la ayuda financiera y la incorporación de la URSS a los principales organismos económicos internacionales, lo que alimentaba a su vez los riesgos de involución.

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