Tribuna:

Pinochet y la esctrategia de la araña

Parlamento Europeo, internacionales de distinto signo (liberal, socialista, democristiana), partidos políticos, servicios de espionaje, fundaciones e iglesias, institutos de investigación, entre otras organizaciones, centran su atención en un caso atípico de dictadura militar, anacrónica y sofisticada: el régimen del general Pinochet. Varias son las razones, históricas y actuales, que favorecen esta preocupación política.Históricamente, la república chilena, su sociedad civil, ha sido la más estable y la que ha mantenido un nivel de vida tolerante más estructurada. Con unas efimeras excepcione...

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Parlamento Europeo, internacionales de distinto signo (liberal, socialista, democristiana), partidos políticos, servicios de espionaje, fundaciones e iglesias, institutos de investigación, entre otras organizaciones, centran su atención en un caso atípico de dictadura militar, anacrónica y sofisticada: el régimen del general Pinochet. Varias son las razones, históricas y actuales, que favorecen esta preocupación política.Históricamente, la república chilena, su sociedad civil, ha sido la más estable y la que ha mantenido un nivel de vida tolerante más estructurada. Con unas efimeras excepciones, desde 1930 a 1970, todos sus presidentes han alcanzado el poder de firma legal y pacífica. La cultura política democrática chilena ha sido sin duda la más alta de toda América Latina. La estabilidad institucional, con su división ordenada de los poderes públicos, ha funcionado sin alteración. Y las fuerzas armadas han asumido, hasta 1973, su papel de guardián constitucional y de respeto al poder civil popular. Chile, en un contexto regional latinoamericano turbulento, fue el gran modelo de convivencia pacífica, de entendimiento político- social, de vigencia plena de los derechos humanos, de desarrollo social y económico gradual. Con la muerte dramática del último presidente constitucional, Salvador Allende, con el golpe militar de 1973 y con la represión sistemática subsiguiente, que dirigió el general Pinochet, se quiebra una larga tradición de libertad y se instaura un nuevo régimen asentado en valores importados y extraños: la doctrina política de la seguridad nacional y su brazo armado y excluyente: la dictadura militar. Todos los supuestos históricos ideológicos (soberanía popular, libertades públicas, elecciones democráticas, primacía de la autoridad civil) desaparecen, y el inicial pronunciamiento militar colectivo avanza hacia la personalización del poder y hacia. una institucionalización compleja y sofisticada. Más que fascismo, en la versión europea de los años treinta, o populismo, en cierta tradición latinoamericana, peronista o getulista, el pinochetismo ha pretendido -y en gran medida sigue pretendiendo- una reactualización radical del franquismo en la etapa final de los cincuenta: una "democracia orgánica". Es decir, conjugar poder militar hegemónico, como custodio de la sociedad civil, en el marco de una dictadura política y una concepción económica del capitalismo salvaje. No hay, así, propiamente, fascismo, en la medida en que el Estado pierde entidad referencial social (privatizaciones) y sólo instrumento represivo, ni tampoco populismo: la actual dictadura militar es, sobre todo, dictadura ampliamente generosa con las multinacionales y sin pretensiones populares (cinco millone de pobres reales).

En esta situación, surge ahora la perspectiva de un plebiscito. Todo el país, Gobierno y oposición, discute el sí o el no

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Un plebiscito, en el marco de un sistema legal complicado y con reaseguros restrictivos democráticos, que pretende al mismo tiempo algo contradictorio: consolidar el régimen y plantear una pretransición. Plebiscito, sin embargo, que nace ya con dudas fundadas sobre las garantías mínimas: siguen detenidos cualificados dirigentes políticos, el Gobierno controla la televisión, no se permite el regreso de los exiliados, los derechos de reunión y de manifestación están muy cerrados, se violan los derechos humanos. La inseguridad, el miedo, las intimidaciones, que caracterizan a toda dictadura, adquieren aquí un significado que incide en el juicio sobre la validez de una consulta transparente. Si en las ciudades, todavía, cabe cierta libertad o ilusión de libertad, en los pueblos las presiones sociales no favorecen una posición libre.

Pero, con todo, la oposición global al régimen -comunistas y socialistas, radicales y liberales, democristianos y ciertos sectores conservadores- ha optado por participar en el plebiscito y por defender el no a la continuidad del actual régimen. Por su parte, grupos conservadores y nacionalistas y sobre todo la gran maquinaria administrativo-militar y televisiva apoyan el sí. Muy simplificadamente, el no significa que Pinochet o la persona que designen los cuatro grandes (los jefes militares: ejército, marina, aire y carabineros) no obtenga un nuevo mandato de ocho años como presidente, celebrándose en 1989 elecciones presidenciales y parlamentarias. El sí significaría lo siguiente: perduración de Pinochet (24 años en el poder) o la persona designada y elecciones parlamentarlas en 1989.

Para un observador europeo, así planteadas las cosas, ¿qué sentido tiene una participación en un plebiscito sin garantías reales, o, al menos, sin transparencia y sin libertad, con grandes posibilidades de manipulación fraudulenta y, en definitiva, en una estrategia que sólo remotamente puede conducir a una transición controlada desde el actual poder o cúpula militar? Esta pregunta, y su respuesta, remite a una simplificación, y el hecho es que, en Chile, su situación político-social es compleja. Y, desde esta complejidad, la participación y el voto no es, desde un objetivo y estrategia democráticos, correcta.

Hay, en este sentido, en el fondo político de este plebiscito -todavía no fijada la fecha, pero, presumiblemente, en octubre-, dos estrategias diferentes para obtener objetivos también diferenciados: la estrategia de la oposición, es decir, iniciar una transición a la democracia, una pretransición, vía pacífica, y, por tanto, negociada con el poder real: las fuerzas armadas. Pero no con Pinochet. Y, por otra parte, la estrategia del régimen. Esta última tiene dos vertientes: la primera, la encarnada por Pinochet y su proyecto de continuación de su poder personalizado; la segunda, por el sistema: es decir, los sectores sociales que desean un cambio controlado hacia una gradual evolución, que no cuestione el régimen de propiedad, y que consideran a Pinochet como un obstáculo e incluso como un peligro para un futuro moderado. En un resultado no, la oposición democrática podría, no sin dificultades, entenderse tanto con el gran poder fáctico (fuerzas armadas), como con los sectores empresariales, entrando así en un proceso dinámico de nueva institucionaliz ación democrática. Horizonte que, con toda seguridad, europeos y, especialmente, norteamericanos verían con simpatía y darían su apoyo.

Pero, ¿y sí gana el sí? La estrategia de Pinochet no es tanto obtener un resultado favorable a él masivo y unánime, como suele ocurrir en los plebiscitos dictatoriales: sería escandaloso y no ofrecería credibilidad alguna. Su estrategia es más sofisticada: lograr una mayoría escasa, pero que, de esta forma, le legitimaría intern aci on alm ente, e, internamente, volvería a ocupar su puesto de mediador providencial fuerzas armadas-nación: la estrategia de la araña.

En este año, después de 15 años de dictadura, Chile tiene el gran reto de reanudar su vieja y tradicional historia democrática: votando no, impl diendo el fraude e iniciando así una transición política hacia la libertad.

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