Tribuna:

El coleccionista privado frente al arte actual

La exposición Tesoros de las colecciones particulares madrileñas: pintura y escultura contemporánea, tercera de una serie que previamente ha permitido contemplar las obras catalogadas de arte antiguo, desde los primitivos españoles hasta Goya, se inauguró el jueves en la Real Academia de ellas Artes de San Fernando, de Madrid.El objetivo de las tres muestras ha sido el mismo: dar a conocer los fondos artísticos de las colecciones privadas madrileñas, catalogados al amparo de la nueva ley del Patrimonio Histórico Español, lo cual implica, por una parte, el deseo de difundir unas riquezas...

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La exposición Tesoros de las colecciones particulares madrileñas: pintura y escultura contemporánea, tercera de una serie que previamente ha permitido contemplar las obras catalogadas de arte antiguo, desde los primitivos españoles hasta Goya, se inauguró el jueves en la Real Academia de ellas Artes de San Fernando, de Madrid.El objetivo de las tres muestras ha sido el mismo: dar a conocer los fondos artísticos de las colecciones privadas madrileñas, catalogados al amparo de la nueva ley del Patrimonio Histórico Español, lo cual implica, por una parte, el deseo de difundir unas riquezas artísticas a las que el público no tiene acceso, pero también, por otra, demostrar los beneficios de la nueva legislación, que es menos cicatera y onerosa para el propietario particular que la anterior, a la vez que, en cierta manera, trata de estimular el coleccionismo privado.

Las intenciones son buenas y, los resultados comparativamente esperanzadores, aunque todavía éstos distan bastante de ser los idóneos, quizá porque aún nos queda un largo camino por recorrer en el arbitrio oficial de nuevas medidas jurídicas y fiscales que hagan verdaderamente más recomendable, desde todos los puntos de vista, estar dentro de la ley.

Insuficiencias

Son precisas estas reflexiones previas porque la exposición que se acaba de inaugurar, dedicada al arte contemporáneo, demuestra las gravísimas insuficiencias de lo inventariado en este campo, que no debe ser, en lo que se refiere a obras de primera calidad, ni el 5% de lo realmente existente, y ni siquiera el 1 % si rebajamos el nivel de calidad. En este sentido, se puede afirmar que la actual exposición está básicamente constituida por los préstamos de media docena de colecciones privadas, lo que demuestra dramáticamente el fallo del sistema en el área donde precisamente son más deficitarios los museos públicos españoles.

De todas formas, la exposición, que ha estado al cuidado de Paloma Esteban, conservadora jefe de pintura del Museo Español de Arte Contemporáneo, sí aporta el dato extraordinariamente positivo del nuevo espíritu de los coleccionistas de nuestro país respecto al arte de vanguardia, al que tradicionalmente le habían dado la espalda casi hasta llegar a la presente década.

En este sentido, las 64 obras seleccionadas no sólo demuestran el notable incremento de maestros de la vanguardia histórica, entre los que nos encontramos con Picasso, Gris, Miró, Dalí, Braque, Galder, García y otros, sino lo que, dadas las circunstancias, es mucho más sorprendente, un lote nada despreciable de las últimas vanguardias, desde J. Albers, De Kooning, M. Louis, S. Francis, A. Calder, Klein, V. Vasarely, B. Nicholson, Warhol, hasta los más jóvenes, como Perick y Longobardi. Eso sin contar aquí a los mucho más numerosos españoles, con Oteiza, Chillida, Tápies, Palazuelo, Millares, Saura, Equipo Crónica, Sempere, Antonio López, Barceló....

Es cierto que la mayoría de las obras no son, ni mucho menos, de excepcional calidad, salvo un par de casos, pero sí lo es, al menos, el síntoma del cambio de gusto y de la nueva voluntad de coleccionar arte moderno.

Por lo demás, dada la magnitud de los agujeros negros de la catalogación existente, que el visitante no tendrá dificultad en percibir al notar la ausencia total de algunas de nuestras más relevantes figuras artísticas nacionales, quizá habría sido más recomendable, por parte de los organizadores de la muestra, el haber prescindido de obras menores, que resultan remiendos innecesarios, porque no sólo no tapan las carencias de fondo, sino que incluso las ponen más en evidencia. Con todo, es fácil observar que la mayoría de los defectos registrados se refieren a la situación de nuestro catálogo y no a la exposición en sí, que ha sido tratada con mimo y que, por encima de todo, enaltece el espíritu de renovación que últimamente anima a la Real Academia de San Fernando, cada vez más próxima a la realidad contemporánea y, por tanto, mejor dispuesta a cumplir su benemérita función social.

La exposición comienza con las figuras del fin de siglo, como Nonelly, Zuloaga, y se cierra con los últimos valores jóvenes. Con los saltos y lagunas que se quieran, que ya hemos dicho que son muchísimos, este recorrido histórico proporciona, sin embargo, alguna, pistas y claves para aproximarse al apasionante y conflicto universo del arte contemporaneo de vanguardia.

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