Editorial:

Regeneracionismo

COLOMBIA, QUE en más de un momento de los últimos años parecía haber traspasado el umbral de su disolución como sociedad organizada, está dando pruebas de extraordinaria capacidad de regeneración política. El objetivo es la reconciliación nacional en un país que, aun conservando formas reales de democracia, lleva décadas castigado por guerras civiles, corrupción, narcotráfico y excesos militares de todo tipo. Por encima de todo, se trata de reformar el sistema político que ha hecho posible tanta tragedia. Para que ello pudiera ocurrir era indispensable dar con la fórmula precisa: cortar el nud...

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COLOMBIA, QUE en más de un momento de los últimos años parecía haber traspasado el umbral de su disolución como sociedad organizada, está dando pruebas de extraordinaria capacidad de regeneración política. El objetivo es la reconciliación nacional en un país que, aun conservando formas reales de democracia, lleva décadas castigado por guerras civiles, corrupción, narcotráfico y excesos militares de todo tipo. Por encima de todo, se trata de reformar el sistema político que ha hecho posible tanta tragedia. Para que ello pudiera ocurrir era indispensable dar con la fórmula precisa: cortar el nudo gordiano político para alterar el curso de su historia. Lo hizo el joven presidente de la República, César Gaviria, que tuvo la osadía de hacer simultanear las actividades del antiguo y desprestigiado régimen -el Congreso de los Diputados- con las de uno nuevo -una Asamblea Constituyente-; éste habría de romper la corrupción de aquél. Se diría que lo está consiguiendo.Que algo revolucionario estaba sucediendo quedó claro a finales de febrero pasado, nada más iniciarse las actividades de la Asamblea Constituyente, cuando para presidirla fueron designados tres enemigos irreconciliables hasta entonces: un dirigente de la guerrilla del M-19, un viejo santón de la política conservadora, líder del Movimiento de Salvación Nacional, y uno de los líderes liberales. Unos meses más tarde, el proceso parece finalizar con éxito. A punto de concluirse la labor de la Constituyente con la formulación de un nuevo texto fundamental, el viejo Congreso de los Diputados es disuelto en preparación de unas elecciones legislativas que se adelantan a octubre. La nueva Cámara que salga de los comícios debe empezar a funcionar en febrero de 1992, es decir, un año después de que iniciara sus trabajos la Asamblea Constituyente que la determina. Acabará así la coexistencia inusual de un doble Congreso, una relación que puede ser descrita como el encuentro del país real con el que ha estado oculto durante décadas.

Hasta febrero, el presidente Gaviria, asesorado por un comité legislativo de 18 miembros procedentes de la Asamblea, ejercerá la facultad legislativa. La fórmula, susceptible de justificar las acusaciones de cesarismo que llueven sobre el presidente desde el antiguo Congreso, se entiende limitada a la culminación del proceso constituyente. Mientras tanto, la pacificación del país propiciada por todos estos acontecimientos va dando unos frutos impensables hasta hace apenas unos meses. El proceso de negociación iniciado en Caracas por el Gobierno colombiano con los dos grupos guerrilleros importantes que faltan por deponer las arnias avanza lenta pero eficazmente. También es destacable la presumiblemente inmediata rendición de Pablo Escobar, rey del narcotráfico, que, para limpiar su nombre, está dispuesto a pasar una buena porción de años en la cárcel (sobre todo ahora que la temida extradición va a desaparecer de la nueva Constitución y no se correrá el riesgo de ser enviado a un penal norteamericano). La fórmula de combinar valentía e imaginación con un compromiso pragmático va dando excelentes resultados en Colombia.

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