Tribuna:MUERTE DE UN POETA

Lectura urgente después del disparo

Barral. Beckett. Biedma. Hace un mes, cuando aún estaba vivo, Carlos Barral lo contó con desesperación, como si se le hubiera roto un cordón con la otra parte de la vida:-Le llamo y manda que me digan que ya no se puede poner. Cómo ha de estar, cuando ya no se pone al teléfono, su objeto favorito. ¿Qué debo hacer, debo ir a verle?

-Acaso.

-Pero si Jaime está vivo, para qué verle cuando le tengo vivo. Ya está: lo que pudiera decir es que se le ha roto el teléfono. Cuando se le arregle el teléfono le volveré a llamar. Y ya está. ¿No te parece?

Hace poco, Jaime Gil de Biedma ...

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Barral. Beckett. Biedma. Hace un mes, cuando aún estaba vivo, Carlos Barral lo contó con desesperación, como si se le hubiera roto un cordón con la otra parte de la vida:-Le llamo y manda que me digan que ya no se puede poner. Cómo ha de estar, cuando ya no se pone al teléfono, su objeto favorito. ¿Qué debo hacer, debo ir a verle?

-Acaso.

-Pero si Jaime está vivo, para qué verle cuando le tengo vivo. Ya está: lo que pudiera decir es que se le ha roto el teléfono. Cuando se le arregle el teléfono le volveré a llamar. Y ya está. ¿No te parece?

Hace poco, Jaime Gil de Biedma solía decir, cada vez que la suerte macabra acababa con la vida de uno de su generación:

-Nos disparan cerca, cuidado.

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Ángel González, el poeta mayor de los de su tiempo, que hoy regresa a España, de vuelta de México, siempre le ha disuadido:

-La cosa ha de ser ordenada. Yo soy el mayor.

Entre ellos han compartido muchas carcajadas. Ayer, minutos después de que Juan Marsé, el benjamín, hubiera llamado para difundir la mala nueva, lo recordaba Juan García Hortelano, que fue su amigo, su antólogo y la persona que le enseñó a comprar la prensa por las noches:

-Jaime era una persona divertidísima, la más divertida de todas.

Y además, recordaba Hortelano, "el más culto, uno de los más cultos, al menos. Tenía una cultura de verdad, insólita en la gente de mi generación, porque la suya era una cultura anglosajona".

Hortelano, que hizo la antología de los poetas de los 50 para Taurus y que disfrutó de la amistad nocturna y culta del autor de Poemas póstumos, se convirtió anoche en un antólogo de urgencia del poeta póstumo de su generación tachada.

De una estantería poblada con la paciencia del amigo, constituida por la biografía de una generación cuyas pasiones él comparte, el escritor de El gran momento de Mary Tribune hizo descender un poema, que él considera capital para entender el sentido de la amistad que tuvo siempre Jaime Gil de Biedma: "[...] Finalmente a los amigos, / compañeros de viaje, / y sobre todos ellos / a vosotros, Carlos, Ángel, Alfonso y Pepe, Gabriel / y Gabriel, Pepe (Caballero) / y a mi sobrino Miguel, Joseagustín y Blas de Otero, / a vosotros pecadores como yo, que me avergüenzo de los palos que no me han dado, / señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social, dedico también un recuerdo, y a la afición en general."

Y en la misma estantería, De vita beata, como si fueran un testamento y un deseo: "En un viejo país ineficiente, / algo así como España entre dos guerras / civiles, en un pueblo junto al mar, / poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. / No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, / y vivir corno un noble arruinado / entre las ruinas de mi inteligencia".

Amaba la vida

"Era un hombre que dividía a los seres humanos entre los que amaban la felicidad y aquellos que no la amaban, y él estaba en la primera parte, y de qué manera", decía Hortelano anoche. "Y además, era también un ejecutivo, un hombre muy trabajador, y que además trabajaba muy seriamente". "Jaime era toda una memoria, y un aglutinante: nos soba convocar en su sótano, 'en un sótano más negro que mi reputación', que era como el camarote de los hermanos Marx, pero era tan cordial que lo hacía grande, y cabíamos todos".

Por la noche se iban a comprar la prensa, una costumbre que instauró Hortelano y que les hizo ciudadanos comunes de las Ramblas de Barcelona. Entonces volvía mucho a su casa de campo. Se llamaba Ultramort, y él la describió así: "Una casa desierta que yo amo, / a dos horas de aquí, / me sirve de consuelo".

En esa casa y en otras, Biedma vivió un día la visión póstuma. Mezclados con otros versos igualmente trágicos de aquel hombre feliz, Hortelano los fue recitando anoche corno homenaje final: "Fue un verano feliz / ... El último verano de nuestra juventud, dijiste a Juan / en Barcelona al regresar / nostálgicos, / y tenías razón. Luego vino el invierno / el infierno de meses / y meses de agonía / y la noche final de pastillas y alcohol / y vómito en la alfombra. / Yo me salvé escribiendo después de la muerte de Jaime Gil de Biedma".

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