Japón y la URSS negocian la paz

Mijaíl Gorbachov, con la fatiga marcada en el rostro por los graves problemas que atraviesa la Unión Soviética, llegó ayer a Tokio, acompañado de su esposa, Raisa, y de una nutrida delegación en la que figuran su ministro de Asuntos Exteriores, Alexander Besmértnij, y un alto funcionario de la Federación de Rusia, en lo que constituye la primera visita oficial de un dirigente del Kremlin a Japón. Su viaje representa el inicio de una negociación sobre las islas Kurilas, que, una vez culminada, daría paso al tratado de paz que Japón y la URSS nunca firmaron tras la II Guerra Mundial.

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Mijaíl Gorbachov, con la fatiga marcada en el rostro por los graves problemas que atraviesa la Unión Soviética, llegó ayer a Tokio, acompañado de su esposa, Raisa, y de una nutrida delegación en la que figuran su ministro de Asuntos Exteriores, Alexander Besmértnij, y un alto funcionario de la Federación de Rusia, en lo que constituye la primera visita oficial de un dirigente del Kremlin a Japón. Su viaje representa el inicio de una negociación sobre las islas Kurilas, que, una vez culminada, daría paso al tratado de paz que Japón y la URSS nunca firmaron tras la II Guerra Mundial.

"Ha tenido que transcurrir mucho tiempo para llegar hasta aquí", le dijo Gorbachov al emperador Akihito en la audiencia que éste le concedió en el Palacio Imperial. Hace casi un siglo que el zar Nicolás II vino a este país cuando todavía era príncipe heredero y resultó herido de espada por un policía desequilibrado.El centro de la atención de la visita de cuatro días que ayer inició el presidente soviético gira en torno al contencioso de las cuatro islas del archipiélago de las Kuriles (Kunashiri, Etorofu, Shikotan y Habomai) ocupadas por la URSS al término de la II Guerra Mundial en realidad pocos días antes del final de la contienda. Los japoneses reclaman la soberanía sobre esos territorios y de la resolución de ese problema depende la firma de un tratado de paz entre Japón y la URSS.

Pocos esperan que de este viaje pueda salir otro resultado tangible que no sea el del reconocimiento soviético de la existencia del problema y el inicio de una vía de negociación. El precario momento de Gorbachov impide que pueda solucionarse de otro modo.

El dirigente del Kremlin ya adelantó un día antes de la llegada a Tokio, en la ciudad siberiana de Khabarovsk, donde rindió homenaje a los japoneses que murieron en los campos de concentración de Stalin, que Moscú no va a "vender" las islas.

Gorbachov mantuvo ayer por la tarde, tras la ceremonia de llegada y la breve audiencia de apenas un cuarto de hora con el emperador, la primera de las al menos tres reuniones de trabajo que tiene programadas con el jefe del Gobierno japonés, Toshiki Kaifu, todas ellas en presencia de sus colaboradores.

Las dos partes han acordado imponer un estricto silencio hasta el final sobre la marcha de las conversaciones en lo que respecta al obstáculo que impide la firma de un tratado de paz, las cuatro islas en litigio. Un alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores japonés que asistió al encuentro de ayer afirmó que la mitad de las tres horas que duró estuvo dedicada al tema.

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Estabilidad en Asia

Por su parte, el portavoz oficial del Kremlin, Vitali Ignatenko, calificó de cordial al tiempo que serio el clima de la charla, pero dejó vislumbrar las discrepancias cuando afirmó: "Los contactos en algunos temas son intensos, en algunos atravesamos una fase de congelación y en otros se diría que no se observa vida".

Dijo también Ignatenko que el presidente soviético había manifestado a su, interlocutor que el deshielo entre Estados Unidos y la URSS y los cambios en los países del Este no han traído todos los frutos necesarios para la estabilidad de Asia, y que era adecuado el momento para que las relaciones entre Moscú y Tokio entren en una nueva fase de mutuo entendimiento.

Kaifu contestó a su invitado que los dos deben tomar una decisión política para solucionar el problema de los "territorios del norte", como llama Tokio a esas islas, que se encuentran a muy pocos kilómetros de Hokaido, la isla más septentrional del archipiélago japonés.

Japón no parece que vaya a contribuir económicamente por ahora al desarrollo de la política de reformas de Gorbachov, en tanto la Unión Soviética no reconozca la soberanía nipona sobre las islas o acepte una devolución de ellas en dos fases, partiendo de la declaración conjunta que ambos países suscribieron en 1956 y que sirvió para el establecimiento de relaciones diplomáticas.

Formación empresarial

En realidad, aunque nadie excluye que el líder del Kremlin sorprenda con una oferta imprevisible, fuentes oficiosas japonesas ya han filtrado a la prensa el contenido del comunicado conjunto que Gorbachov y Kaifu firmarán el jueves por la tarde, y en el que se reconoce la existencia del problema territorial, algo que jamás los soviéticos habían hecho hasta ahora, y se expresa el deseo de resolverlo de la mejor forma posible.

Todo ello se verá revestido de más de una docena de acuerdos de cooperación política, comercial, medio ambiente, cultura, asuntos humanitarios, temas referentes a la lista de prisioneros de guerra japoneses muertos en los gulag de Stalin y de asistencia tecnológica de Japón a la perestroika, consistente en el adiestramiento y formación de técnicos soviéticos en gestión empresarial.

Kaifu aceptó ayer una invitación de Gorbachov para visitar la URSS en fecha próxima La última y primera visita oficial de un primer ministro japonés a Moscú la realizó Kakuei Tanaka en 1973, en la época de Leonid Bréznev.

Antipatía y desconfianza

Raísa Gorbachova dio ayer el único pulso emotivo a la visita del presidente soviético, quien durante sus tres días de estancia en Tokio será día y noche protegido por más de 20.000 policías, y el cuarto, en Kyoto, Osaka y Nagasaki, por un contingente de vigilantes algo menor, por temor a atentados de la extrema derecha. Un pequeño grupo de ésta se manifestó ayer en un parque, sin demasiado ruido, para protestar por la visita del enemigo comunista.

Casi medio siglo después del final de la II Guerra Mundial, el pueblo japonés sigue conservando una cierta antipatía y desconfianza hacia la URSS, alimentadas por la propia guerra fría de las dos grandes potencias, y en la que se vio mezclado también Japón, y por los trágicos recuerdos aún no olvidados de los 600.000 nipones que fueron internados en campos de concentración soviéticos en Siberia tras la ocupación de Manchuria.

Cerca de 60.000 murieron víctimas de trabajos forzados; otros fueron condenados a penas de hasta 25 años de cárcel acusados de ser criminales de guerra, pero pudieron volver a Japón en 1956. Según una encuesta reciente realizada por la jefatura del Gobierno japonés, más del 70% de los interrogados confiesan tener poca simpatía a la URSS.

Pero ese dato no parece que alcance también a Raísa Gorbachova, quien ayer, discretamente vestida con un traje verde y acompañada por Sachiyo Kaifu, la elegante esposa del primer ministro japonés, se paseó por el céntrico barrio de Ginza, uno de los grandes núcleos del comercio tokiota y en el que proliferan grandes almacenes y tiendas de lujo. Mucha gente, aprovechando la excelente temperatura, se arremolinó en la calle para seguir los pasos de la primera dama soviética. Raísa bajó de una de las seis limusinas negras Zil que ha desplazado su marido a Tokio y se entretuvo mirando escaparates. Se marchó después de gastarse sólo un puñado de yenes en una confitería.

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