La tragedia y la música

Alhucema sigue fielmente la épica y la estética del teatro de Salvador Távora. Un teatro excesivo en ocasiones, complejo y barroco, que sin esfuerzo podríamos conceptuar como tragedia andaluza.Y es difícil concebir un teatro andaluz sin música. No necesariamente música flamenca, sino andaluza, lo que amplía extraordinariamente el abanico sonoro de este teatro personal e intransferible. Távora, en Alhucema, utiliza constantemente su conocido universo sonoro, que va de los cantos litúrgicos hasta el cante flamenco, pasando por los redobles profesionales y el pasodoble taurino.
...

Alhucema sigue fielmente la épica y la estética del teatro de Salvador Távora. Un teatro excesivo en ocasiones, complejo y barroco, que sin esfuerzo podríamos conceptuar como tragedia andaluza.Y es difícil concebir un teatro andaluz sin música. No necesariamente música flamenca, sino andaluza, lo que amplía extraordinariamente el abanico sonoro de este teatro personal e intransferible. Távora, en Alhucema, utiliza constantemente su conocido universo sonoro, que va de los cantos litúrgicos hasta el cante flamenco, pasando por los redobles profesionales y el pasodoble taurino.

El teatro de Távora no sería posible al margen de lo jondo. Cantaor él mismo, su estética es subsidiaria del flamenco aun en los momentos en que no se canta ni se baila. Esa forma de disponer el movimiento del coro, la utilización de manos y brazos, incluso la forma de vocalizar los recitados o las evoluciones de esos increíbles caballos casi bailarines.

Más aún, en Alhucema, concretamente, los momentos más hermosos de la obra, los de verdadera grandeza, son aquellos en que el cante es el principal protagonista: la siguiriya, la toná -con un espléndido cantaor llamado Manuel Vera- o esa maravilla final de La paloma, verdadero broche de oro a una obra que, sin lo jondo, sería mucho menos convincente.