UN HOMBRE COMPROMETIDO

Murió Leonardo Sciascia conciencia crítica de Italia

Fue modelo de intelectual comprometido con su país y con su tiempo

JUAN CRUZLeonardo Sciascia, autor de Todo modo, El caballero y la muerte, que está a punto de publicar en España Tusquets Editores Cándido o un sueño siciliano y 1912+1, entre otras muchas obras, falleció el domingo por la noche en su casa de Palermo (Italia) poseido por el convencimiento de Montaigne, que él usó en alguna de sus obras: "Vivir es prepararse a morir La enfermedad incurable de Sciascia, que ha pasado "por el calvario de la hospitalización, y para qué" ' como decía él mismo el pasado mes de mayo en Milán, llevó a sus últimas consecuencias la convicción de que "no es...

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JUAN CRUZLeonardo Sciascia, autor de Todo modo, El caballero y la muerte, que está a punto de publicar en España Tusquets Editores Cándido o un sueño siciliano y 1912+1, entre otras muchas obras, falleció el domingo por la noche en su casa de Palermo (Italia) poseido por el convencimiento de Montaigne, que él usó en alguna de sus obras: "Vivir es prepararse a morir La enfermedad incurable de Sciascia, que ha pasado "por el calvario de la hospitalización, y para qué" ' como decía él mismo el pasado mes de mayo en Milán, llevó a sus últimas consecuencias la convicción de que "no es bueno prolongar la agonía, es mejor dejar que las cosas sigan su curso". Cuando aún la esperanza médica le podía mantener con vida, él mismo era consciente de que los días no podían ser indefinidos, y acaso ese pesimismo profundo aceleró implacable su desaparición humana. Queda, en Italia y en Europa, el ejemplo de la que fue conciencia crítica de Italia, admirador de Ortega y de Unamuno, lector de Don Quijote, y seguidor fiel de Luigi Pirandello.

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En los últimos meses, el escritor de El caballero y la muerte -un libro premonitorio de su sufrimiento y de su propia muerte- había decidido que la lucha por seguir viviendo no formaba parte de la naturaleza de los seres humanos que ya se consideran vencidos. %Para qué más?", decía Sciascia. Enfundado- en su pijama claro, fumando inagotablemente su cigarrillo -"el último vicio, una venganza" Sciascia tenía en el hospital de Milán donde sufría la cura de su enfermedad incurable el aspecto de un hombre resignado "a dar por terminado todo esto".

Insobornable

Fuerte como una roca en su conducta política y pública -fue diputado, castigó a la Mafia de su pueblo y se convirtió en la conciencia crítica de Italia y en uno de los escritores más respetados de Europa, Sciascia desmentía con su apariencia débil ese carácter insobornable contra el que no pudo ningún poder. En el hospital, cuando ya le resultaba obvio que no iba a seguir, Sciascia continuaba hablando del mismo modo: "Vivimos rodeados de porquería y lo que vemos habitualmente no nos lleva a ninguna salida posible del pesimismo. A veces se limpia la ropa, pero la suciedad sigue quedando en casa".

En Milán, adonde acudía periódicamente para que los médicos le prolongaran su residencia en la tierra, Sciascia, acompañado siempre por su mujer, María, hacía la vida metódica de un caballero siciliano, respetuoso y elegante, de voz baja, golpeada por el tabaco y el cansancio. En el hospital, uniformado como todos los enfermos, Sciascia parecía disculparse de existir todavía, pero cuando los médicos le permitieron salir por unos días, volvió a la calle mílanesa, vestido de oscuro, ayudado por un bastón breve, y con los ojos caídos sobre el mundo como si le pesaran la memoria y el futuro.

En la calle, Sciascia era otro hombre. Atrás quedaba aquel espíritu brevísimo de ser humano enfundado en el uniforme de los enfermos y surgía el hombre que deja en el siglo su preocupación por la corrupción, la violencia política y la violencia maflosa. "Todos somos culpables, pero el poder es el culpable principal". Aquel día de mayo, uno de los últimos en que vio la luz italiana de Milán, Sciascia estaba más pesimista que nunca, "o tan pesimista como siempre porque no queda razón alguna para el optimismo".

Con su silencio poblado de palabras levísimas, el autor de Todo modo vivía el desengaño de los últimos días. "Al fin y al cabo, vivir no es tan apasionante. Si no fuera por la literatura...". Pero de su carácter y de su vida no puede deducirse ni una sola palabra, acaso, en la que entren la soberbia y el desdén. Fue un periodista de los pies a la cabeza, y en este periódico, donde colaboró en exclusiva, pudimos comprobarlo muchas veces.

Un personaje de maneras cálidas y discretas, su interés por el mundo no era sólo el de un hombre que hubiera vivido siempre pendiente de la realidad cotidiana sino también la de un intelectual comprometido con su tiempo. "Ahora es muy difícil decir la verdad, y además domina una cierta ffivolización de la vida". La filosofia es ligera. "Y además no hay filosofia". Era uno de los últimos intelectuales , acaso el último de la estirpe de Bertrand Russell y de Miguel de Unamuno. "Qué va. Es usted tan exagerado".

Los italianos le miraban como un maestro. Él mismo se sentía .como un hombre cualquiera, desesperado como todos, nada especial". Los italianos dicen de él que nunca mintió. Incluso en la vida cotidiana. La última vez que hablamos con él, le preguntamos por su salud ya fatalmente decaída. "Male", sonó su voz sin más fuerza que la del pasado.

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